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¿Qué sentimos al escribir nuestras memorias?

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escribir tus memorias

¿Querés dejar un legado al mundo o alcanzar de alguna manera la inmortalidad? Escribir  tus memorias puede ser un ejercicio muy liberador.

Jeannette Walls tuvo una infancia difícil: era pobre, cambiaba de lugar de residencia constantemente, y con frecuencia pasaba hambre. Así creció en la zona desértica del suroeste de los Estados Unidos y en las montañas de Virginia Occidental. Con el tiempo salió de la pobreza y se mudó a la ciudad de Nueva York, donde se convirtió en una exitosa escritora de columnas de espectáculos. Sus padres también se mudaron allí, sólo que no tenían dónde vivir. Una noche, cuando se dirigía a una fiesta vestida con ropa elegante, Jeannette vio a su mamá hurgando en un basurero. Agachó la cabeza y le pidió al conductor del taxi que la llevara de vuelta a casa. Dios mío, ¿qué diría la gente si se enterara de esto?, pensó.

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“Me sentí aterrada”, cuenta. “Tenía una vida muy buena, un esposo que me amaba, un trabajo excelente, una casa confortable y, a pesar de todo, me sentía un fraude. Entonces me obsesioné con la idea de escribir sobre esta situación vergonzosa, aunque sabía los riesgos que implicaba”.

A lo largo de 20 años, Jeannette hizo cuatro intentos por empezar a escribir sus memorias, pero como cada vez se sentía más frustrada y temerosa, desechó el manuscrito. Finalmente, cuando tenía 44 años, publicó “El castillo de cristal”, el cual lleva casi tres años en la lista de éxitos de librería del New York Times, ha vendido más de dos millones de ejemplares, se ha traducido a 23 idiomas y pronto se convertirá en película.

“Una de las lecciones que aprendí al escribir mis memorias es que todos tenemos mucho en común”.

“Solemos pensar que ciertas cosas sólo nos pasan a nosotros y que reducen nuestro valor como personas. Constantemente aliento a la gente, sobre todo a la mayor, para que escriba sobre su vida. Es algo que te da una nueva perspectiva. Para mí, fue muy revelador y catártico. Aunque no se hubiera vendido un solo ejemplar del libro, habría valido la pena”, dice.

No necesitás haber tenido una niñez difícil o unos padres excéntricos para escribir tus memorias. Tampoco hace falta contar algo dramático ni tenés que publicarlo.

Frank McCourt, ganador del Premio Pulitzer por “Las cenizas de Ángela”, relata en otro libro de memorias, “El profesor”, un diálogo que tuvo con un estudiante escéptico:

— Señor McCourt, usted es un hombre con suerte —le dijo el alumno—. Tuvo una infancia terrible y puede escribir sobre ella. Pero ¿qué podemos contar nosotros, que sólo nacemos, vamos a la escuela, de vacaciones, a la universidad, nos enamoramos, nos graduamos, ejercemos una profesión, tenemos los 2, 3 hijos de los que usted tanto habla, los mandamos a la escuela, nos divorciamos como la mitad de la población, engordamos, tenemos un infarto, nos jubilamos y morimos?

— Jonathan —contestó McCourt—, ese es el panorama más desolador de la vida estadounidense que he oído en un aula de clases, pero incluye todos los ingredientes de la gran novela estadounidense. Acabás de sintetizar las novelas de Theodore Dreiser, Sinclair Lewis y F. Scott Fitzgerald.

En otras palabras, el 99,9 por ciento de las personas tiene vidas aburridas, pero todas tratan de darle algún sentido a su existencia, y ahí reside el valor de las memorias. Son terapéuticas para el escritor, y con el tiempo incluso ayudan a sus descendientes a comprenderse mejor a sí mismos.

Escribir sobre nuestra vida también es adquirir una nueva comprensión de ella, a una edad en la que pensamos que nos conocemos muy bien. El novelista Stephen King dijo: “Escribo para averiguar lo que pienso”. Esto significa que hasta que no plasmamos una experiencia en el papel, hasta que no encontramos las palabras exactas para describirla, no podemos apreciarla o entenderla completamente. Al reunir nuestras experiencias en un relato, nos formamos una idea clara de nuestra existencia. Se trata de crear un legado que no tiene un valor económico, sino un valor sentimental y emocional mucho mayor para nuestros familiares y amigos.

