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Historia de amor: ¡Al final dijo sí!

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Un adolescente loco de amor se queda con la chica… unos 40 años más tarde

Un día a comienzos  de enero de 1999, Georgene Martin (Huber, su apellido de soltera), de 51 años, recibió un ramo de rosas rojas. Como su esposo había fallecido recientemente, las flores no le parecieron tan sorpresivas, pero sí el nombre que aparecía en la tarjeta. La última vez que había visto aquel nombre, Jerry Zimmermann, era en el anuario de secundaria de 1965.

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“Querida Georgene”, decía la tarjeta de Jerry, “éramos compañeros de clase, aunque no creo que supieras de mi existencia. Yo era muy tímido y tú la chica más linda que jamás haya visto”.

Era cierto que Georgene apenas recordaba a Jerry. Habían pasado casi cuatro décadas desde que sus caminos se cruzaron por primera vez en los pasillos de la escuela secundaria Farnsworth Junior High School en Sheboygan, Wisconsin, donde ella aún vivía.

“Si bien ahora vivo en Washington, DC, mantengo lazos fuertes con Sheboygan”, agregaba Jerry. “Regreso allí varias veces por año. Y ahora la razón de esta carta: iré de visita el fin de semana del 15 de mayo y me preguntaba si, tal vez, podríamos encontrarnos para tomar un café. Estoy al tanto, no obstante, de la reciente pérdida de tu esposo y lo lamento mucho. Si mi propuesta llega demasiado pronto, lo entenderé y esperaré otros 40 años”.

¿Por qué no?, pensó Georgene mientras apoyaba la carta sobre la mesa. Realmente sentía curiosidad de saber cómo se veía Jerry después de tantos años. Aunque no fuera más que un café, sería agradable tan solo conversar un rato con él. Le respondió entonces y acordó que se encontrarían en primavera. Cuando llegó la respuesta de Georgene, Jerry se sintió eufórico. ¡Finalmente dijo sí! Georgene no lo sabía, pero había roto el corazón de Jerry muchos años atrás.

EL INTERÉS DE Jerry por Georgene Huber comenzó cuando la vio en noveno grado. Sus ojos brillantes producían en él un electrizante escalofrío cada vez que lo miraba aunque fuera fugazmente, pero la timidez de Jerry impidió que pudiera decirle una sola palabra durante dos años más.

Con su reluciente licencia de conducir en mano, Jerry estaba camino a la escuela una mañana cuando vio a Georgene caminando con una amiga. Antes de que pudiera convencerse a sí mismo de no hacerlo, detuvo el auto y les preguntó a las chicas si querían que las llevara. Ellas aceptaron.

Las amigas se subieron de un salto al asiento de adelante; Georgene se sentó al lado de Jerry. La hermosa joven a la que anhelaba tanto tener cerca, estaba sentada apenas a unos centímetros de distancia y de solo pensarlo se sentía petrificado. Completamente incapaz de decir algo para romper el hielo, Jerry ni siquiera se presentó. Al llegar a la escuela, las pasajeras le agradecieron y siguieron su camino.

Jerry pasó el día entero meditando su próxima movida. Su plan era simple: luego de la escuela, recorrería la zona con su auto hasta encontrar a Georgene en su regreso a casa. Después, tal como había hecho esa mañana, le ofrecería llevarla. Ella aceptaría, volvería a sentarse cerca de él y listo, pensó. Felices para siempre.

Al sonar el timbre de salida, Jerry corrió al estacionamiento y manejó su auto por los alrededores de la escuela. Pronto encontró a Georgene caminando con la misma chica de la mañana. Jerry detuvo el auto y bajó la ventanilla. “¿Les gustaría otra vuelta?”, preguntó.

Georgene lo miró. “No, caminaremos”.

¿No? Jerry no podía creerlo. En su mente, ellos tres ya eran buenos amigos. Lentamente volvió a subir la ventanilla y comenzó a alejarse, devastado. Las cosas solo empeoraron. El año siguiente, en 12º grado, se enteró de que Georgene estaba comprometida. Jerry no se animó a acercarse a ella nuevamente.

AL TERMINAR LA secundaria, Jerry encontró trabajo como repartidor para un mayorista de productos eléctricos y de plomería. Le gustaba lo que hacía, pero en 1983 sufrió una lesión en la espalda. Jerry, quien entonces tenía 36 años, se vio obligado a desempeñar tareas administrativas, algo que odiaba. A su tristeza se agregó un divorcio y la muerte de su padre.

Luego, una noche, abrió el diario Sheboygan Press y vio un aviso de la Universidad de Wisconsin. “¿Quieres mejorar tu vida?”, decía. Intrigado, continuó leyendo. 

