El último pájaro dodo desapareció en una olla, en la isla Mauricio, en 1681.
Si bien a fines del siglo XVIII el último ejemplar del «dodo», un ave de la isla Mauricio, desapareció hervido en una olla para la cena, no fue sino hasta los siglos XIX y XX donde ocurrieron los peores ejemplos de la crueldad del hombre hacia los animales. En 1900, el bisonte de América del Norte estaba en peligro de extinción, a pesar de que algunas décadas atrás había casi 40 millones de ejemplares. Muchos motivos propiciaron la masacre; entre ellos, la intención de eliminar de las praderas los medios de subsistencia del animal.
La cacería se convirtió en uno de los deportes favoritos de los ricos durante el siglo XIX, y las exigencias de la moda pusieron en peligro la supervivencia de otros animales como rinocerontes, cocodrilos, elefantes y tigres.
Los animales del fondo del mar tampoco se salvaron. Los balleneros cambiaron sus viejos arpones manuales por otros que eran disparados por cañones. Sus nuevos métodos resultaron tan efectivos que para finales de los sesenta solo había unas 1.000 ballenas azules, los mamíferos más grandes del planeta. El éxito del hombre se ha logrado a expensas de muchos otros animales: indirectamente, modificando o destruyendo su hábitat; de manera directa, matándolos. Los hombres de las cavernas eran cazadores y dependían de los animales para comer y vestir. Pero como eran pocos y sus armas eran rudimentarias, el exterminio era limitado. Así, muchas especies siguieron viviendo.
La mayoría de los cazadores primitivos se veían a sí mismos como un animal más del territorio. No fue, hasta que el hombre se convirtió en agricultor, cuando empezó a ver a los animales como rivales. Los campesinos necesitaban forraje para el ganado, protección contra los carnívoros para los rebaños y tierra para cultivar plantas alimenticias. A medida que la población humana aumentó, los hábitats para los animales se redujeron.
Los animales de gran tamaño son los más vulnerables a la ambición humana. Debido precisamente a su tamaño, son blancos fáciles, y su baja tasa reproductiva significa que la población se recuperará con lentitud. La caza de algunas especies en peligro de extinción está prohibida. Pero todo esto llegó demasiado tarde para animales como el lobo de las praderas, el tigre de Bali, la foca antillana y la vaca marina de Steller.
La triste parábola de las ranas de Calcuta
La sobreexplotación de los animales puede tener efectos que van más allá de la extinción de la especie. Consideremos, por ejemplo, la advertencia implícita en la caza de las ranas que habitaban en los pantanos de Calcuta, India. En un intento por satisfacer la gran demanda de ancas de rana de los mercados europeos, algunos empresarios indios estimularon a los campesinos locales a cazar la mayor cantidad posible de ranas.
A finales de los ochenta, en el área no había una sola rana. La población de mosquitos y la de pequeños cangrejos que se alimentan de las plantas de arroz aumentó sin freno, pues había desaparecido su depredador natural. Los plaguicidas necesarios costaron mucho más que lo obtenido por la venta de las ranas.