Hay tantos tipos de memorias como de personas. Al igual que Walls y McCourt, podés escribir sobre tu infancia; sobre lugares que hayas visitado, como hizo Elizabeth Gilbert en sus exitosas memorias Eat, Pray, Love (comer, rezar, amar); sobre alguien que haya dejado honda huella en vos, como Lorna Kelly en The Camel Knows the Way, que relata los años que pasó con la madre Teresa y las Misioneras de la Caridad; sobre un delito o injusticia que hayas presenciado, como Mary-Ann Tirone Smith en Girls of Tender Age, que narra el asesinato de una compañera de escuela, o escribir tus recuerdos sobre cualquier otra cosa, por trivial o irrelevante que te parezca. Todos tenemos historias almacenadas en el inconsciente en espera de ser trasladadas al papel.

El desafío es empezar: hacer que surja la historia. La recompensa estará en su esfuerzo y no en el elogio público, así que no necesitás ser un escritor profesional ni tener contactos en la industria editorial. Simplemente podés escribir para vos mismo.

Lorna Kelly se dedicó casi 16 años a contribuir a la labor de la madre Teresa. Dejó el puesto que tenía en la casa de subastas Sotheby’s, en Manhattan, para trabajar en los barrios pobres de Calcuta y en otros lugares del mundo. “A veces, cuando estaba en los Estados Unidos daba conferencias”, refiere. “La gente me aconsejaba que escribiera mis experiencias. No me considero una escritora, pero me dijeron eso tantas veces que al final me convencí y empecé a escribir. Fui muy ingenua porque pensé que escribiría un libro y una semana después estaría ocupada en otra cosa. Al final, por supuesto, me dediqué de lleno a la escritura”.

Kelly publicó su libro por su cuenta; imprimió 10.000 ejemplares con fondos que obtuvo haciendo trabajos temporales (entre ellos uno como portera de un edificio). Gracias a la publicidad de boca en boca y a su propio empeño, reimprimió el libro y hasta ahora ha vendido 15.000 copias.

Mary-Ann Tirone Smith, en cambio, ya había publicado ocho novelas cuando decidió relatar una experiencia que la obsesionó durante décadas. Cuando tenía nueve años, una amiga suya llamada Irene fue violada y estrangulada; sin embargo, como eran los estoicos años 50, nadie comentó nada sobre el crimen. Mucho tiempo después Smith decidió “sacar el tapón del desagüe”, y los recuerdos empezaron a fluir. “Uno cree no poder recordar con detalle algo que pasó hace tanto tiempo —señala—, pero sólo hay que buscar un lugar tranquilo y ponerse a escribir. Entonces uno comienza a ver toda la escena delante de sus ojos. Es increíble”.

Una advertencia: algunos recuerdos pueden ser dolorosos. “Escribir tus memorias es como prepararte para la confesión”, dice McCourt, quien publicó “Las cenizas de Ángela” a los 66 años de edad. “Hay que hacer un examen de conciencia”. Y eso implica honestidad. No podrás escribir unas memorias sinceras si te preocupa lo que puedan pensar tus familiares o amigos. Aunque la verdad duela, si así sucedió, no hay otra manera de contarla. Por lo menos los lectores reconocerán tu valentía y te respetarán.

“Cuando uno es realmente honesto y revela todo, ayuda a los demás”, dice Lorna Kelly. “Se dan cuenta de que no están solos, de que no son anormales: alguien más se ha sentido exactamente igual que ellos o ha vivido sus sueños. Si se escatima la verdad, entonces se perjudica a los otros. La honestidad no es un regalo sólo para los demás; lo es también para uno mismo”.

El otro requisito para escribir memorias veraces es la retrospección. No basta con hacer una crónica de la propia vida como si uno fuera periodista de un diario. Las memorias exigen escribir sobre lo que se ha aprendido de las experiencias personales. Por ejemplo, Jeannette Walls al principio escribió sobre su infancia como si fuera una observadora imparcial, y el resultado, según su agente literario, fue una historia “envuelta en celofán”. Sólo cuando rememoró sus sentimientos y emociones de chica, el relato cobró fuerza y se volvió real.

“Cierta vez, un terapeuta me dijo que lo que yo había hecho en mi libro era justo lo que él trataba de que hicieran sus pacientes: encarar la verdad”, dice Walls. “Durante muchos años huí de ella, pero la verdad siempre nos alcanza, y escribir fue mi manera de encararla. Las cosas que nos persiguen, que ejercen un poder sobre nosotros, pierden fuerza al afrontarlas. Muchas personas me dicen: ‘¿Cómo podés perdonar a tus padres que te hayan tratado así?’ En realidad, a quien tuve que perdonar fue a mí misma. Al sentarme y contar lo que sucedió, pude comprenderlo por primera vez”.

Cinco consejos para empezar  a escribir tus memorias

1. Escribí tus memorias, no una autobiografía. Una autobiografía es el relato de toda una vida; una memoria es un recuerdo sobre esa vida y podés narrar muchas de ellas. Si lo concebís así, resulta un proyecto menos intimidante, pero no por eso sumamente valioso.

