El fuego dejó a Franck irreconocible, pero no le quitó la esperanza. Aún tenía a su hermano gemelo.
Lisa Fitterman
EL PACIENTE YACE en coma inducido al interior de la unidad para
quemados del Hôpital Saint-Louis en París; tiene el cuerpo carbonizado,
ampolloso, inflamado. Tras 72 horas de intentar salvar los restos de piel
viable, el profesor Maurice Mimoun revisa la historia clínica del joven y se
prepara para hablar con los familiares.
“Franck
Dufourmantelle”, lee en voz alta el cirujano plástico. “Nacido el 28 de
diciembre de 1983; 32 años; sufrió quemaduras durante una explosión de químicos
en el lugar de trabajo; lesiones profundas en todo el cuerpo salvo en los pies
y parte de la pelvis”.
Como jefe de la
unidad que recibe algunos de los casos más extremos de quemaduras en el país,
el doctor Mimoun rellena el resto de los campos con facilidad. Antorcha humana
en segundos. En teoría, estaba muerto antes de llegar aquí en helicóptero.
Con un suspiro,
entra en la sala de espera. “Franck sufrió quemaduras en más del 95 por ciento
del cuerpo y perdió casi toda la piel; no hay nada que lo proteja de las
infecciones bacterianas ni del estado de choque”, señala. “Estamos haciendo
todo lo posible, pero…”.
El mensaje es
claro. La novia de Franck, Clémentine Étrillard, quien da clases en una
escuela, rompe en llanto. Pero su hermano Eric no se resigna. “Franck no se
puede morir”, exclama indignado. “Haga algo. Es mi hermano gemelo”.
Mimoun se
detiene, sorprendido. “¿Son gemelos?”, pregunta mientras mira al hombre de
barba y múltiples tatuajes que se encuentra de pie frente a él con los puños
cerrados. “¿Gemelos idénticos, del mismo óvulo?”
“Más idénticos no
va a encontrar”, responde Eric.
“Franck está tan
inflamado que jamás me habría dado cuenta”, replica Mimoun. “Hay un rayo de
esperanza. En el caso de los gemelos idénticos, podemos hacer un trasplante de
piel. ¿Estaría usted dispuesto?”.
“Si con eso se
elevan las probabilidades de Franck, sin duda”, contesta Eric.
SIEMPRE FUERON inseparables: Franck y Eric, Eric y Franck. Rara
vez el uno sin el otro e imposibles de distinguir. De cabello y ojos castaños,
solían leerse el pensamiento y asombrar a los demás con su profunda conexión
emocional. Toda la vida, desde la infancia hasta la universidad y luego en la
edad adulta, tuvieron las mismas amistades y los unió su amor por las artes
marciales, el hip-hop a todo volumen, el rock y los tatuajes. Eran los mejores
amigos, almas gemelas.
Y entonces algo
cambió… La tarde del 27 de septiembre de 2016, Eric, hermano mayor por diez
minutos, escuchó sonar su teléfono. Estaba tranquilo. Tomó la llamada durante
su turno en un laboratorio farmacéutico de Amiens. La novia de su hermano,
Clem, estaba en la línea llorando y sin poder expresarse.
“Se trata de
Franck”, logró articular finalmente. “Hubo una explosión de sustancias
químicas. Eric, fue muy grave”.
Para entonces,
Clém ya había alertado a Fanny Robert, pareja de Eric y madre de su hijo,
Jules, de ocho meses. Fanny los llevó en su auto a la planta de caucho donde
vivía y trabajaba Franck, en Moreuil, 30 kilómetros al sur de Amiens. Llegaron
justo para presenciar el despegue del helicóptero que trasladaría a Franck al
hospital Saint-Louis de París a 138 kilómetros.
MIMOUN, hombre alto y delgado, con una sombra de cabello oscuro y lentes sin
armazón, se encuentra sentado tras el escritorio de su consultorio. En caso de
quemadura, le explica a Eric, los mejores injertos son los que provienen del
mismo paciente.
Normalmente se
toman de áreas del cuerpo que no se ven, como los glúteos, la parte superior de
los muslos y el cuero cabelludo. Los injertos de otros donantes solo se colocan
de manera provisional para dar tiempo a que los cirujanos extraigan tejido sano
del mismo paciente, si es que aún queda algo.
“Pero su piel es
la de Franck”, señala el especialista. “Ambos comparten el ADN, tienen las
mismas células. Este sería el mayor trasplante de piel jamás hecho entre
hermanos gemelos afectados por quemaduras; con esto, le daríamos a Franck una
oportunidad de vida”.
Eric está listo
para comenzar ahí mismo y Clém y Fanny apoyan la decisión. Pero antes, el
hospital debe comprobar sin lugar a dudas que Eric está consciente de lo que le
espera. Las preguntas llegan rápidas y furiosas.
