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Bienvenidos, Robots

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Los dispositivos diseñados para “vivir” y trabajar entre nosotros ingresan constantemente en nuestra vida diaria. ¿Estamos preparados para ellos?

Si usted es como la mayoría de las personas, probablemente jamás haya conocido a un robot. Pero lo hará. Yo conocí a uno un día soleado y ventoso, en enero de 2020, en las praderas de Colorado, Estados Unidos, acompañado por un joven de 31 años llamado Noah Ready-Campbell. Hacia el sur, turbinas eólicas se extendían hasta donde alcanzaba la vista. Frente a mí había un agujero que se convertiría en el cimiento de otra turbina. Una excavadora Caterpillar 336 estaba cavando ese hoyo, de 19 metros de diámetro, con paredes que se inclinaban hacia arriba en un ángulo de 34 grados y una base de tres metros de profundidad casi perfectamente nivelada. Cada inmersión, excavación, elevación, giro y caída de la máquina de 41 toneladas requería un control firme y un buen criterio. En América del Norte, los operadores de excavadoras profesionales ganan hasta 100.000 dólares al año. Sin embargo, el asiento de esta excavadora estaba vacío. Ready-Campbell, cofundador de Built Robotics, se subió a la máquina y levantó la tapa de un compartimiento en el techo. Dentro se hallaba el producto que fabrica su compañía, un dispositivo de más de 90 kilos que desempeña un trabajo que antes requería a un ser humano.

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“Aquí es donde funciona la IA”, dijo el joven al tiempo que señalaba las placas de circuito, los cables y las cajas de metal que componían la máquina: sensores para indicarle su ubicación, cámaras para poder ver, controles para enviarle comandos a la excavadora, dispositivos de comunicación que permiten a los humanos monitorearla y el procesador donde su inteligencia artificial (IA) toma decisiones. Cuando yo era chico, creía que los robots lucirían y actuarían como humanos, igual que C-3PO de La guerra de las galaxias. Pero los robots reales que se estaban instalando en las fábricas eran muy diferentes. Hoy, millones de estas máquinas industriales atornillan, sueldan, pintan y realizan otras tareas repetitivas en líneas de montaje. A menudo apartados para mantener a salvo a los trabajadores humanos que quedan, son lo que la roboticista Andrea Thomaz, de la Universidad de Texas, llama gigantes “mudos y brutos”. El dispositivo de Ready-Campbell no es así, ni como C-3PO. Más bien se trata de un nuevo tipo de robot que dista de ser humano, pero que, aun así, es inteligente, hábil y móvil. Alguna vez poco conocidos, estos dispositivos —diseñados para “vivir” y trabajar con personas que jamás han conocido a un robot— están migrando constantemente a la vida diaria. Los robots ya almacenan y transportan productos en las bodegas. Hacen inventarios y limpian pisos en Walmart. Cortan lechugas y recogen manzanas. Ayudan a los niños autistas a socializar y a las víctimas de accidentes cerebrovasculares a recuperar el uso de sus extremidades. Y eso fue antes de la pandemia de COVID-19.

De pronto, reemplazar a las personas con robots parece algo sensato a nivel médico, si no es que esencial. Hoy en día, los robots entregan alimentos en Milton Keynes, Inglaterra, transportan suministros en un hospital de Dallas, desinfectan habitaciones de pacientes en China y Europa y deambulan por los parques en Singapur, instando a los peatones a mantener el distanciamiento social. La primavera pasada, en medio de un colapso económico mundial, los fabricantes de robots con los que había tenido contacto por primera vez en 2019 dijeron estar recibiendo más, no menos, consultas de clientes potenciales. La pandemia ha hecho que cada vez más personas se den cuenta de que “la automatización será parte del trabajo”, comentó Ready-Campbell en mayo. Incluso antes de la crisis por el Covid, las tendencias tecnológicas estaban acelerando la creación de robots. Las piezas mecánicas se volvieron más ligeras, baratas y resistentes. La electrónica fue capaz de reunir una mayor potencia informática en dispositivos más pequeños. La mejoría en las comunicaciones digitales permite a los ingenieros conectar a cientos de robots, haciendo posible que compartan una inteligencia colectiva, como la de una colmena. “Ya nos acostumbramos a tener una inteligencia artificial que podemos llevar con nosotros”, señala Manuela Veloso, roboticista de la Universidad Carnegie Mellon en Pittsburgh, mientras levanta su teléfono inteligente. “Ahora tendremos que acostumbrarnos al tipo de inteligencia que posee un cuerpo y va y viene sin nosotros”. Fuera de su oficina, los “cobots” —robots colaborativos— de su equipo se desplazan por los pasillos guiando a los visitantes y entregando documentos. Parecen iPads montados en exhibidores con ruedas. “Es un hecho inevitable que tendremos máquinas, criaturas artificiales, que serán parte de la vida diaria”, añade Veloso. “Cuando uno empieza a aceptar robots a su alrededor como una tercera especie, junto con mascotas y seres humanos, desea relacionarse con ellos”. Todos tendremos que descubrir cómo hacerlo.