2. Hacé un diagrama de tu vida. Algunas personas sólo tienen una historia que les parece importante o digna de contar, y otras no logran recordar ninguna. Tristine Rainer, autora de “Your Life as Store” (Tu vida como una historia), aconseja hacer un diagrama de vivencias para ver las cosas en perspectiva. Rememorá tu pasado, pedí ayuda a un amigo o a tu pareja e identificá los seis momentos más relevantes. Si hacés esto a conciencia y con honestidad, sin duda te vendrá a la memoria algún suceso que dejó huella por su importancia, encanto o misterio. Si no recordás ninguno, no te preocupes: hay muchas formas de diagramar una vida. Intentá dividir la tuya por decisiones críticas, personas influyentes, conflictos, creencias, lecciones e incluso errores. Experimentá hasta que encuentres la historia que querés contar, la experiencia que te marcó.

3. No empecés por el principio. Evitá contar tu historia cronológicamente; es un estilo demasiado predecible. Pensá en tus libros favoritos: la mayoría no empiezan por el principio, sino que te atrapan con intrigas y acciones inmediatas. Un buen comienzo es el que ofrece a los lectores suficiente acción para cautivarlos, sin revelar el desenlace; después, introducí el relato cronológico y enriquecelo con detalles coloridos y relevantes.

4. Usá todos tus sentidos. Los mejores escritores crean mundos fascinantes para que los lectores se apropien de ellos y los habiten; en cambio, quienes escriben memorias por primera vez, suelen producir borradores planos. Para transportar a los lectores (y a vos mismo), escribí con detalles vívidos. Esto se logra usando todos los sentidos para recrear con exactitud tus experiencias. Podés aprender a hacerlo sin necesidad de asistir a clases. La próxima vez que esperes en un restaurante, en un consultorio médico o incluso en la calle, prestá atención a las imágenes, los sonidos, los olores y las texturas. Esto es lo que hacen los escritores, tanto en la realidad como en sus narraciones.

5. Ejercitate escribiendo. La práctica hace al maestro. Proponete escribir 200, 500 o 1.000 palabras por día, a una hora fija (por ejemplo, por la mañana), y alcanzá la disciplina. No te preocupes por redactar perfectamente; sólo concentrate en relatar la historia (después podrás pulirla). Relajate. Las memorias son el tipo de literatura más fácil de escribir. Ya hiciste la investigación y estás familiarizado con los personajes; sólo necesitás contarlo.

Si te quedan bien las botas, usalas
Trish Sinclair acaba de publicar por su cuenta una colección de historias sobre su vida.

Era la primera nevada del invierno: un día emocionante para los chicos pero no para muchos de los maestros. Siempre había podido abrigarme sola para salir al recreo, pero esta vez iba a necesitar ayuda. La señorita Finlayson, mi maestra de jardín en un suburbio de Hamilton, Canadá, pasó por muchas primeras nevadas a lo largo de su carrera, pero tal vez aún recuerde ésta.

Logré ponerme mis gruesos pantalones de lana, pero luché con la campera porque no me quedaba bien. Era un legado de mi hermano, y yo me preguntaba por qué tenía que usar su horrible ropa. Al menos la gorra y la bufanda hacían juego, estaban muy bonitas y eran mías. La señorita Finlayson por fin se acercó para ayudarme a ponerme las botas, y con voz maternal me dijo:

— Para el final del invierno, podrás ponerte sola las botas.

No me di cuenta entonces de que esas palabras eran más de esperanza que de confianza. Le di las botas y extendí un pie. Como los demás niños, esperaba que los adultos se hicieran cargo de todo. Tras mucho mover y empujar, logró ponerme una bota y, dando un fuerte suspiro, continuó con la otra.

— Están al revés —le avisé.

Con la calma infinita que sólo la experiencia puede proporcionar, luchó para sacarme las botas y luego procedió a ponérmelas otra vez. De pronto le dije:

— Estas botas no son mías, ¿sabe? Son de mi hermano. Mi mamá me obliga a usarlas, ¡pero yo las odio!

Luego de muchos empujones y forcejeos, menos sutiles esta vez, la maestra me puso las botas correctamente. Dando un fuerte suspiro de alivio al ver que por fin había terminado de luchar conmigo, me preguntó:

— ¿Dónde están tus guantes?

— No quería que se me perdieran —le respondí—, así que los metí en las puntas de las botas.

 *Joe Kita es autor de cuatro libros de memorias, entre ellas Another Shot: How I Relived My Life  in Less Than a Year, y también enseña a escribir historias de vida.

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