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El derrame de petróleo es incontenible

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El basurero del Golfo es el nombre que se le da a este lugar.

El guardaparques y naturalista William Botts tiene a cargo la patrulla de 160 kilómetros de playas vírgenes en Corpus Christi, en el estado de Texas, en los Estados Unidos. El área que protege Botts pertenece al Golfo de México y está ubicada a unos cientos de kilómetros debajo del pozo que por estos días mana petróleo inconteniblemente. Vive entre tortugas marinas y aves migratorias de Sudamérica provenientes de las corrientes del Golfo.

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Conoce sobre la contaminación en el agua

Durante el último rastrillaje de limpieza, él y sus colaboradores recogieron unas 120 toneladas de basura entre las que se incluyen lavarropas oxidados, plásticos en todas sus densidades, latas, botellas y recipientes con restos de los agroquímicos que se utilizan en los sembradíos. Para su disgusto trabaja en la zona que se ha dado en llamar “el basurero del Golfo” por los desperdicios que se acumulan provenientes de miles de kilómetros. Tamaña nominación viene desde antes del derrame y sirve para mencionar el estado más visible de la degradación que caracteriza al Golfo de México, el noveno cuerpo de agua más importante del mundo y de cuyos recursos se sirven tres países: Estados Unidos, México y Cuba.

El hombre tiene 40 años de experiencia y desde hace diez lidia con las condiciones que lega de la agricultura a gran escala, las poblaciones pegadas al mar (Estados Unidos se caracteriza por tener los litorales más urbanizados del mundo) y otras suciedades originadas por los copropietarios del Golfo. “La salud del Golfo no tiene fronteras”, dice terminante debajo del ala de su sombrero.

Y su tono es más grave cuando anuncia que se preparan para establecer barreras de contención en caso de que las corrientes cálidas desplacen el petróleo y éste afecte las aguas en superficie que le toca custodiar.

En los últimos dos meses es su obsesión de cada mañana: sube al mirador no bien aclara y otea el horizonte en busca de la temible mancha negra. Él sabe lo que eso puede acarrear: tortugas empetroladas, la mortandad de cientos de especies, la negritud sobre la playa y la soledad ante la espantada general que produce el cuadro en los turistas ávidos de aguas lozanas y arenas claras para descansar.

El escenario del derrame es el mismo donde murió la tortuga más grande conocida en el mundo —más de 900 kilos— al confundir trozos de plástico con las medusas con las que se alimentan. También el espacio donde se aloja una zona muerta, equivalente a la superficie del estado de Massachusetts, ubicada en la desembocadura del río Mississippi.

En esa porción de mar efectivamente ya no hay vida de ningún tipo, pues los tóxicos diseminados en el cuerpo de agua mataron a las algas y los microorganismos vitales para el desarrollo del ecosistema.

“En el Golfo, el medioambiente y la economía coexisten y compiten encarnizadamente”, nos deja dicho el guardián. Esa frase me retumba el resto del día que paso frente a la playa y me remite directamente al Harte Institute, un moderno espacio de investigación que nuclea a los principales especialistas en la salud del Golfo de México.

Los investigadores en jefe Larry McKinney y Richard McLaughlin lo caracterizan acabadamente, explican su significancia en términos económicos y las pérdidas originadas antes del derrame de petróleo que nos ocupa.

En el Golfo de México se levantan 6 de los 10 puertos más importantes de los Estados Unidos. Alberga el 50 por ciento de todos los humedales de la nación, el 90 por ciento de todos los pastos marinos y el 30 por ciento de los manglares. La mitad del gas natural y el 44 por ciento de la producción total del crudo de Estados Unidos provienen de allí, y el 85 por ciento de la producción de camarón sale del escenario del derrame.

La mayoría de las especies de pesca está en retroceso y con peligro real de perderse por la sobreexplotación. El drenaje de aguas servidas y el desarrollo sin medida causan el 50 por ciento de las pérdidas, según el Instituto Harte.

Los estados costeros de Alabama, Lousiana, Mississippi y Texas son responsables de la descarga de productos químicos tóxicos en aguas superficiales. En Texas reside el Instituto Harte y a la vez anida el núcleo de la negación del cambio climático en el país; por lo tanto descreen que los daños al medioambiente sean tan ciertos como muestra la evidencia, por contundente que sea. “Es una situación frustrante”, dice uno de los profesores del Harte y el otro asiente con la cabeza. Y continúa: “el primer paso es que las personas acepten los hechos. Uno puede tener sus propias opiniones pero no sus propios hechos. Tenemos que convencer al público de que hay una realidad… hasta ahora los huracanes resultan ser el único elemento que a las personas les hacen ver que hay cambios. Hace falta discutir qué entendemos por desarrollo y, desgraciadamente, los recursos naturales no se han incorporado nunca a las variables que se plantean en el mundo de los negocios.

Pero ya es hora de comprender los costos de las decisiones que tomamos”, cierra reflexivo McLaughlin como atendiendo la premisa del instituto donde trabaja: “Pensar profundamente en las personas y el medioambiente relacionando la ciencia, la economía y la política”.

Las perforaciones en alta mar posiblemente nos sigan acompañando durante las próximas décadas. Minimizar los riesgos y garantizar la sanidad del entorno natural es una tarea primordial que les compete a la industria y a los gobiernos. Escuchar y apoyar a los científicos, y aun a los hombres apasionados que salen por las mañanas a ver el estado del mar, es un deber que las sociedades futuras les agradecerán. 

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