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Por amor a una niñita pelirroja

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El romance de la vida real que inspiró a Charles M. Schulz, el creador de Snoopy.

El cabello de Donna Johnson Wold, que, en sus propias palabras, alguna vez fue “violentamente rojo”, hace mucho tiempo que se puso blanco, como cabría esperar en una abuela de 87 años. Esta mujer vive en un hogar para ancianos en Minneapolis, Minnesota, la ciudad donde ha vivido toda su vida. Todos los días su esposo, Al Wold, maneja ocho kilómetros para visitarla y sentarse juntos a recordar. 

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Algunas de las añoranzas más entrañables de Donna giran en torno a la relación que tuvo con otro hombre hace más de medio siglo. Aún conserva algunos recuerdos de él y de ese tiempo: una agenda de escritorio con dibujos de 1950, una caja de música y una colección de recortes de la tira cómica Peanuts (Snoopy), publicada en las páginas del diario Star Tribune de Minneapolis, muchos de ellos alusivos a una linda pelirroja. 

Las tiras tienen un significado especial para Donna. En el clímax de su popularidad, Peanuts se publicaba en 2.600 diarios, en 21 idiomas y 75 países, y la leían más de 355 millones de personas; sin embargo, de vez en cuando era la extensión de una correspondencia amorosa secreta. “Era la historia de la vida de Charles y la mía”, afirma Donna. 

En la tira de Peanuts del domingo 19 de noviembre de 1961, Charlie Brown se sienta a almorzar, sin otra compañía que sus constantes ansiedades. Con anhelo observa cómo los otros niños se divierten, se lamenta por su soledad y falta de popularidad, y se desespera al ver su almuerzo: un sándwich de crema de maní y una banana. De pronto ve a alguien. “Daría cualquier cosa en el mundo con tal de que esa niñita pelirroja viniera aquí y se sentara conmigo”, dice en voz alta pero sin que nadie lo oiga. 

En el resto de las 17.897 tiras de Peanuts que Charles M. Schulz dibujó entre 1950 y 1999, Charlie Brown no deja de suspirar por esa niña. Al igual que la escurridiza de fútbol americano y el árbol devorador de barriletes, la inalcanzable Niñita Pelirroja, que parecía no saber de la existencia de Charlie Brown, se convirtió en un motivo recurrente de la aflicción del personaje. 

El mayor enigma es que la niña nunca resulta visible. Como Godot, está permanentemente fuera de escena en el drama absurdo de Schulz, aunque siempre presente en los almuerzos introspectivos de Charlie Brown. Nosotros no podemos verla, y él no puede dejar de verla. 

Hubo algo parecido a una excepción. El 25 de mayo de 1998, la Niñita Pelirroja apareció, en silueta, bailando con Snoopy, el cual se imagina en el papel de Jay Gatsby bailando con su amada Daisy. Charlie Brown solo los mira, tras haber perdido su oportunidad una vez más. 

En noviembre de 2015 la Niñita Pelirroja salió de las sombras. Junto con los rostros más conocidos de la tira de Schulz, se hizo visible a través de la animación generada por computadora para Snoopy & Charlie Brown: Peanuts, la película. El personaje desempeña un papel fundamental y catalizador en la trama. Al ser la niña nueva en el barrio, se convierte en la materialización de todas las esperanzas y los sueños del héroe tan inmortal como poco perspicaz de Schulz. Poner a la Niñita Pelirroja en la pantalla grande no fue una decisión que se haya tomado a la ligera. “Hubo muchísimos días de conversación sobre el asunto”, dice el director Steve Martino. “No perdimos de vista que Charles M. Schulz la dejó siempre a nuestra imaginación”. 

Con el mismo esmero que prodigaron a otras consideraciones estéticas del proyecto, los animadores de Peanuts, la película estudiaron la silueta del personaje en la tira de Schulz de mayo de 1998. Reprodujeron el perfil y las proporciones con exactitud, le pusieron un vestido de vibrante color azul verdoso y le tiñeron el cabello con lo que Martino llama un tono “encarnado especial”: un rojo tomate subido, diferente al tono de las otras pelirrojas que aparecen en Peanuts, Peppermint Patty y Frieda. 

Martino siente curiosidad por la decisión creativa de Schulz de dibujarla en su tira cómica una sola vez. “Sería fascinante conocer el diálogo interno que tuvo—dice—. Ese fue probablemente un gran día para él, y muy importante en la vida de la tira”. Sin lugar a dudas, los pensamientos de Schulz durante la creación de la tira rondaron el recuerdo de la pequeña pelirroja de su pasado. 

En 1950 Charles M. Schulz —o “Sparky”, como lo llamaban sus amigos— trabajaba como maestro en Art Instruction, Inc., en Minneapolis, una escuela que enseñaba caricatura e ilustración a jóvenes por correspondencia. Era una época feliz para Schulz, entonces de 27 años. Además de ganar 32 dólares por semana (un buen sueldo en ese tiempo) revisando los dibujos de los alumnos, estaba cerca de cumplir su sueño de publicar una tira cómica diaria; ya había tenido cierto éxito con una caricatura semanal llamada Li’l Folks (“Chiquillos”) en un diario local. 

