En una noche de verano de 1694, un joven y guapo soldado fue requerido a las habitaciones de su amada, la princesa de Hannover.
¿El fin de un romance?
A las diez de la noche de un domingo, Philipp Christoph, conde de Konigsmarck, dejó su residencia de Hannover, al norte de Alemania, y protegido por la oscuridad se dirigió apresuradamente hacia el castillo sobre el río Leine. Esa mañana había recibido una nota en que se le pedía visitar por la noche a Sofía Dorotea, la joven esposa del príncipe de Hannover. Aunque no reconoció la letra en la carta, Philipp aceptó la invitación a un encuentro clandestino con su amada, pues la última oportunidad de estar a solas con ella había tenido lugar hacía varias semanas. Tal vez recordó la significación de la fecha: 1° de julio de 1694, el cuarto aniversario de la primera ocasión en que intercambiaron cartas amorosas.
Sofía Dorotea, a pesar de no haber escrito ni dictado la carta, estaba agradablemente sorprendida de ver a su amante de manera tan inesperada. Tal vez sospecharon que la carta era una trampa, pero era tanta su felicidad de reunirse otra vez, que no pensaron en tomar precauciones en un encuentro tan peligroso. En todo caso, quizá pensaron que debía terminar este juego de escondidas. A la siguiente madrugada, vendría un carruaje a buscar a Sofía Dorotea: por fin podría abandonar la farsa de un matrimonio sin amor con su primo, Georg Ludwig, y dejar para siempre el castillo donde nunca se sintió cómoda. Al día siguiente con toda seguridad iniciaría una nueva vida al lado de Philipp.
Los amantes habían planeado cuidadosamente los detalles finales del escape antes de separarse; sólo les quedaba contar las horas hasta que llegara la madrugada. Pero Sofía Dorotea esperó en vano hasta la siguiente mañana. Philipp nunca llegó ni envió un mensaje con explicaciones. Desapareció y nunca se le volvió a ver.
Desesperada y temiendo lo peor, Sofía Dorotea acudió al concejal privado de la corte y le suplicó que investigara la desaparición de Philipp. «Tiemblo de sólo pensar que el conde de Konigsmarck pudiera haber caído en manos de esa señora…» ¿Quién era esta mujer a la que temía Sofía Dorotea y por qué? ¿Y qué sucedió a Philipp cuando salió de la habitación? Para resolver el misterio, es necesario conocer la historia del infeliz matrimonio que dio origen al fatal romance.
¿Matrimonio: una maniobra política?
Arreglar matrimonios entre dinastías rivales era costumbre en una Alemania dividida en numerosos ducados e insignificantes reinos. El amor no jugaba ningún papel en estas alianzas, pero pocas veces los novios sintieron tal disgusto mutuo como Sofía Dorotea y Georg Ludwig. Más allá de que se conocieron desde niños, su desprecio mutuo estaba radicado en las generaciones previas de las dos familias.
El padre de la novia, duque Georg Wilheim de BrunswickCelle, estuvo comprometido con otra Sofía, una princesa del cercano Palatinado de Rhineland. Al no tener deseos de renunciar a su alegre soltería, Georg Wilheim disolvió el compromiso y pasó la novia a su hermano menor, Ernst August. Para que el arreglo resultara más atractivo para la pareja, Georg Wilheim firmó un contrato en 1658 en el que prometía no casarse nunca y que, a su muerte, el ducado de BrunswickCelle se unificaría con el ducado de BrunswickLuneberg, el cual había sido heredado por Ernst August.
Pocos años después de firmar el acuerdo con su hermano menor, el soltero depiadado Georg Wilheim se enamoró de una francesa llamada Eleonore d’Olbreuse. No conforme con tenerla como concubina, decidió anular su contrato y casarse legalmente con Eleonore. Apeló a Leopoldo I, quien reinaba en Viena sobre la frágil asociación de Estados germanos conocida como Sacro Imperio Romano. No fue sino hasta 1676 que su petición fue atendida. Eleonore se hizo entonces duquesa de BrunswickCelle y su hija, Sofía Dorotea, que ya tenía diez años de edad, se hizo legítima y obtuvo el rango de princesa heredera de la corona.
En la corte de Ernst August en Hannover, estos hechos fueron vistos con sospecha. La prometida reunificación de los dos ducados parecía ahora amenazada. Felizmente, los dos hermanos encontraron una solución al problema: casarían a Sofía Dorotea con su primo, Georg Ludwig, hijo primogénito de Ernst August.
Políticamente, la solución era ideal; a Sofía Dorotea esto le pareció odioso. No acostumbrada al estricto protocolo, intrigada y a la vez molesta por los manejos de la corte, nunca se sintió a gusto en Hannover. Peor aún, su marido tenía una amante, igual que su suegro. Según la peculiar etiqueta de entonces, la amante del duque Ernst August, condesa de Platen, pedía un rango real superior al de la princesa. Cuando Georg Ludwig tuvo un hijo en 1683 y una hija cuatro años después, ignoró completamente a su esposa. No es de extrañar, pues, que Sofía Dorotea sucumbiera a los encantos del apuesto y seductor conde de Konigsmarck cuando éste apareció en la corte en 1688.