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Los gorilas: animales en extinción

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Alarma: Estos grandes simios corren un alto riesgo de desaparecer.

¿Son como nuestros primos?

 

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Los grandes simios se nos parecen. El cerebro de chimpancés o gorilas es casi idéntico al de los humanos. Nuestro ADN sólo se diferencia en un 2 por ciento y el sistema inmune es tan semejante que podemos contraer las mismas enfermedades. Como nosotros, cada gorila tiene huellas digitales únicas que lo identifican. La sangre es similar y hasta podríamos recibir una transfusión de uno de ellos.

 

La afinidad no es solo biológica, también nos igualan los comportamientos y las emociones: la tristeza, la desesperación e incluso el humor. Los vínculos fraternales pueden durar toda su vida, unos 40 años promedio. Cuando un pequeño gorila queda huérfano, un familiar se hace cargo; asimismo cuando algún ejemplar sucumbe hay un rito de recogimiento que puede durar viarios días en derredor del cuerpo muerto. La similitud es tan grande que muchos piensan que debieran tener los mismos derechos que las personas.

 

“Son como nuestros primos”, dice Jane Goodall, la mujer que más sabe en el mundo sobre el comportamiento de los monos. Es Doctora en Etología (ciencia que estudia el comportamiento del animal en relación con el medio ambiente) por la Universidad de Cambridge y ha sido distinguida con más de 90 premios internacionales. A los 75 años cumplidos se posa en Buenos Aires para proclamar en un congreso mundial de conservación de bosques, en la universidad y hasta en los bares donde se alimenta frugalmente, que  “es posible hacer del planeta un lugar mejor para todos si aprendemos a convivir armónicamente con la naturaleza”. En su calidad de patrocinadora oficial del año del gorila, celebrado en 2009, cierra el año con la noticia de la frágil situación de los llamados Grandes Monos. La ONU ha motorizado una campaña mundial para salvarlos y en este 2010 se distribuirán los fondos recaudados para financiar proyectos de ecoturismo, introducir técnicas agrícolas para facilitar la repoblación forestal y luchar contra la caza furtiva.

 

El zoólogo británico Ian Redmond tiene los ojos claros y la misma paz que Goodall en su mirada. Se reencuentran en la Argentina para ofrecernos la única posibilidad de tenerlos juntos. Redmond es una de las figuras más destacadas de la zoología mundial y su vida transcurre entre gorilas y manadas de elefantes. “Visitar todos los días a los animales te hace formar parte de su familia”, dice el zoólogo y agrega: “Es notable cómo vienen y se acercan con mucha sociabilidad; últimamente lo he vuelto a comprobar con los gorilas más chicos de un grupo de estudio: dos años después de haberlos conocido, me reconocieron perfectamente y repitieron los comportamientos amistosos que llevaba anotados en mis registros.”

 

La preservación de los bosques es una condición indispensable para que cese el calentamiento global, según coincidieron miles de científicos reunidos en la cumbre del clima desarrollada en Dinamarca en 2009. Los bosques son un sumidero natural para las emisiones de carbono, absorben unos 4.800 millones de toneladas cada año. “Los gorilas se alimentan de frutos de diversas especies, los degluten y luego transportan las semillas de un lugar a otro; cuando las despiden repueblan el bosque y vuelven a germinar”, apunta ahora Goodall. “Para eso están estos animales: no son elementos decorativos, ni interesantes objetos de estudio, son parte de un ecosistema. Sin ellos muchas plantas no sobrevivirán”, concluye el británico.

 

Ian Redmond tiene una espesa barba. Pareciera que su voz sale  entre esos filamentos rojizos que lo adornan. “Los zoológicos son inútiles para salvar a una especie; necesitamos asegurarles condiciones para que se reproduzcan en su hábitat. Los gorilas son extremadamente inteligentes, es como encarcelar a nuestra propia especie sin que haya cometido un delito.”

 

A los gorilas les encanta pasar los días en casa con la familia. Viven en grupos muy unidos de cinco a 30 integrantes liderados por un patriarca, el gran macho dominante, conocido como “gorila de espalda plateada” por la mancha gris que desarrolla en la madurez. Incluso cuando pasean sin rumbo fijo, no se atreven a alejarse mucho y normalmente permanecen dentro de un espacio de aproximadamente 40 kilómetros cuadrados buscando los brotes y las bayas de los que se alimentan.

 

El enemigo natural de los gorilas es el ser humano, y sus acciones lo están empujando a la extinción. Además, es una especie amenazada por cazadores furtivos y la destrucción del hábitat provocada por la minería y la industria maderera ilegal. Casi dos décadas de guerra civil en el área de los Grandes Lagos de África, que incluye zonas de Ruanda, Burundi, Uganda, la República Democrática del Congo, Tanzania, y Kenya, han tenido un grave impacto en la población de estos animales. Los gorilas de las montañas de Uganda son una de las especies más amenazadas del planeta. Hoy quedan 340 ejemplares en el Parque Nacional Impenetrable de Bwindi, al suroeste del país, que alberga casi la mitad de los gorilas de montaña que permanece en libertad en todo el mundo.

Dos gorilas mueren en el Congo cada semana

 

Son sacrificados para satisfacer un mercado que consume su carne, la bushmeat (en inglés, carne de animal salvaje). La carne de gorila tiene un alto precio por considerarla como un alimento exótico. Redmond hace una distinción necesaria entre ese consumo suntuoso y las tradiciones culinarias de tribus ancestrales: “Hay una cuestión cultural que atender, es normal que las personas quieran cocinar los mismos platos que aprendieron de sus abuelas, pero la amenaza es que si sacamos más de lo que se produce disminuirán las poblaciones. El problema, entonces, no es la tradición sino el comercio. Es muy impresionante que comamos animales tan parecidos a nosotros”.

 

Entonces, en una sala completa, en medio de un silencio profundo, ofrece una prueba contundente: levanta las dos palmas, muestra sus dedos, señala sus ojos, y se aprieta los labios. La platea, muda, entra en razón indeclinablemente, se revuelve en sus asientos, registra en la piel las incomodidades propias. Hay escozores, lágrimas, y una especie de desencanto.

 

La celebración de los gorilas debiera ser también en 2010. Si el año pasado nos sirvió para comprender, ahora sólo queda incorporarlo en nuestros corazones y dejar de convalidar todo aquello que atente contra los animales, los bosques y la propia especie.

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