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Nacida para pintar

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Lita Cabellut: de vivir en la calle a ser una célebre artista y con una increíble historia detrás.
 

 

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Lita Cabellut es una de las artistas más exitosas de España. Su trabajo recorrió todo el mundo, y sus enormes lienzos se han vendido por sumas de seis cifras. A sus 55 años, es una experta en su oficio y lleva una vida que jamás habría soñado cuando era una chica de la calle y hacía lo que fuera necesario para sobrevivir en su barrio barcelonés. Cabellut ya no vive en Barcelona, pero está de visita en la ciudad, procedente de La Haya, donde reside. Ella es una glamorosa estrella bohemia de los pies a la cabeza: medio gitana, vivaz, con una risa ronca y el pelo negro azabache. Cuando habla de su vida y trabajo, está claro que tanto su carácter fuerte como su extraordinario talento son clave. “Mi vida estaba inmersa en un paisaje con mucha oscuridad —confiesa—, pero creo que cuando estás atrapada en un lugar oscuro, puedes dibujar una puerta en tu mente y atravesarla para ir hacia la luz. Siempre. Incluso cuando piensas ‘estoy demasiado cansada’, o ‘es demasiado difícil’”.

Cabellut creció en la Barcelona de Franco, un “lugar terrible y fracturado donde la gente pobre, en especial los gitanos y las mujeres con hijos y sin dinero, pasaban desapercibidos”.  Creció en el barrio del Rabal, que en los años 60 era un lugar marginal de prostitución, lleno de marineros borrachos y sórdidos bares. “Teníamos una habitación muy oscura — afirma—, y era mejor y más seguro estar en la calle. Lo normal era que los niños vivieran en las calles y las mujeres se prostituyeran para sobrevivir”. Empezó a actuar a sus anchas y utilizó su astucia para sobrevivir. Su vida tuvo momentos de alegría, pero básicamente era una “existencia miserable”, solitaria e insegura, explica.  A los ocho años se hizo dueña de su destino: fue a una comisaría de policía y pidió que la metieran en un orfanato. “Tenía un gran deseo de cambiar mi vida —declara—. Tenía derecho a una vida mejor”. “Esa fue la primera vez que dibujé una puerta y la atravesé. Dibujé la segunda a los 12 años, para cruzarla y aceptar ayuda y una nueva vida con una mujer muy fuerte, con mucha ética y mucho amor, que vino al orfanato y me adoptó”.

“Para los niños, vivir en la calle, y para las mujeres, caer en la prostitución para sobrevivir, era normal”. 

 Junto al mar, en la calma del acomodado barrio residencial de El Masnou, la madre adoptiva y la niña luchadora forjaron un profundo vínculo que duró hasta la muerte de la mujer hace siete años. “Ella me dio mi vida intelectual, educación y posibilidades. Cuando doy gracias por mi vida, pienso en ella”.

Cabellut fue por primera vez al colegio (en el orfanato no daban formación a las niñas) y aprendió a leer y a escribir. A los 13 años, hubo un momento que cambió su vida: el día que visitó el Museo del Prado en Madrid.

“Lo primero que vi fueron Las tres gracias, un gran cuadro de Rubens. Siempre me había preguntado cómo crear un mundo imaginario, y en ese preciso instante me di cuenta de que había alguien que lo había conseguido a través de la pintura. Desde ese momento, vi cómo podía crear mi propio mundo, esconder cosas en él y expresarme a través de él”. Cabellut decidió que quería ser una gran artista; el no haber pintado nunca no era obstáculo. Recibió clases, estudió las obras de Goya y viejos maestros como Velázquez y Rembrandt, practicó de manera obsesiva y —afortunadamente— mostró su mágico talento.

A los 19 años fue a Ámsterdam a estudiar Bellas Artes en la Academia Rietveld y después de graduarse (y tras un viaje en bicicleta de ocho meses por el este de África con un amigo y un perro, que acabó a causa de un caso de malaria casi mortal), se quedó en Holanda, para vivir la vida de una artista luchadora. Su deseo de perfeccionar la técnica era abrumador: “Como con el Kung Fu, practicaba lo mismo una y otra vez. Me decía a mí misma: ‘No sé qué estoy haciendo o dónde me lleva esto, pero sé que tengo que seguir practicando’. “Al principio hacia trueques con mi trabajo: tú pagas mis facturas de luz o del supermercado y yo te pinto un cuadro. Pero recuerdo la primera vez que vendí un cuadro en la Galerie Artline de La Haya. El propietario, Bill Barends, dijo: ‘Lita, tengo algo para ti’, y me sentí avergonzada. ¡Vergüenza! Dije: ‘¿Cómo puedo aceptar dinero por esto? No estoy preparada, ¡no soy lo suficientemente buena!’ “Dios mío, sentía que estaba robando. Tuve ese sentimiento hasta los 45 años. Ahora está bien. Pienso: ¡Gracias, me lo he ganado!”