“¿Está listo para
enfrentar el dolor de la cirugía y la recuperación? ¿Se da cuenta de que pasará por lo menos seis
semanas hospitalizado y algunos meses en rehabilitación? ¿Comprende que a pesar
de todo este esfuerzo su hermano podría morir?”.
Salvo por una
pregunta, Eric contesta a todo con la misma frase contundente: “No importa”. Al
enfrentarse al último cuestionamiento, dice sencillamente: “Quiero darle la
oportunidad”.
Es viernes por la
noche. Ya es tarde y ha empezado el fin de semana. Eric necesita darle trámite
a aquello; no obstante, dado que está a punto de convertirse en un donante
vivo, el hospital necesita la aprobación de la autoridad sanitaria francesa.
Por alguna razón desconocida, la dependencia está abierta y autorizan el
procedimiento al instante.
“Eres el primer
milagro. El segundo ha sido la autorización”, señala lleno de gozo Mimoun.
“Ahora, hay que prepararte”.
El domingo 2 de
octubre de 2016, seis días después de la explosión, el personal médico afeita
la cabeza de Eric y traza un rectángulo en su muslo derecho. La mañana del
lunes, los hermanos entran en camilla a quirófanos contiguos. Franck se aferra
a la vida aún en estado de coma. No sabe lo que su hermano está a punto de
hacer por él.
Cual, si se
tratara de un mantra, Eric no deja de repetir: vas a vivir, Franck; vas a
vivir. Luego se queda dormido. La anestesia ha surtido efecto.
DURANTE ESTA CIRUGÍA —la primera de tres en un período de 44 días—
Mimoun literalmente arranca la mitad de la cabellera de Eric para obtener
delgadas capas de piel superficial y de la dermis subyacente con todo y vasos
capilares, terminaciones nerviosas, glándulas sudoríparas y folículos pilosos.
Tras suturar la lesión del cuero cabelludo, se dirige al muslo izquierdo y
procede del mismo modo. La maniobra toma unas dos horas. Todo sale bien. El
dolor, intenso y punzante, vendrá después, una vez que el paciente despierte de
la anestesia. Los analgésicos atenuarán la sensación, pero no la eliminarán del
todo.
Ya que Mimoun
termina con Eric, otros miembros del equipo toman la piel y la pasan por una
máquina que estira y perfora los tejidos de modo que parecen medias de red.
Cuando los expertos colocan el injerto sobre el cuerpo de Franck, la sangre
empieza a circular con facilidad.
Luego de un
descanso de cuatro días, los gemelos vuelven a quirófanos contiguos. Esta vez,
Franck recibirá piel obtenida de la espalda y el otro muslo de Eric. Después
del procedimiento Clém, Fanny y Eric sueltan la pregunta a Mimoun: “¿Está
funcionando?”.
A lo largo de dos
semanas, la respuesta de Mimoun es la misma: paciencia. Pero finalmente, les
informa. “Sí”—al parecer sí. La tercera cirugía se lleva a cabo el jueves 10 de
noviembre, una vez que el cuero cabelludo de Eric ha cicatrizado lo suficiente
como para extraer más tejido.
Aunque a estas
alturas el donante sabe bien que le espera mucho dolor, ya nada importa.
“El punto ahora
no es si Franck va a despertar”, dice Eric. “Sino cuando”. Durante la
convalecencia, Eric visita a su gemelo cada vez que puede, sin importar los
vendajes y el esfuerzo de arrastrar el tripié con la bolsa de solución IV.
A veces, Eric le
pone música hip-hop y rock a Franck, con la esperanza de que las canciones
penetren el inconsciente de su hermano. En otras ocasiones, le habla sobre su
infancia, sus equipos deportivos favoritos y la batalla que dio Eric contra el
cáncer testicular cinco años antes. Entonces fue Franck quien lo alentó.
También tienen
recuerdos más profundos: hechos traumáticos que forman parte de su historia y
que casi nunca son tema de conversación. Dos bebés idénticos, sentados uno al
lado del otro en la sala de la casa paterna en Amiens.
Su padre les pide
que sean fuertes. Su mamá tuvo un accidente vehicular y ahora está en el cielo.
Tienen ocho años. En los días siguientes, empacan sus cosas para mudarse a casa
de los abuelos en Moreuil.
“Papá no podía
cuidarnos porque trabajaba mucho en el restaurante. Era cocinero”, recuerda
Eric en voz alta. “¿Te acuerdas? Juramos que siempre seríamos tú y yo, juntos”.
LUEGO DE UN MES en coma, los médicos despiertan a Franck
sutilmente. Desorientado por todos los tubos, las máquinas y los analgésicos, empieza
a entrar en pánico. Mátenme, piensa. Solo mátenme. Vuelve a quedarse dormido y
entre sueños ve un incendio.
