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La desaparición de la nieve

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La única mujer arqueóloga de alta montaña advierte sobre este problema.

El mayor peregrinaje sobre la nieve reúne a unas 70 mil personas a 4.700 metros de altura. La ceremonia es en los glaciares cercanos a Cusco, en Perú. Los asistentes piden por buena salud, familia y trabajo e imploran por la sobrevivencia de las nieves eternas del Ausangate, gravemente amenazadas por el calentamiento global. Se trata de una vivencia cultural del mundo andino desarrollada anualmente bajo la luna llena del mes de junio en la montaña más representativa de los Andes cusqueños.

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Constanza Ceruti es arqueóloga de alta montaña (la única mujer en el planeta) y, aunque buena parte de su vida transcurre en soledad sobre volcanes buscando las claves para entender a civilizaciones pasadas, se conmueve con esta manifestación multitudinaria. “El objetivo de las ceremonias es recuperar pedazos de hielo del glaciar y compartirlos con las comunidades; un modo de volverse con la bendición de la naturaleza. El cambio climático ha hecho que los glaciares se retraigan y un modo de notarlo es que la capilla que estaba al pie del glaciar ha quedado lejos, a unos tres kilómetros.

Los cuerpos congelados yacían rodeados por un conjunto de ofrendas confeccionadas con cerámica y diferentes materiales textiles.

La devoción es tal que los caminantes, a pesar de las temperaturas bajísimas, hacen el trayecto en sandalias. También es porque creen que los glaciares están en retroceso por algo que han hecho mal. Muchos ya no se llevan pedazos de hielo sino agua que transportan en botellas desde arriba. El calentamiento global ha hecho que cambien hasta los rituales”, dice con pena la mujer.

Ceruti es una experta en rastrear los símbolos de las civilizaciones andinas, por lo tanto vive mucho tiempo en lo alto y sobre el hielo. “El cambio climático no afecta solamente las ceremonias, también parte del principal legado que ha dejado el Imperio Incaico: las momias congeladas y sus pertenencias en la zona andina.” La científica nacida en Buenos Aires explora cumbres de más de 5.000 metros con el fin de preservar el patrimonio arqueológico en sitios ceremoniales utilizados por los incas en Perú, Ecuador, Chile y la Argentina.

Uno de los hallazgos más importantes de Ceruti ocurrió en 1999, en la cima del volcán Lullaillaco, en Salta, a 6.736 metros de altura. Sobre el cuarto volcán más alto del planeta, junto al doctor Johan Reinhard, rescató a las tres momias mejor conservadas que se han descubierto hasta ahora. Después de 500 años, las encontraron vestidas, con los órganos intactos y hasta con restos de comida en el estómago. Los cuerpos congelados yacían rodeados por un conjunto de ofrendas confeccionadas con cerámica y diferentes materiales textiles. Si las condiciones climáticas variasen de modo significativo, todo aquello se perdería y todavía hay mucho por descubrir; según Ceruti, hay montañas aún inexploradas y que guardan tesoros muy útiles para la ciencia y la historia de la humanidad.

Constanza Ceruti adora la montaña, y se siente bien recibida por las alturas: “Podría decirte que la montaña es mi casa.” Ha participado de observaciones que resaltan el paisaje sagrado y los ritos funerarios en India, Nepal, Egipto, Turquía, Grecia, Hawai, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, México, Italia, Francia, Ecuador, Bolivia, Perú y Chile.

“Me incliné como los amores a primera vista. A los 14 era una chica normal con una vida urbana como todos, vivía en la ciudad y mis padres me llevaban de vacaciones a Mar del Plata o a las Sierras de Córdoba. Las caminatas al cerro La Banderita, en La Falda, resultaron una experiencia iluminadora de lo que sería mi futuro. Desde más chica había decidido que sería arqueóloga, pero ahí experimenté claramente la sensación del horizonte que se amplía. Con quince años de montañismo me sigo conmoviendo igual.”

Recuerda que cuando subió el Aconcagua por primera vez se vistió con tres pantalones encimados. Así decidió enfrentar los 30 grados bajo cero inaugurales. Tenía entonces 23 años. “Empecé a los 21, de golpe, salteándome las expediciones de media montaña y trepé directamente arriba de los 5.000 metros, a la alta montaña andina”. Vive al pie de los cerros, en Salta, siempre pensando en la próxima expedición que le devolverá la sensibilidad que —dice— se pierde en las grandes ciudades.

Hablamos del futuro y del entorno creado que aleja a los más jóvenes de lo que ella piensa es esencial.

“Los adolescentes han puesto una distancia emocional, pero hay que devolverlos a la tierra para que puedan valorar lo que tenemos, lo que ha dejado la historia y cuidarlo mejor. Cuando doy una clase o asisto a charlas trato de generar vocaciones, interesarlos por las actividades científicas y mostrarles que también puede ser divertido… Que sientan orgullo de lo que tienen y dónde viven, le transmito la necesidad de que vuelvan a poner energías en la esperanza.”

El trabajo de Constanza Ceruti en la alta montaña la enfrenta con desafíos que ha decidido sortear en pos de la vocación que eligió:

“Cuando pasamos varias semanas a 6.000 metros es posible que ocurran tormentas eléctricas. Es a lo que más les tememos. Sólo se puede rezar. Ubicamos a distancia el metal, los grampones, y tratamos de no tocar las paredes de la carpa. Debemos permanecer en posición fetal, pero es difícil cuando hay vientos de 100 km por hora. También el hielo cristal, que suele aparecer en ciertos trayectos, es peligroso porque no entran los grampones que nos sostienen ahí arriba. Si la pendiente es de 70 grados, los riesgos se acrecientan. El otro peligro no es evidente ni inmediato: el congelamiento. En principio no duele ni se nota con claridad, pero cuando aparecen los síntomas y uno se da cuenta de que lo ha padecido (pueden transcurrir 20 días), restablecer la circulación puede ser muy doloroso. Los ambientes extremos hacen que la gente focalice lo más esencial de la vida, nos pone en perspectiva. En cambio, la ciudad llena vacíos existenciales con cosas superficiales. En la zona andina, la preocupación es si lloverá o no, el corazón está en frecuencia y todo lo que hace falta cabe en una mochila.”

Constanza se identifica con el ritmo andino, experimenta goce con la cadencia de las quebradas. Añora Tilcara, donde vivió un tiempo. Cuenta que se levantaba temprano y caminaba unos cinco kilómetros hasta llegar a ver la salida del Sol. “Solía encontrarme con ancianitas cuidando su rebaño; tenían comentarios muy simples sobre las llamas o el paisaje. Siempre recordaré a una que, mirando la nieve acumulada sobre el faldeo, me dijo: ‘Qué lindo, hoy Dios les puso azúcar a las montañas’.”

El hombre andino parece que tuviera un andar cansino y eso tiene que ver con que tienen conciencia de caminantes, verdaderamente sienten que ponen los pies sobre la tierra madre. Dan valor a los silencios, al entorno y a todo lo dado por el Creador. “Viven de un modo austero y eso los hace valorar acabadamente los tesoros que tienen.”

¿Qué aprendiste de la montaña?

Piensa como un minuto. Me sirvo agua. Responde: “Te lo contesto por e-mail. Hay que pensar que la montaña no tiene voz, es una gran responsabilidad interpretarla.”

Transcribo el e-mail del día después: “La montaña nos da VIDA, libertad, perspectiva y sabiduría. Nos conecta en forma tangible con aquello que es esencial y trascendente. Nos permite vivenciar la comunión con la naturaleza de una forma única e inolvidable. El poder de la montaña para conmover el corazón humano es infinito”. 

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