Todos los días Schulz pasaba frente al escritorio de Donna Mae Johnson, una popular joven de 21 años del departamento de contabilidad. Tenía el cabello de color rojo intenso. Algunas mañanas, cuando llegaba al trabajo, Donna encontraba pequeños dibujos o saludos escritos por Schulz en su agenda de escritorio. Schulz entrenaba al equipo femenino de softball de la oficina, las Bureaucats (juego de palabras entre burócratas y gatas). Donna ha confesado que se unió al equipo solo para verlo a él más seguido. Schulz llevaba en su auto a algunas de sus pupilas a sus casas después de la práctica, y Donna era siempre la última. 

Él la invitó a salir en febrero. En su primera cita la llevó a un espectáculo de patinaje sobre hielo (la pista era una de sus pasiones). Más tarde le regaló una caja de música con forma de piano que tocaba Les Patineurs (“Los patinadores de hielo”), de Émile Waldteufel. Donna, que llevaba disciplinadamente un diario, escribió en la página del jueves 2 de marzo sobre él usando sus iniciales: “CS. Patinaje en hielo. ¡¡Precioso!!” 

Cada lunes por la noche, Donna y Schulz dejaban a sus colegas en la oficina —Charlie Brown, Linus Maurer y Frieda Rich, por nombrar a algunos—y salían a cenar. Su restaurante favorito era el Oak Grille, en el piso 12 de la tienda departamental Dayton’s (que hoy día es Macy’s), en el centro de Minneapolis. El restaurante sigue allí, y su ambiente al parecer es tan romántico como en 1950: una iluminación tenue, paneles oscuros y una chimenea grande y elegante. 

El 24 de junio de ese año la pareja disfrutó de una cita especialmente memorable. En una entrevista que le hicieron muchos años después, Schulz la describió como “uno de esos raros días que ocurren en la vida de vez en cuando”. Viajó con Donna hasta el pintoresco pueblo de Taylors Falls y preparó hot cakes en una sartén sobre una fogata con una masa que ella había llevado en un frasco. De vuelta en Saint Paul esa noche, fueron al cine a ver la película My Foolish Heart. Como Donna record en el episodio sobre Schulz de la serie de documentales American Masters, de 2007, el interior del cine estaba helado, así que Schulz rodeó los hombros de ella con su brazo. “Nos sentamos en la fila de atrás y… nos besamos”, dijo. 

Cuando Donna regresó a casa esa noche, su madre ya estaba pensando que se había fugado con Schulz. En realidad, la idea de irse con él había pasado por la cabeza de Donna. “En una ocasión le pedí que se fugara conmigo—refiere—. Me dijo que no podía hacerle eso a mi madre”. Años después Schulz confesó que había llegado a arrepentirse de esa caballerosidad, y que escuchar la canción tema de la película Mi Foolish Heart —cuya letra dice: “Esta vez no se trata de un encantamiento, ni de un sueño que se termina y se desvanece”—le rompía el corazón. 

Donna tenía otro pretendiente. A lo largo de dos años había salido algunas veces con Al Wold, un ex compañero de la escuela secundaria con quien tenía muchos amigos en común; incluso su color de cabello era igual. La relación que tenía con él no era seria, hasta que el evidente interés de Schulz por ella obligó a Al a reconsiderar sus intenciones. Por su parte, Schulz había expresado su deseo de casarse con Donna desde su tercera cita. Ella recuerda lo que Schulz le dijo: “Me gustaría tener un anillo de brillantes en el bolsillo. Te lo daría”. Para Donna, las insistentes atenciones de sus dos pretendientes representaban un verdadero dilema. A los dos los quería mucho. En mayo de 1950 escribió en su diario: “¿Cómo podré decidirme?” 

Al mes siguiente Schulz viajó a la ciudad de Nueva York con algunas tiras cómicas de muestra para reunirse con directivos de la empresa editorial United Feature Syndicate. Durante su estancia allí le escribió a Donna: “Si la prueba de la ausencia es el reto supremo, estoy más seguro que nunca de superarlo. Anoche no dejé de pensar en ti”. 

Schulz regresó a Minneapolis muy animado, pues había firmado un contrato de cinco años para hacer la tira cómica que se convertiría en Peanuts. Alrededor de las 10:30 de la noche fue a la casa de Donna para darle la noticia y proponerle matrimonio una vez más. No le pidió una respuesta inmediata. A continuación le dio un regalo que había comprado para ella: una figura de un gato blanco hecho un ovillo. Schulz le dijo que lo guardara en su cajón en la oficina hasta que finalmente decidiera a casarse con él, y que entonces debía colocarlo sobre su escritorio. 