A Vidal Pérez le agrada su nueva compañera laboral. Durante siete años de trabajo para Taylor Farms en Salinas, California, el hombre de 34 años solía inclinarse desde el torso en un campo de cultivo y, con la ayuda de un cuchillo de 18 centímetros de largo, cortaba la cabeza de una lechuga romana, desechaba las hojas marchitas y la echaba en un contenedor. Sin embargo, desde 2016, un robot se encarga de la tarea de cortar lechugas. Se trata de una cosechadora parecida a un tractor, de 8,5 metros de largo, que se desplaza entre las hileras de cultivo y corta una cabeza de lechuga cada vez que la detecta su sensor. Luego, una cinta transportadora lleva la lechuga cortada hasta la plataforma de la cosechadora, donde unos 20 trabajadores la clasifican en contenedores. Conocí a Pérez mientras tomaba un descanso de su trabajo en un campo de cultivo de nueve hectáreas destinado a proveer de lechugas romanas a los clientes de tiendas de comestibles y comida rápida de Taylor Farms. “Esto es mejor, porque uno se cansa mucho más cortando lechugas con un cuchillo que con esta máquina”, me dijo. Montado en el robot, gira contenedores en la cinta transportadora. No todos los trabajadores prefieren el nuevo sistema, agregó. “Algunas personas quieren quedarse con lo que saben. Y otras se aburren de estar paradas en la máquina”. “Estamos experimentando un cambio generacional… en la agricultura”, indicó Mark Borman, director de Taylor Farms California. A medida que los trabajadores de mayor edad se van, los más jóvenes ya no quieren quedarse con los trabajos agotadores. Las restricciones a la migración transfronteriza tampoco han ayudado. “Estamos creciendo y nuestra fuerza laboral se reduce; por eso, los robots representan una buena oportunidad para ambos”, añadió. Esta fue una queja constante entre los empleadores de agricultura y construcción, manufactura y atención médica: estamos asignando tareas a los robots porque no podemos encontrar personas que las hagan. En el parque eólico de Colorado, unos ejecutivos de la Compañía Mortenson —empresa de construcción que contrató robots de Built Robotics— me cuentan sobre la grave escasez de trabajadores calificados que hay en su industria. “Los operadores dicen cosas como: ‘¡Ay, no!, aquí vienen los asesinos de empleos”, señala Derek Smith, gerente de innovación de Mortenson. “Pero cuando ven que el robot les quita mucho trabajo repetitivo y siguen teniendo bastante que hacer, su percepción cambia rápidamente”

Una vez que el robot terminó la excavación que estábamos observando, un humano montado en una excavadora alisó el trabajo e hizo rampas. En un mundo ahora temeroso del contacto humano, no será fácil cubrir puestos de trabajo en el cuidado de niños o ancianos. Maja Matari, científica informática y roboticista de la Universidad del Sur de California, está desarrollando “robots de asistencia social”, máquinas que brindan apoyo social en lugar de trabajo físico. Caminamos por el laboratorio de Matari, un laberinto de jóvenes dentro de cubículos trabajando en las tecnologías que podrían, por ejemplo, permitir que un robot ayude a mantener la conversación en un grupo de apoyo o responda de manera empática. Le pregunté a Matari si la gente se asustaba al pensar que una máquina vigilaría a su abuelo. “Las personas que atienden a otras personas en este país están mal pagadas y subestimadas”, dijo ella. “Hasta que eso cambie, tendremos que usar robots”.

Días después de haber visitado el laboratorio de Matari, 32 kilómetros al sur de la universidad vi a cientos de estibadores marchar en protesta contra los robots.

