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Querida mamá

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Para celebrar el Día de la madre, tres hijas escribieron cartas muy especiales a sus mamás…

Holly Shaw (29), de Warrington, es docente auxiliar. El año pasado recibió un riñón de su madre Helen, de 63 años.

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QUERIDA MAMÁ:

Cuando me desperté del transplante de riñón el pasado octubre, lo primero que pensé fue ¿cómo estarías? Estabas en otra sección del mismo hospital, recuperándote de tu propia operación de extracción de riñón para donármelo a mí.

Aún mareada por la anestesia, insistí en llamarte desde mi cama y cuando escuché tu voz, y escuchaste la mía, ambas lloramos con lágrimas de alegría y alivio.

Estabas conmigo ese día en 2005 cuando me diagnosticaron por primera vez insuficiencia renal. Tenía solo 17 años y había estado sufriendo mucho a causa de lo que aparentemente era una bacteria intestinal, pero cuando se disparó mi presión arterial y comencé a desarrollar hematomas, el médico me envió al hospital para hacerme más estudios.

En solo unas horas, me dieron la demoledora noticia de que mis dos riñones estaban fallando. No sabían el motivo, pero la única alternativa que tenía era comenzar un tratamiento de diálisis de inmediato y pasar a formar parte de la lista para trasplantes.

En un instante sentí como si hubieran puesto mi vida en espera y todos mis planes y sueños, como ir a la universidad, conseguir un empleo donde pudiera trabajar con niños y viajar, hubieran sido arrebatados de mis manos. Fuiste tú, mamá, quien me aseguró que iba a poder atravesar esto.

No me sorprendió que inmediatamente te ofrecieras como donante. Entendí que tu instinto maternal era hacer todo lo que pudieras para ayudarme, pero secretamente me sentí aliviada cuando los médicos descubrieron que en tu cuerpo había un virus, causado por una gripe, y esto significaba que no era la mejor alternativa posible. Estabas enojada, pero yo no quería que arriesgaras tu salud y tu vida por mí.

Pasé los siguientes tres años y medio con diálisis. Era extenuante, me dejaba agotada y con náuseas durante muchos días.

Sin embargo, nunca me dejaste abandonar, siempre me alentabas a intentar vivir una vida lo más normal posible. Con tu apoyo hasta logré obtener un título universitario.

En 2008, recibí la llamada que confirmaba que habían encontrado un riñón para mí. Estábamos las dos eufóricas y luego de un trasplante exitoso, finalmente pude comenzar a vivir de manera normal otra vez.

Luego, en enero de 2015, el riñón donado comenzó a fallar y volví al tratamiento de diálisis y a la lista de transplante. Me sentía desolada. Toda mi independencia había sido arrebatada otra vez de mí, sentía que estaba otra vez en el casillero de salida.

Nuevamente te ofreciste para ser mi donante y esta vez la medicina ya había avanzado lo suficiente como para poder resolver los problemas de compatibilidad que habíamos tenido antes.

Me sentía cada vez peor, y al no saber con certeza si encontraría el riñón de un desconocido, sabía que tenía que aceptar el tuyo, pero aún estaba reticente a dejar que arriesgaras tanto por mí. Pero no había forma de detenerte.

Durante tanto tiempo habías estado sentada a mi lado en la cama sintiéndote impotente mientras los médicos me sometían a tratamientos. Ahora, podías ayudarme de un modo real y me di cuenta de la fuerza que eso te daba.

Cinco meses después de nuestras operaciones, ambas estamos reponiéndonos bien y siento que estoy recuperando mi vida otra vez gracias a ti, mamá. Sin ti, y tu riñón, aún podría estar sometida a diálisis, hasta podría haber muerto. Todas las mañanas me despierto y sé que soy una mujer sana, normal y feliz gracias a ti.

No importa adónde me lleve la vida, siempre tendré una parte tuya conmigo. Es una conexión especial que no muchas madres e hijas tienen, y la valoro muchísimo.

Gracias mamá, por mi salud y mi futuro.        

CON AMOR, HOLLY 

Hannah Carpenter (24), trabaja en relaciones públicas. Fue adoptada a las nueve semanas de vida por su mamá Heidi (56), enfermera, y su padre Alan (59) informático.

QUERIDA MAMÁ:

No me llevaste en tu panza, ni me hiciste nacer, tampoco compartimos nuestro ADN. Sin embargo, nuestro vínculo como madre e hija es tan profundo como si tuviéramos una conexión física, y tal vez más aun.

Si bien ya tengo 24, aun celebramos mi “día especial” cada mes de junio: el aniversario de la fecha en que me convertí legalmente en tu hija y llegué a casa desde el hogar transitorio donde estaba para vivir contigo y papá.

Siempre hay torta y me compran regalos. Es como tener un segundo cumpleaños y lo hemos festejado cada día de mi vida. Es una fecha que nunca quiero olvidar, porque marcó el comienzo de nuestras vidas juntos como familia.