Allí se invitaba a una reunión de asesoramiento en la biblioteca local con uno de los orientadores de la facultad. Al finalizar la reunión, Jerry estaba inscripto en dos clases. No estaba muy convencido de que más estudio pudiera ayudarlo a encausar su camino, pero realmente disfrutaba las materias y al final consiguió su diploma en geografía física.

Al poco tiempo, Jerry dejó Wisconsin y partió a Spokane, Washington, donde trabajó como cartógrafo en el departamento de diseño de mapas del área de Relevamiento Geológico del gobierno de los Estados Unidos. Luego fue promovido a la división de mapeo del Departamento de Defensa en Washington, DC.

Mudarse a la capital del país fue un cambio grande. Jerry, que había crecido en una granja, estaba acostumbrado a ver animales pastando y grandes espacios abiertos. En DC, se encontró rodeado de políticos y tránsito. Extrañaba Wisconsin. Llamaba a su casa todas las semanas y regresaba al menos dos veces al año, para su cumpleaños en julio y nuevamente en Navidad.

“Generalmente, en alguna de esas oportunidades”, recuerda, “pasaba con el auto por la casa de Georgene, solo para ver cómo estaba todo”. Cuando la veía por la calle, aún no lograba armarse de valor para hablarle. Jerry buscó su número en la guía telefónica local. Estaba siempre allí, al lado del de su esposo.

Jerry se casó, y se divorció, por segunda vez. Ninguna de sus exesposas se enteraron jamás de su eterno amor por Georgene, aunque sus amigos de la infancia sí lo sabían. En una de sus visitas semestrales, en diciembre de 1998, Jerry se encontró a charlar con su amigo Frank Cooper.

“¿Has visto a Georgene últimamente?”, preguntó Frank.

“No, para nada”, respondió Jerry.

“Su esposo falleció”.

El esposo de Georgene había perdido la batalla contra un tumor cerebral luego de casi un año de enfermedad.

Jerry debía regresar a Washington, pero antes de irse de la ciudad, pasó por una florería del lugar. 

Si bien no quería parecer insensible ante el fallecimiento del esposo de Georgene, ya no quería perder más tiempo. Dejó su timidez a un lado y escribió una tarjeta para enviar junto con las rosas. 

CUANDO JERRY SE enteró de que Georgene estaba interesada en encontrarse con él, no veía la hora de que llegara el momento de su próximo viaje a casa en mayo. Esa noche la llamó y hablaron más de una hora. Viajó a su casa esa primavera de 1999 tal como había programado para una breve visita de fin de semana. A los 51 años, finalmente lograba su primera cita con la mujer de la que había estado locamente enamorado por más de 35 años.

La belleza de Georgene se mantenía intacta. “Su cabello se veía diferente”, comenta Jerry, “y aún era menuda”. 

Tal vez su encuentro no haya sido como Hollywood lo hubiera pensado, pero tanto para Jerry como para Georgene, la conexión fue intensa. Mientras que Jerry había anhelado este acercamiento por décadas, Georgene había estado deseando compañía desde la partida de su esposo. “Si encuentras a alguien para mí”, solía pedirle a Dios, “me harías muy feliz”.

Georgene y Jerry la pasaron tan bien en su encuentro que planearon volver a verse cuando Jerry regresara a Wisconsin en julio para una estadía más larga.

Jerry se quedó allí unos diez días aquel verano. Y pasó cada uno de esos días con Georgene. Salían a caminar todos los días, generalmente a un parque cerca del lago Michigan. En su tercera o cuarta salida, decidieron pasear por la orilla del lago. “El agua era azul, los sonidos dorados”, dice Jerry, “y mi corazón estaba allí. Mejor dicho, nuestros corazones”.

Era el escenario perfecto para que Jerry pudiera confesarle sus profundos sentimientos por ella. “Estoy enamorado de ti”, le dijo a Georgene. Luego le pidió que se casara con él. “Fue totalmente inesperado”, comenta Georgene, “pero sabía que era el indicado”. 

Ella aceptó y una sensación de triunfo invadió por completo a Jerry. Ahora tenía dos “sí” para superar aquel “no” de hacía tanto tiempo atrás.

Su siguiente viaje a Washington fue el último. Jerry renunció a su trabajo en el gobierno y regresó a Wisconsin. Décadas atrás, la chica más hermosa del mundo se casaba con otro. Ese invierno, la chica más hermosa del mundo se casaba con él.

El año pasado, él compartió su historia con Selecciones con esta posdata: “Durante muchos años las cosas fueron fantásticas. Luego comencé a tener dificultades para caminar. Georgene sabía de qué se trataba, pero yo necesitaba oírlo de un neurólogo: enfermedad de Parkinson. Ahora se encuentra en etapa avanzada, pero Georgene y yo seguimos amándonos mientras yo peleo contra síntomas debilitantes. Amamos a Dios y estamos agradecidos por todo lo que hemos construido juntos porque es perfecto para nosotros”.

Felices para siempre, de verdad.

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