Pedro ha pasado por problemas económicos antes, a medida que la pesca, el enlatado y la construcción naval se dispararon y fracasaron. El problema con los robots, señala Buscaino, es la velocidad con la que los empleadores los están introduciendo en la vida de los trabajadores. “Hace años, mi papá vio que la pesca estaba llegando a su fin, así que consiguió trabajo en una panadería”, añadió. “Pudo hacer el cambio. Pero la automatización tiene la capacidad de apoderarse de los trabajos de la noche a la mañana”. Los economistas no están de acuerdo en cuánto y cuán pronto los robots afectarán los trabajos futuros. Sin embargo, varios expertos coinciden en una cosa: algunos trabajadores tendrán mayor dificultad para adaptarse a los robots. “La evidencia es bastante clara respecto a que hay mucho, mucho menos trabajos de producción manual y de ensamblaje en las industrias que están adoptando robots», menciona Daron Acemoglu, economista del Instituto de Tecnología de Massachusetts, que ha estudiado los efectos de los robots y otros tipos de automatización. “Eso no significa que la tecnología del futuro no pueda crear puestos de trabajo. Pero la idea de que adoptaremos tecnologías de automatización por todas partes, así como la creación de múltiples puestos de trabajo es una fantasía deliberadamente engañosa e incorrecta”. Mucha gente, como Buscaino, teme que los robots no se hagan cargo únicamente del trabajo pesado, sino de todo el trabajo, o al menos de las partes desafiantes, honorables y bien pagadas. La gente también teme que los robots hagan que el trabajo sea más estresante, quizá incluso más peligroso. Beth Gutelius, planificadora urbana y economista de la Universidad de Illinois en Chicago que ha investigado la industria de los depósitos, me contó sobre un almacén que visitó luego de que este introdujera robots. Las máquinas entregaban rápidamente productos a los humanos para que los empacaran, lo cual ahorraba a los trabajadores caminar mucho, pero también los hacía sentir apresurados y eliminó la oportunidad que tenían de hablar entre ellos. En San Pedro, los estibadores acordaron poner fin a la lucha contra los robots a cambio de que 450 mecánicos se “capaciten” o sean entrenados para trabajar con los robots. Otros 450 trabajadores serán “reentrenados” o capacitados para trabajar en nuevos puestos de trabajo amigables con la tecnología. Queda por ver qué tan eficaz será todo este perfeccionamiento, especialmente para los trabajadores de mediana edad, añade Buscaino.

Ya estamos sintiendo un apego por los robots

Algunas unidades militares han llevado a cabo funerales para robots encargados de despejar bombas que explotaron en acción. Las enfermeras hacen bromas con sus colegas robots en los hospitales. A medida que los robots sean más reales, probablemente la gente les brinde mayor afecto y confianza. Adaptarse a su presencia, comentan los expertos, debe iniciar con expectativas realistas. Los robots se pueden programar o entrenar para llevar a cabo una tarea bien definida —cavar un cimiento, cosechar lechugas—, pero ninguno puede igualar la capacidad de la mente humana para desempeñar varias tareas distintas, sobre todo las inesperadas. Ninguno ha dominado aún el sentido común. Los robots actuales tampoco pueden igualar las manos humanas, señala Chico Marks, gerente de ingeniería de fabricación de la planta automotriz de Subaru en Lafayette, Indiana. Esta planta, como las de todos los fabricantes de autos, ha utilizado robots industriales estándar durante décadas. Marks me mostró una combinación de cables que deben serpentear a través de una sección curva cerca de la puerta trasera de un futuro auto. “Enrutar un arnés de cableado en un vehículo no es algo que se le dé bien a la automatización”, señala. “Se requiere un cerebro humano y retroalimentación táctil para saber que está en el lugar correcto y que quedó bien conectado” Las piernas de los robots tampoco son muy eficaces. En 1996, Veloso, el roboticista de inteligencia artificial de Carnegie Mellon, fue parte de un desafío para desarrollar robots que jugaran futbol mejor que los humanos para 2050. Actualmente, nadie espera que esto suceda pronto. “Es increíble lo sofisticados que son nuestros cuerpos como máquinas”, comenta Veloso. “Somos muy buenos para manejar la gravedad y lidiar con las fuerzas mientras caminamos, y al mantener el equilibrio cuando nos empujan. Pasarán muchos años antes de que un robot bípedo pueda caminar tan bien como una persona”.

Los robots no van a ser personas artificiales

Necesitamos adaptarnos a ellos, y la mayoría de los fabricantes de estas máquinas son ingenieros en robótica que toman en cuenta los sentimientos humanos. Bossa Nova Robotics fabrica un robot que recorre miles de tiendas en América del Norte escaneando los estantes para llevar el inventario. Los ingenieros de la empresa querían que a los compradores y trabajadores les agradara la máquina, pero no tanto. Si el robot era demasiado industrial o demasiado extraño, alejaría a los compradores. Pero si era demasiado amigable, la gente charlaría con él y entorpecería su trabajo. Así que terminó siendo algo similar a un acondicionador de aire portátil, de casi 2 metros de altura, con un periscopio adjunto, sin rostro ni ojos. Sarjoun Skaff, cofundador y director de tecnología de Bossa Nova Robotics, señaló que, a la larga, los robots y las personas tendrán “convenios de interacción” que permitirán a los humanos saber “cómo interpretar lo que hace un robot y cómo comportarse cerca de él”. Por ahora, los fabricantes de robots y la gente común experimentan hacia esa meta. Más allá de todo lo anterior, hay que decir que, por mucho que avancen, hay una tarea que los robots no nos ayudarán a resolver: decidir cómo, cuándo y dónde usarlos.

Tomado de National Geographic (Agosto de 2020). © 

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