Reflexiones de Julio Bevione sobre nuestra relación cotidiana con la economía.
Mario tiene 27 años y lleva cuatro trabajando como analista en sistemas, su primer empleo profesional desde que terminó sus estudios. Está casado con Sara desde hace tres años, y aún no desea ser padre. “Me inquieta la idea de tener hijos, de asumir más responsabilidades, porque mi situación económica me agobia”, me dijo. “Vivo para pagar mis deudas, y siento que mi vida gira en torno al dinero. Es el tema de conversación con mis amigos, la razón por la que no logro tener un matrimonio en paz, y el miedo me está consumiendo. No puedo más”.
Hablamos toda una tarde. Aunque somos de generaciones diferentes, ambos crecimos sin saber cómo administrar bien el dinero. No era un tema del que los adultos hablaran con los niños, así que no aprendimos lo que conviene hacer. Son muchos los factores que determinan el equilibrio de nuetras finanzas, pero, durante la charla, le expliqué a Mario la importancia que la familia tiene en nuestra relación con el dinero, porque es en el hogar donde aprendemos a hacer buen o mal uso de él. “Tengo amigos que estudiaron finanzas y están en la misma situación que yo”, alegó, y yo le hice ver que nuestra forma de pensar, valores y actitudes frente a la vida se reflejan en nuestra economía, que no basta estudiar finanzas para saber administrar bien el dinero.
Luego, le sugerí algunas pautas para que empezara a corregir el camino:
1 . Revise sus ideas:
Lo que pensamos del dinero es una percepción que cada uno va construyendo. Para algunos, el dinero es “sucio”, y otros dicen: “Ganarlo es algo que se me da”. Con el dinero nos ocurre lo mismo que con las personas: si las respetamos y valoramos, se acercan; si les tememos o rechazamos, se alejan. Si su percepción del dinero es negativa, entonces adopte una nueva forma de verlo. A la larga comprobará que así como cree que es el dinero, así será.
2. Hágase dos preguntas clave:
Muchos jóvenes viven en un mundo donde todo les parece posible: no perciben límites, y si no obtienen al instante lo que desean, se frustran. Con mis padres aprendí que podía llegar a tener todo lo que deseara, pero que no todas las cosas que uno desea son necesarias. Quizá pueda comprarme la ropa que quiero, pero, ¿en verdad la necesito? Le sugerí a Mario que la próxima vez que fuera a comprar algo, se hiciera estas dos preguntas: “¿Puedo comprar esto?” y “¿Lo necesito?” Si la respuesta a ambas era sí, entonces le aconsejé preguntarse: “¿Estoy absolutamente seguro de que lo necesito?” Así, al tomar conciencia de sus impulsos, sus gastos se reducirían mucho.
3. No se atormente:
La mala organización financiera no nos hace malas personas ni merecedores de un castigo. Cuando hablo con personas que tienen problemas económicos, me doy cuenta de que no pueden ver otras posibilidades porque su mente está nublada por la ira y la culpa. Y ese desgaste emocional, lejos de aportar soluciones, termina por complicarlo todo, ya que hasta su salud se ve afectada: presentan aumento de peso, úlceras e hipertensión. ¿Qué hacer? Lo contrario. No atormentarnos por lo que pasa, sino abrir más los ojos para darnos cuenta de lo que necesitamos aprender; dar vuelta a la página y empezar a escribir un nuevo capítulo.
Al final de nuestra charla, le pedí a Mario que me mostrara su billetera: estaba muy desordenada. Por eso, le recordé que el dinero es nuestro espejo: “Si hay caos y desorden en nuestra vida, eso se refleja en nuestra economía personal”.