Un grupo de vecinos les devuelve la belleza a dos arroyos que por años estuvieron contaminados.
Un hombre de campo
Ceferino debe tener unos 55 años. (Desde hace un tiempo pienso que preguntar la edad es una frivolidad, alcanza con calcularla.) Usa sombrero de paja, es de mediana estatura y tiene la cara redonda, cobriza, aindiada. Habla claro e hilvana frases que mezclan su historia personal con el plural del “nosotros”. Es que representa a un grupo de personas de Quilmes Oeste, un partido del Gran Buenos Aires, al sur.
Ceferino y los vecinos son parte de las poblaciones castigadas por el desprecio y la exclusión. El colectivo que toman para ir a trabajar está descolorido y se le notan los achaques cuando asoma la trompa por la calle de tierra; la salita donde se atienden cuenta apenas con los elementos indispensables para limpiar un corte superficial o atacar con aspirinas un poco de fiebre; la escuela más cercana, a la que mandan a sus hijos, está despintada y sufre el devenir de la educación pública argentina.
Comer, comen bien. Las mujeres se dan maña en la cocina para multiplicar los ingredientes y reutilizar cada gramo de lo que sobra.
Son gente de trabajo y militancia imprescindible para sobrevivir. Saben que nadie intentará torcerles el destino, son ellos mismos los que deben convertirse en artífices de ese cambio.
A los problemas que históricamente contribuyeron a sumirlos en la marginalidad, se les agrega la contaminación ambiental. Curtiembres, papeleras, industrias químicas, graseras y frigoríficos son los principales responsables de haber volcado sus desechos a los arroyos San Francisco y Las Piedras que pasan entre las casas de la gente.
La historia cuenta que, en otras épocas, los vecinos solían refrescarse en estos lechos.
Un día, el curso de agua se hizo insoportable. Las aguas estancadas y la pestilencia se extendieron más allá de los contornos que marcaba la ribera. Se derramó sobre el patio donde juegan sus hijos, invadió las plazas y las iglesias, la salita y la escuela despintada, la Sociedad de Fomento y las paradas del colectivo que viaja torcido. Y los vecinos se dieron cuenta de la gravedad del tema. Así, en 2005, decidieron tomar cartas en el asunto para cambiar la situación.
Como parte de la Comisión de Lucha contra las Inundaciones y la Contaminación (COLCIC), todos tenían tareas específicas: las mujeres salieron casa por casa a proclamar la necesidad de no arrojar más basura a los arroyos. A los que habitan la cuenca les dijeron que no tiraran más pañales al agua, ni envases de lo que sea, ni bolsas, ni pilas, ni nada.
Con los análisis del agua en sus manos y fotos de la podredumbre del arroyo, los hombres fueron a conversar con los directivos de las empresas que contaminaban la cuenca. Si los atendían, les hablaban con el corazón y les explicaban la peligrosidad del problema; cuando les cerraban la puerta, dejaban pequeñas notas, escritas a mano, con argumentos sencillos de entender. Hubo hombres de negocios que no contestaron jamás, pero otros se plegaron a la causa y empezaron a pensar de qué forma podían producir sin contaminar. Algunas empresas instalaron pequeñas plantas de tratamientos industriales.
Los integrantes de la COLCIC también le explicaron al gobierno provincial lo que iban a hacer; estaban decididos a terminar con una enfermedad que los perjudicaba sin distinción.
Con rastrillos, palas y baldes de lata sacaron mucha basura, pero la cantidad de residuos era tal que hizo falta una topadora, un guinche y un remolcador, todo provisto por la Municipalidad de Quilmes. Del agua sacaron ropa, cueros, autos, colchones, bolsas de basura, ramas, árboles caídos, animales muertos como cerdos, gallinas, perros, gatos, roedores y caballos en estado de putrefacción…
Fueron más de cien personas que trabajaron sin parar unos seis meses y los resultados fueron alentadores. Ceferino cuenta que, a raíz de esta limpieza, en el arroyo San Francisco ha vuelto la vida.
«Hay chicos que están pescando donde antes era un basural», asegura. Pero el grupo no se quedó sólo con la limpieza: proyectan realizar el trazado de una bicisenda a la vera de los arroyos para que definitivamente queden integrados a la vida comunitaria, plantar árboles en las riberas, brindar charlas en las escuelas, y armar programas de recuperación de espacios verdes que incluyan la participación comunitaria.
«Queremos que los vecinos dejen de creer que los arroyos son cloacas y basurales, que los consideren como un espacio de recreación», me apunta Ceferino con un entusiasmo contagioso.
En una recorrida final por los cursos saneados, una mujer me cuenta que una vez se preguntó si el agua podría devolverles la imagen de lo que son. En aquel entonces se paró frente al arroyo y no pudo mirarse. El agua podrida no podía ser el espejo de sus almas.
Ahora me invita a pararme frente al arroyo. Pide que abra bien los ojos y que le cuente qué veo. Le digo que veo algo bello y que ahí están ellos, reencontrándose con la belleza que ya tenían y que un conjunto de malas prácticas se empecinó en ocultar.
Cabezas blancas
La Comisión de Lucha contra las Inundaciones y la Contaminación tiene como objetivo principal resolver el problema de inundaciones en el oeste del Partido de Quilmes y controlar la contaminación que se concentra en los arroyos. Sus integrantes están empeñados en la recuperación del conurbano sur, donde viven tres millones de personas. A través de diferentes convenios prestan asesoramiento a los vecinos de 25 arroyos diferentes. En este sentido, la organización cuenta con lo que llaman “El Consejo de los cabezas blancas”. Está conformado por los ancianos y tiene como propósito asesorar y mediar en situaciones difíciles. Son muy respetados y siempre hay una instancia de decisión que los tiene como protagonistas. El Consejo reúne la sabiduría colectiva y los más jóvenes reconocen en ellos la raíz y la esencia de lo que son.
Sergio Elguezábal es periodista y especia-lista en temas ambientales. Desde 1995 conduce el programa TN?Ecología y publica en Internet un blog. (blogs.tn.com.ar/ecologia/).