Para Cabellut no era suficiente dominar la técnica de humanizar sus cuadros: quería captar el alma. Sus inmensos y vibrantes retratos parecen estar a punto de inclinarse hacia adelante y confiar en el espectador. Pinta la belleza, pero triste, el orgullo, frágil y desprevenido (entre ellos a la artista Frida Kahlo y a la diseñadora de moda Coco Chanel). En su serie ‘Portrait of Human Knowledge’ (Retratos del conocimiento humano), captura la esencia de figuras icónicas, desde Charlie Chaplin y Pablo Neruda, a la Madre Teresa de Calcuta, “personas que cantaban, bailaban y escribían en tiempos muy difíciles: personas fuertes que mantuvieron su dignidad incluso en circunstancias terribles”. Ella sabe de estos temas y el proceso creativo es tranquilizador y al mismo tiempo catártico. “Paso mucho tiempo en silencio, pero cuando estoy pintando nunca estoy sola: estoy con mi gente y si no pudiera estarlo, creo que moriría de pena. “Una vez, alguien devolvió un cuadro diciendo que lo encontraba duro. Sé que, como yo, ha tenido una infancia difícil. Después de dos semanas volvió para decirme que debía conservarlo: ‘Me recuerda a algo que quiero olvidar, pero es mejor que no lo olvide’, dijo”.

La habilidad de transmitir experiencias humanas comunes por medio del arte, da a su vida una gran motivación. “Una parte de mí es muy melancólica —confiesa—, y esto solo se puede exorcizar involucrándose en algo mucho más grande que yo. Vivir como un gran león en una pequeña jaula sería inútil”.

“Hay grandes monstruos en nuestros recuerdos… No podemos dar una solución a todo lo que nos molesta”. 

Este año está ocupada convirtiendo su pasado en un nuevo comienzo y preparando dos importantes exposiciones. Casi a escondidas, se ha convertido en la artista viva más exitosa de España. “Una amiga me llamó para decirme que estoy de moda”, suelta una risita. Se inaugura una retrospectiva de su obra en la Fundació Vila Casas de Barcelona el 5 de octubre y, más tarde, en ese mismo mes, se inaugurará otra exposición, Testimonio, en el Museo de Arte Contemporáneo de La Coruña. Este último espectáculo equivale a un autorretrato en múltiples facetas, o autobiografía, porque Cabellut es una narradora de historias que utiliza la pintura. También está trabajando con la compañía de teatro La Fura dels Baus, canalizando su pasión hacia el escenario y la decoración en la producción Le Siège de Corinthe, de Rossini, en el Festival de la Ópera Rossini en Pesaro, Italia, en agosto. Siempre consciente de su golpe de suerte, ha empezado un proyecto social destinado a ayudar a las niñas gitanas a seguir con sus estudios.

Dejamos el restaurante y damos un paseo, optando por las laberínticas calles medievales del Barrio Gótico, en lugar de por su antiguo barrio, convertido en la actualidad en un atrevido y moderno barrio con tiendas vintage y bares. “Convertimos nuestros recuerdos en grandes monstruos —comenta—. Es bueno volver y ver las cosas con perspectiva. Por eso, vine aquí y estoy en paz, pero los recuerdos permanecen en las piedras, los colores de las paredes, y las farolas; y me hablan”. ¿Qué dicen? “¡Dicen: menos mal que te fuiste!”, se ríe. “Ya sabes, al final no podemos encontrar una solución para todo lo que nos molesta”, dice Cabellut. Parece que es demasiado tarde para restablecer las rotas relaciones familiares del pasado. Tiene contacto con una hermana, pero no con su madre biológica, y en cuanto al destino de su padre: “¡Ni idea!” Sin embargo, ella ha creado la vida familiar que siempre quiso de pequeña: unida, revoltosa y cariñosa. Tiene tres hijos y una hija, Marta, que trabaja como su mano derecha. “Hemos creado una bonita familia”, cuenta Cabellut. “Quiero a mis hijos. Les he enseñado a ser fuertes, a tener opinión, y la dan. Nuestros debates son siempre de arte, filosofía y política. Es muy divertido, pero a veces les digo: ‘¿No podemos ver simplemente una película o no decir nada?’”. Nunca se ha casado. “Estoy muy feliz como estoy. Tuve dos grandes amores y puede que haya otro, pero si encuentro a alguien, no sabré dónde ponerlo. Hay mucha gente a mi alrededor y tengo mucho que hacer”.
Al llegar al final de la oscura calle, Cabellut sale a una plaza inundada de luz del sol. Está rebosante de alegría: “¡Esto es perfecto! ¡Simbólico! Salimos de las sombras para ir a la luz… una estupenda señal. Domino mi arte, puedo dedicarme completamente a la creación de arte. De repente, la comodidad de un pequeño estudio no es suficiente. Después de la ópera, ¿quién sabe? ¡Quizá ballet!”. “Estoy llena de energía. Eso es lo que trae la edad: la energía del conocimiento, la paz y la serenidad. He conocido muchos fantasmas y besado muchos monstruos de mi pasado. Ahora mi pasado y mi vida están bajo control y mis hijos están a salvo”.

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