Acompañanos a buscar una de las flores más raras y huidizas del mundo.
—Mi padre debe regresar pronto —me dice War Jian mientras sirve otra ronda de infusión de hierbas.
Estamos sentados en su choza de bambú, en una aldea situada a 10 kilómetros de Putao, en el norte de Myanmar, esperando que llegue su padre, War Gyi Dee. Desde la ventana vemos águilas que vuelan frente a los escarpados picos cubiertos de nieve que rodean la aldea, en la cordillera del Himalaya. Al embargarme una sensación de aislamiento y paz, me doy cuenta de que es muy probable que me encuentre en la región más apartada de uno de los países más remotos del mundo.
Jian me saca de mi ensoñación al ver a su padre acercándose.
—¡Ahí viene! —exclama.
War Gyi Dee, curandero y cazador de orquídeas, de 81 años, baja por un sendero hacia la choza con un costal sobre el hombro. Está de vuelta en casa luego de pasar una semana en las montañas buscando orquídeas raras, que usará para preparar medicamentos. Apoya la bolsa en el suelo, toma un sorbo de infusión caliente y suelta un largo suspiro. Entonces desata la bolsa, saca de ella una colección de orquídeas secas y sonríe.
—¡Tuviste un buen viaje! —le dice su hijo con evidente emoción.
Las orquídeas son una de las familias de flores más antiguas del planeta. Con nombres como bailarina, mariposa, fantasma y zapatilla, encienden nuestra imaginación como pocas. La llamada “fiebre de las orquídeas” se inició en el siglo XIX, cuando el coleccionista de plantas británico William Swainson envió una caja de orquídeas a Inglaterra desde Brasil. La gente se enamoró de ellas por sus colores y formas exóticos. Coleccionarlas se convirtió en un pasatiempo de las personas ricas, lo que creó la necesidad del oficio de “cazador de orquídeas” para satisfacer la enorme demanda. Resultó ser un trabajo lucrativo para los intrépidos, pero también uno lleno de riesgos. Por buscar estas flores huidizas, los cazadores sufrían ataques de tigres y mordeduras de serpientes venenosas, y algunos perecieron en la hoguera, decapitados o a causa de enfermedades tropicales.
Hoy día, la caza de orquídeas sigue entrañando grandes riesgos. Lance Birk, escritor y experto en orquídeas estadounidense, fue asaltado por bandidos en Guatemala, le dispararon soldados en Camboya y sobrevivió al cólera en Tailandia. Por su parte, el horticultor británico Tom Hart Dyke fue secuestrado por guerrilleros mientras buscaba orquídeas en la frontera colombiana, y lo mantuvieron nueve meses como rehén. A lo largo de la historia, la gente se ha preguntado por qué estas flores fascinan tanto a los humanos.
La escritora estadounidense Susan Orlean analiza este tema en su aclamado libro The Orchid Thief (“El ladrón de orquídeas”), y lo resume así: “La ciencia no puede explicar lo que las personas sienten por las orquídeas… Son las flores más sensuales de la Tierra”.
Las orquídeas de Myanmar han suscitado un interés especial desde el siglo XIX. De las más de 22.000 variedades de orquídeas que se conocen en todo el mundo, 841 crecen en ese país. La montaña Hkakabo Razi —la más elevada del sudeste asiático— y las otras cumbres de la subcordillera homónima albergan una amplia variedad de estas flores, entre ellas la rara y evasiva Paphiopedilum wardii. Conocida popularmente como la “orquídea visto una orquídea negra”, admite Yu. “Encontrar orquídeas en su medio natural es muy difícil. Sin embargo, muchos lugareños las coleccionan y con ellas adornan sus jardines. Esas personas hacen el trabajo pesado por nosotros. Pero si de verdad quiere usted conocer a alguien especial, tiene que ir a visitar a mi amigo War Gyi Dee. Es un curandero de la localidad y experto en orquídeas”.
Para llegar a la aldea de Dee en auto hay que recorrer las soñolientas calles de Putao, salpicadas de casas de madera cuyo estilo recuerda el de las viviendas de los soldados y misioneros británicos que en otro tiempo habitaron aquí. El ritmo de la vida se centra en el mercado local. Personas de todo el estado de Kachin llegan allí para vender sus cosechas o abastecerse de lo esencial, y a menudo viajan hasta cuatro horas a pie. Pronto salimos de Putao y cruzamos un puente sobre un río donde hay gente lavando ropa o recogiendo agua en cántaros para llevar a casa. Mientras avanzamos hacia el norte por un camino de tierra lleno de pozos, Yu me dice que la mayoría de los habitantes de la región son agricultores de las tribus lisu y rawang, que antaño eran animistas pero ahora también profesan el cristianismo, como lo demuestra la iglesia que se yergue en el centro de cada aldea.
