¿Cuánto confía tu hijo en vos? La pregunta que siempre llega en algún momento.
Son muchas las preguntas alarmantes que retumban en la cabeza de una madre. Y ella, buscando el momento adecuado, espía el diario de su hija, convenciéndose de que debe saber en qué anda. Luego lee la correspondencia de su hijo, y se espanta: ¡utiliza un vocabulario muy vulgar!, y lo castiga severamente. El chico se queda sordo ante tanto reproche. En consecuencia, grita “¡Basta de espiarme!”. Cualquier intento de averiguar por qué está triste o de qué se ríe, lo recibe con hostilidad: ¡no es de tu incumbencia!
¿Por qué tu hijo prefiere estar solo en su cuarto?
Frente a esta situación, los padres inevitablemente se sienten apenados, aun cuando este tema es tan viejo como el origen del mundo. A una cierta edad, todos los adolescentes pierden el respeto y se vuelven reservados. Los padres ya no importan y es la opinión del grupo la que prevalece. Esta es una etapa normal del desarrollo de los chicos, pero para los grandes es una prueba muy seria en la cual está en juego su éxito en la crianza.
Los padres generalmente olvidan un tema fundamental cuando interactúan con sus hijos: la seguridad les da confianza. Si un chico quiere compartir algo que considera importante, uno no debe abusar de dicha confianza y dar un sermón.
“Una vez le conté a mi madre que me gustaba un chico llamado Sasha, menciona Larisa, historiadora, y un par de días más tarde cuando estaba enojada conmigo —merecidamente— comenzó a gritarme que el tal Sasha o cualquier otra persona era más importante para mí que mi propia madre. Obviamente, luego de ese episodio no quise contarle nada sobre él ni sobre cualquier otro, ni siquiera quise hacerlo cuando estaba por casarme”.
Algunas heridas son difíciles de olvidar. Mis entrevistados que tienen treinta y pico todavía sienten el dolor de sus recuerdos, incluso cuando ninguno sigue enojado.
Cuando un chico está en la preadolescencia, se siente inmerso en un mundo enorme en el cual debe encontrar su propio lugar. Confiará en los adultos con criterio selectivo, no en todos, y más aún en los del círculo familiar, cuando hay relaciones sanas y confiables. En esta etapa, el adolescente necesita mucho espacio privado: ya dejó de “ser de los padres”. Es un ser independiente. Necesita el mismo espacio personal y la privacidad de los adultos. Sus límites personales son los mismos que los tuyos: las pertenencias privadas, diarios, correspondencia, incluyendo el email, SMS, ¡todo esto es intocable!
¿Respetás sus espacios privados?
“No somos dueños del alma de nuestros hijos”, escribió el pedagogo ruso Simon Soloveychik, autor de Pedagogía para todos, quien aconseja sobre cómo interrogar y corregir a un chico: “Cuando descubrimos una mentira, estamos orgullosos de nuestro presentimiento, pero a la vez estamos queriendo menos a nuestros hijos y ellos nos quieren menos a nosotros”.
Lo cierto es que si el chico fue educado adecuadamente desde el comienzo, si ve reflejado en sus ojos que los valores familiares continúan manteniendo su encanto y su autoridad, si ama y respeta a sus padres, las tentaciones morales probablemente no arruinen estos cimientos. Los padres no pueden vivir la vida de sus hijos por ellos, sólo pueden ofrecerles su amor y apoyo. Es necesario que los chicos cometan errores, y que enfrenten las consecuencias. ¿Pero qué pasa si mi hijo comete un error fatal?
Cada uno tiene una opinión distinta sobre qué significa exactamente cometer un error fatal: algunos piensan que abandonar la escuela después del tercer año es irremediable, otros que rechazar una beca de estudios, otros el matrimonio, el ejército, etc. Entonces el crecimiento de los hijos se basa en alcanzar los objetivos que hagan feliz a la madre y al padre. Sin embargo, los errores fatales suceden. A veces, el sentimiento de que “nadie me quiere, nadie me necesita” conduce al chico a buscar amor y autoestima, arriesgando su salud, la vida misma y el futuro.
Pero esto no ocurre de la noche a la mañana en una situación normal: durante un largo tiempo el chico expresa señales de angustia; el secreto se basa en estar atentos para interpretarlas. Algunos exteriorizan su tristeza; otros expresan su agresión hacia adentro. Los sentimientos de culpa y depresión no se ven inmediatamente: el chico se refugia en su habitación, pasa horas navegando en Internet, y demuestra que no está bien expresándolo con malos modales; se lo ve triste y puede llegar a tener problemas con la comida y el sueño. Frente a situaciones como estas, hay que tener mucho tacto y acercarse delicadamente. Es muy común que, en estos casos, se necesite ayuda profesional.
Quizá, detrás de aquella puerta cerrada, suceda algo diferente: nuestros hijos, tan mimados y queridos, juraron mantener un secreto y tratan de resolver los problemas de sus amigos, que se han escapado de la casa, que fueron golpeados por sus padres, que están en problemas por alguna apuesta tonta, y que, por consiguiente, están perdidos y asustados. En ese caso, la clave para resolver el problema se transforma en confianza: el chico debe estar seguro de que sus padres van a entender, apoyar, y no lastimar o dañar.
Hay que abstenerse de dar sermones inapropiados, y evitar insultarlos; hablá con ellos por la simple razón de que te da placer conversar. Contale tus experiencias y dale tu opinión directamente. La sinceridad se responde con sinceridad. Y cuando tu hijo comience a contarte algo, mordete la lengua, no consideres que sabés más.
“El otro día Masha me dijo que un chico se había enamorado de ella —concluye Tatiana—. ¡Estaba feliz! Esto me demuestra que ella confía en mí”.