Inicio Historias Reales Inspiración Una pequeña vida salvada, una gran amistad forjada.

Una pequeña vida salvada, una gran amistad forjada.

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¡Los superhéroes sí existen! y no, no llevan capa, ni pueden volar pero sí salvan vidas como la de esta pequeña niña.

Cuando Mike Mushaw aceptó inscribirse en el registro nacional de donantes de médula ósea hace casi tres años, no lo pensó dos veces. Después de todo, solo lo hizo porque el entrenador de fútbol americano de su universidad había alentado a él y sus compañeros para que se registraran.

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“Lo más probable es que te inscribas y estés ahí durante el resto de tu vida”, contó en NBC Mushaw, estudiante de la Universidad Estatal de Connecticut Central. “Seguramente no te llamen nunca”.

Unos seis meses después de inscribirse, recibió una llamada. La médula ósea del defensor de 21 años era compatible con la de un paciente de la ciudad de Virginia. Mushaw debía decidir si aceptar el pedido. Implicaría pasar una noche en el hospital y someterse a anestesia general, lo que conlleva algún riesgo. Y lo más probable era que nunca supiera si había funcionado la donación.

“Dije que sí enseguida”, contó Mushaw al canal WTHN. “Una vez que me extrajeron 17 muestras de sangre, me dije: ‘Ok, esto es real. Pasará de verdad’”.

Mushaw no lo sabía en ese momento, pero su donación sería para una niña de cinco meses llamada Eleanor, que padecía una enfermedad de inmunodeficiencia poco frecuente, que le habían diagnosticado cuando tenía apenas tres meses. Eleanor casi no había salido de su casa, excepto para ir al hospital o al médico. Su sistema inmune era demasiado débil, por lo que hasta el más mínimo contacto humano era riesgoso. A medida que pasaban los días y las semanas, su enfermedad se volvía cada vez más grave.

“Eleanor iba a morir sin un trasplante de médula ósea”, contó Jessica, su madre, en NBC. “Las alternativas eran o bien realizar un trasplante, o bien enfrentar una muerte temprana”. (La familia decidió no revelar su apellido para mantener la privacidad).

De todos modos, no había garantía de éxito. La familia de Eleanor esperaba que ella mejorara un poco con el trasplante, lo suficiente para tener una vida más normal. Sin embargo, luego de algunas semanas, los médicos del Children’s National Hospital, en Washington, DC, les dieron una noticia impactante. La enfermedad de Eleanor no solo había mejorado: la médula ósea de Mushaw la había curado.

“Está en perfecto estado”, cuenta Mushaw. “Mucho mejor de lo que esperaban. Me sorprendió un poco, porque su enfermedad era muy grave, pero me sentí aliviado y feliz”.

Mushaw no supo nada hasta unos meses después de la donación. En la mayoría de los casos, el donante y el receptor no se conocen. Pero, unos seis meses después del procedimiento, los padres de Eleanor le enviaron un correo electrónico para agradecerle por haberle salvado la vida a su hija.

“Cuando me dijeron que era una bebé, me quedé sin palabras”, explica Mushaw. “Escuchar que alguien tan pequeño tiene tan pocas chances de vivir y que su única esperanza es tu médula ósea es una sensación muy fuerte”.

Sin embargo, su sorprendente conexión recién empezaba. Mushaw preguntó si podía llamar a Eleanor cada tanto para saber cómo progresaba. “Fue maravilloso verla y formar parte de su vida”, cuenta. “Era una sensación maravillosa y surreal ser testigo de esa situación, conocerla. Ahora es una niña de dos años perfectamente normal”.

Eleanor también se mantuvo al tanto de la vida de Mushaw, viendo sus partidos por televisión. En agosto, casi un año después del trasplante que le cambió la vida a Eleanor, Mushaw invitó a la familia de la niña a viajar de Virginia a Connecticut para que se conocieran en uno de sus partidos. Una semana de noviembre, en las gradas, la pequeña Eleanor estaba de pie con un suéter azul que tenía el número de Mushaw impreso en la espalda. En el frente del suéter, se leía “Be the Match”, el nombre de la organización que había facilitado la donación.

También Mushaw, que estaba en el último año de la universidad en ese momento, tenía su propio símbolo especial ese día: un par de botines con el nombre de Eleanor impreso en ellos.

Se oían grititos de “¡Mike, Mike!” desde las gradas; era la niñita que alentaba a su héroe personal, el defensor de 1,90 de altura y 100 kilos de peso, con un corazón muy generoso. Ella corría y saltaba de alegría con sus padres, y señalaba el campo al ver a Mushaw jugar.

“Me enviaron una foto durante el juego, en la que ella está mirando y me señala”, relata Mushaw. “Cuando vi mi teléfono, no podía dejar de sonreír al mirar la foto. La dejé de fondo de pantalla”.

Él no era el único que sonreía. “En ese momento, había esperado más de un año para darle, por fin, un abrazo a ese muchacho que salvó la vida de mi hija”, dice Jessica. “Sentimos que estábamos en las nubes todo ese fin de semana que pasamos con él y que él estuvo cerca de Eleanor”.

En enero, Mushaw volvió a encontrarse con Eleanor, esta vez en Virginia, para celebrar el cumpleaños de ella. Es probable que sea la primera de muchas celebraciones juntos. “Como padre, es una sensación muy agradable la de ver que alguien ama tanto a su hijo como uno”, explica Jessica. “Éramos dos desconocidos, y ahora cada uno es una parte muy importante de la vida del otro”. 

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