Tenía tan solo nueve semanas en aquel entonces, mi madre biológica me había dado en adopción al momento de mi nacimiento y pasé a un hogar transitorio. No sé mucho sobre ella, solo que tenía 24 años, era soltera y quería que yo creciera en una familia adecuada y tuviera una vida mejor que la que ella podía ofrecerme.

Ustedes no podían tener hijos, pero estabas absolutamente desesperada por formar una familia. Entonces decidieron atravesar el extenuante proceso de la adopción, hasta que finalmente les informaron que una pequeña bebé llamada Hannah sería suya.

No tengo dudas de que he tenido todas las oportunidades que mi madre biológica hubiera soñado para mí. Fui a una escuela privada y me alentaron a estudiar mucho e ir a la universidad. Cuando era adolescente, eras mi taxista, me llevabas a las competencias de buceo y me alentabas desde los costados.

Todos los años nos vamos de vacaciones juntos, a Arran en Escocia o a Nueva York, donde cumplí 13. Como hija única, porque papá y tú comprensiblemente no querían someterse al complejo proceso de adopción nuevamente, siempre fui mimada con juguetes y mucha atención.

Probablemente el regalo más grande que me hayan dado fue enseñarme a sentirme orgullosa de ser adoptada. Nunca fue un secreto en nuestra casa y ustedes siempre fueron muy abiertos a contarme la historia de cómo me había convertido en su hija.

Tuve que aprender que no todos piensan que la adopción es algo positivo como pensamos nosotros.

¿Te acuerdas de ese día cuando tenía apenas nueve años y volví a casa de la escuela muy perturbada porque una niña de mi clase bromeaba con que mi madre biológica me había vendido? Fue la primera vez que advertí que para algunas personas ser adoptado era algo que causaba vergüenza y que había un tabú alrededor de este tema.

Su comentario quedó en mí durante años, pero a medida que fui creciendo me impulsó a celebrar mi experiencia y a nunca sentirme avergonzada de ello.

Nunca quise rastrear a mi madre biológica. No la odio ni me siento resentida porque me haya abandonado. En lugar de eso, me siento agradecida con ella por haber hecho semejante sacrificio para ofrecerme una vida mejor. Podría haberme abortado, pero eligió continuar con el embarazo y eso debe haber sido muy difícil.

Pero tu eres mi mamá en todos los sentidos que realmente importan. Cuando estoy estresada por el trabajo, o me rompieron el corazón, es a ti a quien llamo. Cuando estoy enferma, vienes a mi casa a cuidarme, cuando tengo algo para celebrar, salimos juntos. Eres mi confidente y mi mejor amiga.

Prácticamente cualquier mujer puede quedar embarazada y tener un bebé, pero es preciso una mujer muy especial para convertirse en mamá de un niño adoptado. Y realmente no hay nadie más especial que tu, mamá.     

CON AMOR, HANNAH

Jules Osmany (53), de Northampton, es maquilladora. A su madre Gloria (83) le diagnosticaron demencia vascular en 2013.

QUERIDA MAMÁ:

Es tan difícil escribir esta carta sabiendo que nunca podrás leerla.

Ahora prácticamente duermes todo el tiempo, y cuando estás despierta eres tan solo la cáscara de la mujer vital que solías ser, sin poder ver, hablar o moverte de tu cama. Cuando te doy un beso en la frente, como hacías siempre cuando era pequeña, o cuando pongo tu música favorita, a veces noto un parpadeo de reconocimiento. Pero desaparece en un instante.

Te diagnosticaron esta enfermedad en 2013, pero las señales de que las cosas no andaban bien comenzaron alrededor de 2010. Luego de que falleció tu segundo esposo, Ken, advertí un cambio grande en ti. Siempre fuiste muy alegre y extrovertida, pero fue como si te hubieras encerrado en tu interior. Por momentos me preguntaba si estabas deprimida.

Comenzaste a descuidar tu aspecto y ya no te preocupaba cómo te veías. Comenzaste a olvidarte de las cosas y volverte algo torpe.

Cuando aceptaste mudarte de tu casa en Shropshire a una residencia para mayores por donde yo vivía, me sentí más tranquila de tenerte cerca. Pero me doy cuenta ahora que la demencia ya se había apoderado de ti para ese momento, y has estado yéndote de mis manos desde entonces.

No dejo de recordar la mujer que eras antes de esta enfermedad devastadora. Glamorosa y hermosa, eras tan diferente a las mamás de mis amigas, con tus polleras tubo, tus stilettos y tu burbujeante personalidad. A diferencia de otras mujeres de tu generación, que generalmente preferían estar en el fondo, tú desbordabas seguridad y siempre usabas ese emblemático labial rojo.

Siempre decías: “Nunca se sabe con quién puedes encontrarte, así que hay que estar bien”. Hasta hoy me maquillo y arreglo mi cabello todas las mañanas, es mi pequeño homenaje a ti, mamá.

Éramos como hermanas además de madre e hija, y a medida que crecía siempre fuiste mi confidente. Hablábamos, sobre todo.

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