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Unidos y en marcha: así fue cómo caminar nos unió

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Descubrí
que caminar es una apacible actividad que favorece el bienestar del cuerpo y el
alma. 

Hasta hace poco, nunca se me había ocurrido la idea de salir a caminar por placer. Prefería el ciclismo de montaña o el esquí. Todo cambió en julio de 2019, cuando una furgoneta arrolló a mi prometido Andrew, de 34 años, mientras iba en su bicicleta.

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Asombrosamente, sobrevivió, pero su pierna izquierda quedó paralizada Regresó del hospital en octubre. Con una férula ortopédica en la pierna y bastones, Andrew se dispuso a caminar por nuestro barrio en Boulder, Colorado, Estados Unidos. Los primeros días, recorrer apenas nuestra calle lo dejaba exhausto. En febrero, pudo soltar el broche de la férula que sostenía su rodilla y mantener el equilibrio.

Para mediados de marzo, podíamos caminar hasta 90 minutos sin hacer descansos. Con la llegada del Covid-19, los centros de esquí, las cervecerías y muchos otros sitios comenzaron a cerrar. De pronto, las calles se llenaron de gente que también solo… caminaba. Las parejas paseaban, las familias con niños transitaban por las veredas, y yo también empecé a caminar por mi cuenta. Cada tarde recorría un sendero cercano. Respiraba profundamente el aire húmedo de los pinos y me deleitaba con los paisajes de los Flatirons que se asomaban por el horizonte. Los paseos me ayudaban a despejar la mente, ya que me generaban una claridad de pensamiento e ideas inspiradoras que anotaba en mi teléfono a la vera del camino.

Pero por mucho que me gustara mi nuevo hábito, me sentía en conflicto con él. Caminar con Andrew era una estupenda manera de pasar tiempo juntos. Pero sin su compañía, yo era una mujer atlética de 36 años.

¿No debería estar haciendo algo más enérgico que solo caminar? La caminata, considerada como un ejercicio ligero y poco exigente para personas mayores o para quienes desean perder peso, fue perdiendo su atractivo entre los jóvenes que practican actividades al aire libre. Pero quizá todo esto se deba a que no entendemos muy bien por qué caminamos. La historia del senderismo como medio para liberar la mente abarca culturas y siglos. Los grandes pensadores, desde Nietzsche hasta Kant, pasando por Thoreau y Simone de Beauvoir, lo practicaban. En el hajj, la peregrinación musulmana a La Meca, normalmente se caminan varios kilómetros al día. Hay senderistas que atraviesan continentes buscando retos, y conocerse mejor a sí mismos. “Existen diversas investigaciones sobre la creatividad al caminar”, afirma Jennifer Udler, terapeuta que adoptó la terapia de “caminar y conversar” con sus pacientes. “La dopamina, serotonina y todas las sustancias químicas relacionadas al bienestar se liberan cuando caminamos. No solo mejora el estado de ánimo, sino también la creatividad y la destreza, y ayuda a reducir los niveles de cortisol. Son muchos los factores químicos que intervienen”.

Un ejemplo es un estudio realizado en la Universidad de Stanford, en el cual se pidió a quienes participaron que idearan usos novedosos para objetos comunes. Se comprobó que, cuando los participantes caminaban, elaboraban casi un 60 por ciento más de ideas creativas que cuando se mantenían sentados. Otro estudio, esta vez de 2018, reveló que caminar al aire libre reduce los niveles de cortisol y mejora el estado de ánimo en mayor medida que ejercitarse en una caminadora, por ejemplo. “Debo confesar que me quita la mitad del trabajo”, cuenta Udler entre risas. “Y es que naturalmente la gente se siente bien al salir a caminar”.

No hay mejor razón para caminar que saber que podemos hacerlo. Quedé asombrada con la biomecánica del caminar desde mucho antes del accidente de Andrew, cuando escribí un artículo sobre el ciclista de montaña profesional Paul Basagoitia, quien sufrió una lesión en la médula espinal que lo paralizó de la cintura a los pies. Un año después del incidente, Paul recuperó la movilidad de sus cuádriceps e isquiotibiales y pudo volver a la bicicleta. Sin embargo, aún no recupera totalmente la movilidad de sus glúteos y pantorrillas, por lo que utiliza un bastón para poder desplazarse. “Lo crea o no, pedalear una bicicleta es mucho más fácil que caminar”, me comentó. Como ciclista de montaña, me entusiasmó la idea de que esta calma actividad fuera en cierto modo más demandante que el deporte para el que entrenaba de 10 a 12 horas a la semana.