Cuando por fin llegamos a la choza de Dee, nos da la bienvenida su hijo Jian, quien habla muy bien el inglés y nos dice que su padre pronto regresará de las montañas. Mientras tanto, nos ofrece una infusión caliente y algunas galletitas, y nos asombra con sus conocimientos de la música occidental y sobre Justin Bieber, el ídolo pop de las adolescentes.
Al cabo de una hora, Dee llega a casa. Una vez que saca y separa sus flores, toma una de ellas y la huele. “La gente de aquí cree que aspirar el perfume de una orquídea le dará una larga vida”, explica. “Estas flores tienen muchos usos medicinales; si se preparan correctamente, alivian el malestar estomacal, suavizan la piel, combaten el paludismo, aumentan el vigor y alargan la vida”. Dee, quien habla chino mandarín y la lengua lisu, se crió en la provincia china de Guangdong, donde un mentor le enseñó la medicina tradicional y a recoger plantas en las colinas de su aldea. Sin embargo, cuando Mao Zedong llegó al poder, en 1949, la vida de Dee cambió para siempre. Su padre era devoto del cristianismo, y al prohibirse esta religión, huyó del país con su familia, en 1954; tras caminar por las montañas durante semanas, llegaron a Putao y se afincaron allí.
“Cuando yo era chico pasaba meses en las montañas”, cuenta Dee. “Encontrar las orquídeas adecuadas es muy importante porque no todas se pueden utilizar para hacer medicamentos; de hecho, algunas pueden ser muy peligrosas. Observar a las abejas en torno a estas flores resulta útil. Si una abeja liba de una orquídea y muere, sé que esa variedad es peligrosa. Si aspiro el aroma de una orquídea y después me da dolor de cabeza, entonces esa flor también entraña peligro”. Por lo general, Dee viaja solo en sus expediciones; lleva consigo una lona de plástico para resguardarse por la noche, un encendedor, un poco de arroz, y arco y flechas para cazar animales pequeños. “Hay monos, jabalíes y ciervos en las montañas”, explica. “Si no encuentro animales, sobrevivo comiendo plantas y flores”. Aunque siempre lleva un amuleto de ámbar para tener buena suerte, Dee reconoce que se ha salvado de morir en sus cacerías de orquídeas. “Una vez, al cruzar un río, me resbalé, me caí sobre las rocas del lecho y me fracturé un brazo”, recuerda. “En otra ocasión, se me cayó el encendedor en las aguas de un río. Como no podía prender fuego para cocinar, me vi obligado a comer flores y plantas durante una semana para sobrevivir”.
Otro residente de Putao que conoce bien los peligros de la caza de orquídeas es Myint Kyaw, un amante de la naturaleza que lleva 17 de sus 37 años de vida trabajando para el Departamento Forestal, y ha participado en más de 20 expediciones en la región. “Una vez me enfermé de paludismo en las montañas”, cuenta. “En otra ocasión, a un investigador estadounidense que viajaba con nosotros lo mordió una serpiente venenosa. Tratamos de mantenerlo con vida, pero murió antes de que un helicóptero pudiera rescatarlo”. Myint ha clasificado personalmente 170 especies de orquídeas en Putao, muchas de las cuales se exhiben en el museo del Parque Nacional Hkakabo Razi.
Encontrar una orquídea negra al natural en las montañas tal vez ya no sea para mí un sueño realista a estas alturas, pero no puedo irme de Putao sin ver una con mis propios ojos. Al doblar una esquina mientras recorro el museo, por fin me topo con esta belleza. Al verla de cerca, me parece más verde que negra, y sus grandes pétalos se abren para revelar un labio interno moteado. “Encontrar una orquídea negra es algo muy especial”, comenta Myint.
“Florecen entre las rocas y suele ser muy difícil dar con ellas. Las orquídeas de por sí son flores muy escasas. Encontrar una negra es hallar lo más raro entre lo raro. Sin embargo, vale la pena correr los riesgos”.
Sus palabras resuenan en mi mente mientras observo la elusiva orquídea; incluso en exhibición es una maravilla. Tal vez debería hacer otro viaje a Putao, con más tiempo, algunas pastillas antipalúdicas y, desde luego, con un montón de suerte.