Más tarde, Franck
despierta de nuevo. Esta vez ve una cara tan familiar como la suya flotando
sobre él. Eric. Pero su hermano trae la cabeza vendada y está vestido con una
bata de hospital.
“¿Qué te pasó?”,
pregunta Franck con voz ronca.
“¡Qué te pasó a
ti!”, le dice Eric. “Te doné 45 por ciento de mi piel”.
Franck empieza a
llorar. “¿Hiciste eso por mí?”
“Es como si tú
fueras yo”, sonríe Eric. Y luego, le saltan las lágrimas a él también.
A mediados de
diciembre de 2016, Eric vuelve al trabajo. El cabello le ha vuelto a crecer. La
piel nueva que cubre su cuerpo luce roja como sarpullido.
De vuelta en el
hospital, cada mañana tras despertar, Franck empieza a trabajar arduamente con
la fisioterapeuta para doblar las extremidades que no ha movido en un mes. Al
principio, las sesiones duran cosa de minutos; lo suficiente para sentir el
dolor y la frustración. Quien en otro tiempo fuera un atleta, ahora no puede ni
doblar los dedos. A pesar de todo, sigue intentando.
En febrero de
2017, Franck, delgado y demacrado, empieza a caminar titubeante y a pasitos; el
esfuerzo se nota en su rostro. La escena no hace más que recordar el gran
progreso del hombre que llegó al hospital casi en cenizas.
Comenta: “Los
sorprendí, ¿cierto?”.
En marzo, lo
trasladan a un centro de rehabilitación de tiempo completo en Coubert, 50
kilómetros al sudeste de París. Ahí se mira al espejo por primera vez. Ve sus
articulaciones retorcidas cubiertas de cicatrices color rojo brillante con
estrías blancas.
Ahora vislumbra
lo que queda de un oído, del abdomen. Sus musculosos brazos y piernas han
desaparecido: lucen cual edredón de parches.
Lo invade una
tristeza cruda y profunda. Hace lo que puede para alejarla y tanto los
fisioterapeutas como los terapistas ocupacionales intentan ayudar; no obstante,
con Clém y Eric de vuelta en el trabajo a 180 kilómetros de distancia, a veces
lo más fácil es rendirse.
“¿En qué me he
convertido? ¿Qué pensará la gente de mí?”, llora con Eric durante una de las
pocas visitas de fin de semana.
“¡Momento!”, le
increpa su hermano con tono severo. “Esto es poco a poco. La gente dirá que
eres fuerte y decidido. De hecho, ya lo piensan”.
Así que Franck
trabaja arduamente, minuto a minuto, hasta que un día en septiembre lo dan de
alta y regresa a Moreuil con Clém, Eric, Fanny y su sobrinito, Jules, quien a
sus casi dos años ya habla y camina.
Aunque Franck
sigue en rehabilitación, desde 2017 dejó de estar internado. Todas las mañanas,
justo antes de las nueve, una ambulancia lo busca y lo lleva a un centro de
rehabilitación en
Corbie, a 18 kilómetros.
Por la tarde,
alrededor de las cinco, lo busca y lo lleva a casa. Su rehabilitación incluye
de todo: desde prensas de piernas hasta la práctica del badminton pasando por
ejercicios de destreza.
“Es como un
trabajo de nueve a cinco”, bromea con Eric.
“Bueno, es tu
trabajo”, responde su hermano con sentido común.
ES SÁBADO 17 de
marzo a media mañana. Franck y Clém se apresuran a preparar el almuerzo para
Eric y Jules, que llegarán en cualquier momento. Franck ha utilizado un auto
especialmente adaptado para ir a la panadería local y comprar croissants y pain au chocolate. Hay jugo
de naranja, café y champaña.
“Esta es mi nueva
vida normal, con pequeñas victorias que consigo un día a la vez”, asegura. “He
aprendido a entrar a la panadería sin la preocupación de atraer las miradas de
la gente”.
De repente, la
puerta principal se abre de un golpe. Jules entra corriendo y abraza a su tío
antes de ir a la cocina. Eric entra después del niño, fuerte y sonriente, y
toma asiento junto a su hermano.
Aunque Franck
está mucho más delgado y con un párpado ligeramente caído, de cierto modo aún
son difíciles de distinguir: gemelos que ahora, más que nunca, forman parte el
uno del otro.
“Al principio fue
loquísimo”, relata Eric. “Me sentaba al pie de tu cama, decía cualquier cosa
que se me ocurría y te ponía música”.
“¡Y yo escuchaba
aún en coma!”, exclama Franck.
Luego ríe y se
levanta la manga derecha para mostrarle el resto de un tatuaje sobre su
antebrazo lleno de cicatrices. En tinta negra borrosa, figura la palabra vida.
“Es el único
tatuaje que me quedó”, asegura. “Debe significar algo”.