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Mascotas exóticas: un capricho peligroso

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El tráfico de animales es una amenaza constante para la fauna sudamericana.

Tener una mascota “exótica” en casa nos convierte en cómplices, generalmente involuntarios, de escabrosas maniobras ilegales y crueldad sufrida por los animales durante el proceso extractivo desde la selva, el tipo de traslado a que los someten y la comercialización muy lejos de sus lugares de origen.

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El tráfico de fauna salvaje está prohibido y, a pesar de eso, tiene como principales clientes a países europeos, los Estados Unidos y Canadá, donde las familias de mayor poder adquisitivo pueden llegar a pagar unos 10.000 dólares por un papagayo de colores vivos arrancado de la floresta sudamericana. La Selva Paraguaya, Santiago del Estero, Salta o Misiones en la Argentina, o los territorios de Bolivia y Brasil son todavía ricos en diversidad de animales exóticos, los más buscados por los traficantes y los más caros. Si bien América del Norte y Europa concentran la mayor demanda, familias de Brasil o Paraguay también suelen quedarse con buena parte de los ejemplares del tráfico ya que es una costumbre muy habitual tenerlos en jaulas o en las haciendas como un elemento decorativo apreciado en la cultura de esos pueblos.

El tráfico de fauna es la tercera actividad ilegal más lucrativa del mundo

Pájaros, tortugas, monos y reptiles circulando subrepticiamente por el mundo constituyen la tercera actividad ilegal más lucrativa en la región, detrás de la venta de armas y drogas. En la Argentina genera unos 300 millones de dólares anuales y en Brasil más de mil millones de acuerdo a Renctas, una ONG que lucha contra el tráfico de animales.

El hospital del Zoológico de Buenos Aires recientemente recibió un cargamento detectado en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza para que cumplan la cuarentena sanitaria que impone la ley. Llegaron 247 animales de un total de 500 secuestrados por la Policía de Seguridad Aeroportuaria. La mitad restante murió por las condiciones de traslado. La directora de Fauna de la Secretaría de Ambiente, Inés Kasulín, explicó que en una valija aparecieron unos 200 ejemplares, envueltos en calcetines, con destino a Madrid y Praga. Se destaca un pájaro campana en peligro crítico de extinción, procedente de Misiones, varias y coloridas especies de reptiles y moluscos vivos. Con más trabajo que nunca, el director de Bienestar Animal del Zoológico, Miguel Rivolta, dice que “es un verdadero problema porque en el estado en que se encuentran estos animales no se las pueden arreglar solos”, por lo tanto no es posible devolverlos a la naturaleza sin riesgo cierto de que mueran.

Ramiro Rodríguez y Pedro Jiménez, los cuidadores a cargo de que los animales sobrevivan, están asombrados por la variedad de ejemplares, especialmente culebras y llamativas tortugas de agua. El director científico del Zoológico de Buenos Aires, Claudio Bertonatti, sostiene que “el hospital hoy está abarrotado y hasta comprometida su capacidad operativa para atender a los animales que forman parte del zoológico porteño. Hay que considerar que el parque no fue pensado (ni está preparado) para recibir cargamentos tan numerosos de animales”. Además, señala que “recibir estos animales representa siempre un riesgo sanitario”. Un contagio general de enfermedades difíciles de controlar podría resultar fatal para el patrimonio natural que guarda el zoológico porteño (grandes felinos, elefantes, jirafas).

La mitad de los animales transportados en avión hacia los centros de consumo muere en el camino; las condiciones de hacinamiento, la falta de oxígeno y agua terminan con las especies más frágiles. En el caso detectado en Buenos Aires las valijas habían sido despachadas por un ciudadano checo, Karel Abelovsky, quien pretendía contrabandear los animales silvestres a Praga y España. La carga viajaría en la bodega común de equipajes sin presurizar, es decir, con especies tropicales expuestas a bajos niveles de oxígeno y temperatura. En el caso de que hubiesen llegado a destino vivas y las culebras venenosas hubieran mordido a alguien, posiblemente las víctimas habrían muerto ya que en República Checa podría resultar difícil encontrar suero antiofídico específico para reptiles que viven en Sudamérica.

Bertonatti apunta que es clave la decisión final del juez involucrado en la causa. Para estos casos —hasta ahora— no suele haber condenas y muy pocas son desalentadoras para los traficantes: la mayoría de ellos es reincidente. La Justicia podría aplicar las sanciones que contempla la Ley de Fauna de la Nación (22.421/81) y generar jurisprudencia. La norma prevé que el trasgresor se haga cargo económicamente de todos los gastos ocasionados al Estado y los privados que intervienen en el proceso de recuperación que incluye el tratamiento sanitario y la posterior devolución de los animales a su hábitat, zoológicos o centros de estudios según el estado en que se encuentren tras la rehabilitación.

El tráfico de fauna es una actividad ilegal que no genera divisas para los países; las ganancias son repartidas entre un puñado de intermediarios y distribuidores que residen en el exterior. Al cazador se le paga una suma menor por cada captura. En Santiago del Estero un hombre de campo podría recibir unos 80 centavos de dólar por cada tortuga. En Nueva York, esa misma tortuga cuesta aproximadamente 35 dólares. Una cifra modesta si se considera que cuanto más rara es la especie, o si forma parte del listado de animales en extinción, el precio podría trepar hasta los 1.200 dólares, lo que se paga un guacamayo azul en Madrid o París.

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