Y entonces ocurrió el accidente de Andrew. Luego, mientras daba sus primeros pasos en el hospital con ayuda de una andadera y la férula, el esfuerzo de mover la pierna izquierda hacia adelante era tal que hacía muecas. De pronto comprendí que cada día mi cuerpo realizaba incontables hazañas extraordinarias: arrastrar los pies al salir aún adormilada de mi cuarto cada mañana, manejar por un estacionamiento, caminar por la calle. Hay una serie de procesos que se requieren para dar un solo paso. La doctora Jessica Rose, directora del Motion and Gait Analysis Laboratory del hospital infantil de la Universidad de Stanford, lo explica: al dar un paso hacia adelante, justo antes de que el pie toque el suelo, usamos los glúteos, los isquiotibiales y los cuádriceps para estabilizar la cadera y la rodilla. Cuando el pie llega al suelo, todo nuestro peso se transfiere a esa extremidad, la “extremidad de apoyo”. El músculo de la pantorrilla de la extremidad de apoyo interviene para estabilizar el tobillo y la rodilla y esto permite llevar el centro de gravedad del pie hacia la parte delantera del mismo. A medida que el peso se concentra en la punta del pie, el talón se eleva y así inicia la “fase de oscilación” del caminar.

En ese momento, la cadera y la rodilla se doblan con rapidez para levantar el pie del suelo y la otra pierna pasa a ser la nueva extremidad de apoyo. A continuación, los músculos flexores de la cadera y los flexores dorsales del tobillo se encargan de impulsar rápidamente la pierna hacia adelante. Al terminar la oscilación, los isquiotibiales controlan la velocidad en la que se extiende la rodilla. Entonces, el pie se apoya de nuevo en el suelo y comienza una vez más todo el ciclo. Todo lo anterior, por cierto, no incluye la biomecánica que sucede en la parte superior del cuerpo en una caminata normal: el balanceo opuesto de los brazos, el equilibrio y la propiocepción, la cual nos permite colocar nuestro pie en el suelo sin tener que mirarlo. Concebimos este asombroso proceso como algo natural. Pero cualquier persona que haya sufrido una lesión, sabe lo mucho que se complica si tan solo un eslabón de la cadena se rompe. Esa Navidad, Andrew y yo viajamos a Sedona, Arizona, Estados Unidos. Incluso los senderos menos desafiantes tenían obstáculos. Mientras veía cómo Andrew utilizaba sus muletas para subir los escalones de piedra y se tambaleaba al cruzar los riachuelos, me di cuenta de que los músculos de mi cuerpo se flexionaban, tensaban y mantenían mi equilibrio al desplazarme por aquel terreno irregular. El esfuerzo de Andrew por romper sus límites hizo que los remaches de su férula se desprendieran, por lo que tuvimos que acudir a un ortopedista cercano para repararla. Pero no podíamos más que estar agradecidos, ya que en una silla de ruedas no hubiéramos podido recorrer aquellos senderos, ni ver esos maravillosos paisajes, ni sentir la relajante atmósfera de un lugar tan solitario. Un mes después de que iniciara la cuarentena caminaba con Andrew por senderos boscosos los fines de semana. Hablábamos de mis inquietudes del trabajo, de sus sueños para el futuro, de las diferencias con seres queridos. En ocasiones nos topábamos con amigos y llegamos a hacer algunos nuevos. Una tarde de primavera, luego de una nevada, salí a correr por un sendero. Después de un par de kilómetros, reduje la velocidad hasta solo caminar. Los pájaros cantaban. Las gotas de nieve derretida caían. Contemplé las enormes coníferas que adornaban los bordes del camino. Luego de una jornada frente a la computadora, estas se veían reales. Sentí que yo también volvía a ser real, que volvía a habitar mi cuerpo. En ese momento supe que caminar no era solo un ejercicio más. Pero, ¿y si caminar es en realidad una forma sencilla de pasar más tiempo de nuestras vidas en movimiento? Durante mis caminatas este año, llamé a amigos que se encuentran lejos, aproveché los paseos para resolver bloqueos en mis redacciones y ensayé conversaciones difíciles en mi mente. Al caminar no solo mis pies estaban en marcha, sino también mi vida. Si caminar es algo que la mayoría de nosotros solo aprendemos a hacer a medida que pasan los años, entonces acepto este temprano conocimiento. Quiero apreciar las cosas que nunca vi cuando tenía apuro. Quiero tomarme el tiempo que necesite para decidir en qué dirección voy. Aquel día, decidí salir del sendero y pasar a través de la delicada capa superior de nieve. Pude sentir cómo los músculos de mi cuerpo se tensaban, se estiraban al máximo y se relajaban, los nervios se disparaban involuntariamente en miles de puntos. Pasé ágil y libremente entre los árboles. La sensación de usar mi cuerpo para lo que estaba diseñado fue increíble. Ejercité un poco mi cuerpo… y a mi alma un poco más.

Tomado de Outside (Junio de 2020), copyright © 2020 de
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