Dos semanas después Al Wold también le propuso matrimonio a Donna. Al cabo de otro par de semanas, la joven pelirroja le dijo a Schulz que había elegido a Al. Con el paso de los años se han dado a conocer varias explicaciones de la elección de Donna. Schulz insistió en que no le simpatizaba a la madre de ella, pero tanto Donna como Al hoy día concluyen que aunque la relación que ella tuvo con Schulz fue seria y romántica, Al era su media naranja. “Parece simplemente que éramos más compatibles”, señala Donna. 

Aun así, jamás olvidó la noche que le dio la mala noticia a Schulz. En Good Grief, la biografía del dibujante escrita en 1989 por Rheta Grimsley Johnson, Donna refiere: “Estaba en casa cosiendo… Nos sentamos en el patio trasero por un largo rato. Luego él se fue en su auto. Entré a casa y lloré. Él regresó una media hora después y me dijo: ‘Pensé que tal vez habías cambiado de opinión’. ¡Estuve cerca de cambiarla!” 

Donna Mae Johnson renunció a su trabajo en el departamento de contabilidad, y el 21 de octubre de 1950 —19 días después de que la tira Peanuts empezó a ser publicada en siete diarios, lo que colocó a Schulz en una nueva trayectoria— se casó con Al Wold en la Iglesia Luterana de la Santísima Trinidad. “No puedo pensar en ninguna pérdida más dolorosa que ser rechazado por una persona a quien se ama tanto”, dijo Schulz años después. “Es un duro golpe a lo que uno es”. 

Es fácil deducir una conexión entre el profundo desconsuelo de Schulz y una serie de tiras de Peanuts que aparecieron en 1969, cuando Charlie Brown se da cuenta de que la Niñita Pelirroja se dispone a mudarse a otra ciudad. “¿Por qué de pronto mi vida entera pasa delante de mis ojos?”, se pregunta afligido. “Pensé que me quedaba mucho tiempo… pensé que podría esperar hasta la fiesta en la piscina de sexto grado, o la fiesta de fin de año de séptimo grado… Pensé que podría invitarla al baile de graduación, o a un montón de otras cosas cuando creciéramos, ¡pero ahora se va a mudar y ya es demasiado tarde! ¡Es demasiado tarde!” 

Donna leía Peanuts todos los días —aún lo hace— y de inmediato supuso que la niña pelirroja no identificada estaba inspirada en ella. También comenzó a notar en la tira ciertas alusiones gentiles. Una vez, en 1950, Schulz pasó a recoger a Donna en el auto de su padre. Le abrió la puerta para que subiera, y entonces ella, juguetonamente, se apresuró a poner el seguro de la otra puerta, dejando afuera a Schulz. En la tira del domingo 13 de junio de 1971, Charlie Brown describe exactamente esa escena como su idea de lo que debería ser el amor. “Fue como leer una vieja carta de amor —dijo Donna—. Fue muy grato ser recordada”. 

Schulz amó a otras mujeres. La biografía del dibujante que David Michaelis escribió en 2007 menciona a varias mujeres que el joven Schulz solo había podido admirar intensamente desde lejos. Es evidente, sin embargo, que ninguna de ellas figuró en la tira cómica como lo hizo su adorada Niñita Pelirroja. 

Schulz habló sobre la mujer de la vida real que inspiró el personaje de la Niñita Pelirroja en Good Grief, y explicó también su intención, en ese momento, de preservar la magia y el encanto del personaje al no representarla nunca en la tira. “Según dijo, su intención era que cada hombre pudiera imaginar a la Niñita Pelirroja de su vida —señala Donna—. Una chica a la que conoció y amó, pero que no pudo tener”. 

Más allá de las gentiles alusiones a su romance en Peanuts, Schulz y Donna se mantuvieron en contacto de otras formas más ordinarias. Hubo llamados telefónicos, cartas y visitas amistosas. Schulz contó que durante sus encuentros sentía como si el tiempo no hubiera transcurrido y nada hubiese cambiado. “Me hacía feliz verlo, y él también parecía feliz de verme”, dice Donna. La amistad de Donna y Schulz jamás afectó su matrimonio con Al (quien, junto con Peanuts, hace poco celebró su 65 aniversario), y tampoco hizo mella en ninguno de los dos matrimonios que tuvo Schulz. 

Un leve temblor de mano se hizo notorio en el elegante trazo de Schulz durante los últimos años de la tira, pero él no dejó de hacerla hasta finales de 1999, tras recibir un diagnóstico de cáncer. Murió mientras dormía el 12 de febrero de 2000, menos de una semana después de su última conversación telefónica con Donna. La última tira de Peanuts que dibujó fue publicada al día siguiente. A lo largo de los años Donna ha rechazado muchas ofertas de coleccionistas de Peanuts, pues prefiere atesorar sus recuerdos de Schulz. La tira sobre la escena del auto es una de varias que mantiene en exhibición en el departamento de dos habitaciones donde Al aún vive, y también conserva la figura del gato blanco.

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