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Las verdaderas razones del cambio climático

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Un biólogo uruguayo cuestiona el cambio climático y provoca distintas reacciones.

Aramis Latchinian es biólogo de profesión y tiene 46 años. Considera que el cambio climático es una construcción irresponsable de muchos gobiernos, instituciones como la ONU (Organización de Naciones Unidas), ONG ambientalistas que operan en todo el mundo y medios de comunicación. Piensa que el catastrofismo ambiental con que se presentan las variaciones en el clima no se corresponde con los cambios que obedecen a los ciclos que la naturaleza desarrolla sin detenerse un segundo en la nimiedad de la especie humana. Para él no hay crisis ambiental.

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“Se ha generalizado un enfoque pesimista que atribuye al hombre más importancia que al Sol en la modificación de las condiciones ambientales del planeta”, ha escrito en su libro Globotomía.

El título del texto alude directamente a lo que se empeña en advertir: una especie de esquizofrenia ambiental de escala planetaria que, a fuerza de anunciar catástrofes y organizar grandes convenciones, se olvida de atender lo esencial.

Proclama que se ha construido un movimiento multinacional, aparentemente basado en una ideología de protección de la naturaleza pero que parte de premisas falsas. Los argumentos pseudocientíficos que lo avalan no cuentan con la correspondiente constatación y la gran burocracia ambiental no admite opiniones disidentes.

Por lo tanto “el movimiento ambiental, en general, es conservador, reaccionario a los cambios y autoritario ante la disidencia”, dispara Aramis.

Detrás de semejantes aseveraciones esperaba encontrar a un señor con el rostro acorde al dedo acusador que levanta. Sin embargo, tengo enfrente a un hombre sereno, reflexivo y que en seguida tiende puentes amistosos para discutir sobre el presente y futuro de la humanidad teniendo en cuenta el apogeo de consumos que ya no guardan relación con el espacio que habitamos, ni con los recursos de que disponemos.

Latchinian además tiene experiencia en gestión gubernamental: fue director de Medio Ambiente en Uruguay de 2002 a 2004, en la administración de Jorge Batlle, y posteriormente miembro del directorio de ANCAP (complejo industrial de combustibles, alcohol y portland) durante la presidencia de Tabaré Vázquez. Conviene atenderlo, veremos que detrás de sus frases alborotadoras subyace lo esencial.

“La desastrosa situación actual no la provoca el cambio climático sino la inequidad y la mala distribución”, señala Latchinian.

El 20 por ciento más rico de la población mundial dispone de cerca del 90 por ciento del planeta. Hoy somos más de 6.500 millones de habitantes y producimos alimentos suficientes como para abastecer sobradamente a toda la población mundial, pero mueren muchos miles de hambre por día.

“El negocio del calentamiento global en Naciones Unidas es aún mayor que el negocio de la pobreza, donde más de la mitad del dinero se va en planificación, estructura y burocracia, y bastante menos de la mitad llega a los más necesitados.”
Latchinian sostiene que es una bobería predicar en las escuelas de la Argentina, Chile o Paraguay que hay que separar la basura en diferentes bolsas. Entiende que esa no es la solución inminente que requiere la cuestión.
“Hay que alejar la basura y disponerla en rellenos sanitarios. El problema del espacio no es nuestro todavía y para qué separar si en muchos de nuestros países toda la basura termina en el mismo lugar”, se pregunta.
Latchinian era funcionario de Ambiente cuando llegaron los primeros proyectos para la instalación de las pasteras en Uruguay. Dice que no se trata de un conflicto ambiental sino de intereses, agravado por una construcción maliciosa de la percepción de riesgo.
“Los medios y el estado resultaron una yunta perversa —sintetiza—. Mezclaron los malos olores, la contaminación de la ría en Pontevedra y la muerte de cisnes de cuello negro en Valdivia pero no dijeron que la tecnología había avanzado cinco décadas. Los vecinos que originalmente no percibían riesgos ambientales comenzaron a dudar y resultó muy difícil hacerles entender que la industria papelera en Uruguay está entre las más seguras del planeta.”
Aramis Latchinian pincha y estimula. Desafía a pensar con mayor complejidad cómo estamos enfrentando el dilema más fabuloso que ha tenido la humanidad en los últimos siglos. Y, aunque parezca implacable, siempre deja intersticios para que sean refutadas las ideas que ha echado a rodar.

El biólogo defiende la soberanía de la región con firmeza. Ante la corriente de opinión que sugiere que el Amazonas debiera ser patrimonio de la humanidad y por lo tanto administrado globalmente, dice: “A la luz de lo que han hecho los países desarrollados con sus propios recursos, es preferible que lo dejen en manos de los brasileños.” Pero a la vez acota que “los países más pobres y endeudados van renunciando a sus facultades de elaborar políticas propias y siguen aferrados a modelos de producción agrícola insostenibles como los monocultivos transgénicos, enfocados a la exportación, en detrimento del mercado local”.

Cuando habla de las grandes organizaciones ambientalistas es mordaz. Dice que “es usual que se las asocie con movimientos de izquierda, pero esto es un grave error: funcionan como cualquier multinacional, no tienen ideología de izquierdas ni de derechas sino que se deben al mercado”. Es un bofetón para Greenpeace o la WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza). Las cita sin ambages y les achaca empeñarse en la salvación de animales como el oso panda, cuya población viene en crecimiento, y de no preocuparse por las hormigas que son ecológicamente más relevantes.

Latchinian se revela ante lo que califica como una obediencia masiva y acrítica ante el discurso ambiental global. Vaticina que el cambio climático se desinflará. “Lo que estará en discusión serán los métodos de producción y de consumo, la inequidad que expone acabadamente el nuevo paradigma ambiental donde la gente empieza a reconocer la finitud de las especies y de los recursos.” Dice que estamos mejor: “Cualquier industria de hace 50 años contaminaba más que las de ahora, que aplican tecnología superior y logran mayor eficiencia”.

Como se imaginarán, semejantes posturas lo hacen a menudo protagonista de situaciones embarazosas. El último aprieto, frente a sus hijos, Maceo, de 9 años, y Sofía, de 14: “Me senté a conversar para que entendieran que a mí también me gustan los osos”.

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