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Todo por las ballenas

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Roger Payne descubrió que estos mamíferos cantan y dedicó su vida a investigarlos. Conocé sus descubrimientos.

¿Cómo son las ballenas patagónicas?

Cada una de las ballenas que llega a Península Valdés, en la Patagonia argentina, tiene nombre. Pueden llamarse Cassiopeia, Gabriela, Antonia, Mario o Josephine. Desde 1970, el científico Roger Payne comenzó con los trabajos tendientes a identificarlas para conocerlas más. Descubrió que, a través de las callosidades que se forman en la parte superior y lateral de la cabeza, era posible diferenciarlas. Esa distribución es particular en cada individuo y permanece a lo largo de toda su vida. Es su “huella digital”, y con los datos que proporciona se pueden realizar censos poblacionales, y obtener información específica sobre los variados aspectos de su comportamiento.

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Ese hallazgo fue el punto de partida del programa que representa el estudio de mayor continuidad sobre una especie de ballena barbada, y que hoy tiene a cargo el Instituto de Conservación de Ballenas (ICB) en la Argentina.

Unos 1.300 ejemplares están perfectamente individualizados en el área donde cada año se concentra la segunda mayor población de ballenas del mundo, sólo superada por la que se asienta en Nueva Zelanda, Oceanía. Las que llegan al sur de la Argentina se refugian varios meses en los golfos Nuevo y San José de Península Valdés, saliente distintiva que tiene la provincia de Chubut.

Payne es además reconocido globalmente por haber descubierto, con su colega Scott Mc Vay, que las ballenas jorobadas cantan. Su especialidad era la acústica animal.

Empezó estudiando murciélagos, lechuzas y polillas, hasta que a través de un hidrófono (micrófono subacuático) tuvo la posibilidad de escuchar, en 1965, melodías largas, líricas y complejas: las canciones de las ballenas. Quedó cautivado. Estas melodías suelen tener mucha más duración que las de las aves; se extienden hasta media hora. Diferentes ejemplares las pueden ir encadenando en el mar, entrelazando sin pausa, por lo que una sesión de canto puede fluir ininterrumpidamente durante ¡24 horas!

En aquella época, Payne nadó por primera vez junto a una ballena jorobada. Dice que —aunque son grandes como un camión con acoplado— sus movimientos son extraordinariamente sutiles y fluidos. El científico buscaba la manera de que el mayor número de personas posible se fijara en ellas para salvarlas. “Para eso tenían que estar interesados, impresionados y, mejor aún, enamorados de esas criaturas”, reflexiona Roger.

Necesitaba entonces que la música de las ballenas se escuchara en todos los lugares posibles, y que la televisión multiplicara sus movimientos y canciones, para protegerlas de los pescadores que las sacrificaban con el fin de producir alimento para gatos y lápices labiales, dos de los principales productos para los que se mataban ballenas en aquel tiempo.

Durante muchos años grabó incesantemente a diferentes ejemplares y a manadas completas de ballenas jorobadas. Una compilación de esos registros viaja hoy por el espacio en el Voyager, y la organización National Geographic Society publicó las canciones, en un viejo disco flexible que distribuyó con la revista.

En los años 60, la publicación tenía diez millones y medio de suscriptores, por lo que tuvo que hacer el mismo número de copias: naturalmente se transformó en un récord para la industria discográfica mundial no superado aún. Sobre aquel éxito sin precedentes, Roger Payne asegura que las canciones son la principal herramienta para poner la cacería bajo control, consciente de que el número de ballenas muertas cada año para su comercialización, no cesa de aumentar.

“Yo pensaba que habíamos salvado a las ballenas, pero estaba equivocado, los problemas ambientales son enormemente más complejos ahora de lo que eran hace 30 o 40 años”, explica Payne. El conservacionista pone la mira en dos cuestiones cruciales para los cetáceos: los enganches en redes y sogas de pesca, y los contaminantes sintéticos que invaden los océanos. 

¿Hay matanza de ballenas en la actualidad?

En los últimos años han muerto ballenas francas en redes de pesca de Brasil y se han liberado más de 1.000 ballenas jorobadas de las redes de arenque en Terranova. Mueren atragantadas, o cuando no logran liberarse de las sogas en las barbas, de hambre. Sin embargo, el científico hace hincapié en los contaminantes sintéticos. Los peores son aquellos utilizados en herbicidas, pesticidas, y plásticos en general.

“Las sustancias venenosas se disuelven y son consumidas por predadores microscópicos, luego por animales pequeños pero ligeramente más grandes y así suben en la cadena alimentaria hasta los peces que comemos habitualmente”. Y agrega: “Dado que las ballenas y los humanos estamos en la cima de las cadenas alimentarias oceánicas, ambas especies recibimos altas concentraciones tóxicas”.

Hoy, a sus 73 años, Payne piensa en una gran campaña mundial que garantice la limpieza de los océanos, y evite una crisis en la salud pública global: el pescado de mar es la principal fuente de proteína animal para más de mil millones de personas. Una acción de proporciones puede ser efectiva para detener a Japón y Noruega, principales cazadores, y por otro lado disminuiría el riesgo de cáncer y malformaciones en una porción de la humanidad.

Su lucha en defensa de las ballenas y el hábitat natural aún continúa. A los 35 años, cuando llegó a Chubut, se alojó en un rudimentario puesto de observación que terminó construyendo cuatro años después. Sin luz eléctrica ni agua potable, se instaló por más de tres años con su mujer Kathy y sus cuatro hijos, para poder ver las ballenas bien de cerca. Convivió con ellas día y noche, en medio de la serenidad que depara uno de los cielos más bellos del mundo. Solía despertarse con el sonido de los animales, y lejos de molestarse, tomaba sus equipos y salía a observar meticulosamente el comportamiento de cada uno de ellos. Aún hay huellas de sus fotos y anotaciones.

En ese entorno Payne reflexionó reiteradas veces frente a quien quería escucharlo, y lo sigue pregonando en Vermont, Nueva Inglaterra, en los Estados Unidos, donde vive ahora: “Si aniquilamos a las ballenas no sólo perderemos su presencia física, sino también su presencia en nuestra imaginación y en nuestros sueños”.

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