Un empresario que se radicó en la Patagonia y pregona otra forma de vida.
¿Es posible una nueva forma de vida?
Los ciudadanos que viven en las grandes urbes no tienen la posibilidad de ejercitar la vista hacia el horizonte lejano porque el suyo son los edificios monumentales. Tampoco disponen fácilmente de la gracia de la Luna y su trayectoria, que la muestra globo, columpio, o hilo de plata. Por lo general, antes de salir de sus casas, se enteran por la radio o la televisión cómo está el tiempo afuera. Buena parte de su dieta se compone de alimentos que llegan desde muy lejos. Un porcentaje lo ocupan los congelados, otro los que contienen conservantes e incluso una porción de frutas y verduras arrancadas verdes para que no se echen a perder antes de ser consumidas. En Santiago, Río o Buenos Aires, millones de personas reciben el impacto del transporte padeciendo contaminación, ruidos y la pérdida del espacio esencial. Vivir apretujados comienza a ser un desvalor en el arranque del siglo nuevo. Inseguridad, falta de vivienda accesible, insuficientes oportunidades laborales, excesivos gastos por el pago de servicios e impuestos, empujan a los individuos a la búsqueda de salidas alternativas que les garanticen una mejor calidad de vida, privilegiando valores como el paisaje, el aire puro, las distancias cortas para ir a trabajar, mayor tiempo para el descanso y alimentación más saludable. No se trata de una vuelta al campo o a la naturaleza con fines bucólicos o pastoriles.
La búsqueda de los nuevos emprendedores, los que abrazan el desafío de poblar, no renuncia a los adelantos científicos y técnicos de esta hora; se valen de ellos para el tránsito a zonas inexploradas pero de gran potencial.
Los Huemules es el pueblo que está en construcción, se alza entre ñires y lengas, en un claro del bosque andino patagónico con el que cuenta la Argentina en su zona limítrofe con Chile. El caserío quedará colgado en la cordillera, a unos 500 metros sobre el nivel del mar, en el oeste de la provincia de Santa Cruz.
Rafael Smart es su mentor. Se trata de un argentino que residió en Nueva York y trabajaba para bancos de Wall Street. Hasta que dedujo que eso no era vida. Juntó ahorros y entusiasmó a amigos para su nuevo proyecto. Sumó voluntades y el capital suficiente para constituir una Sociedad Anónima sin fines de lucro y adquirir en la Patagonia unas 5.800 hectáreas. Decidido a preservarlas de por vida y legar ese ambiente prístino al país, ideó un sistema que garantice el cuidado de las tierras y ofrezca la posibilidad de habitar una mínima porción. Así, el 95,5 por ciento de los terrenos se destinó a reserva natural perpetua de acceso público y sólo el 4,5 por ciento a la aldea de montaña que ya cuenta con 6 casas. El 33 por ciento de la superficie total está cubierto por un bosque en excelente estado de conservación. Ahí están los ñires, las lengas y el huemul, el ciervo nativo de la Argentina, hoy casi “un fantasma de la Patagonia” (por lo difícil de ver), según el Ingeniero Agrónomo Alejandro Serret, quien brindó asesoramiento técnico para poder conciliar la conservación del patrimonio natural, histórico y cultural con el desarrollo de la villa. Al lado de la extensión está el Parque Nacional Los Glaciares (Argentina) y el Parque Nacional Bernardo O’Higgins (Chile) y, enfrente, los cerros Fitz Roy y Torre.
El modelo de urbanización es inédito en el país: hay tendido de luz, agua y gas sin que se vea nada en superficie (todo bajo tierra). Se autoabastecen de agua y electricidad con cascadas naturales como la de la Laguna Azul. De este modo, extraen lo estrictamente necesario sin alterar el chorrillo original. Una microturbina impulsada por el mismo caudal genera la electricidad que consumen en la actualidad. Las calles y caminos serpentean para desalentar el tránsito ligero y porque han decidido que no se puede derribar un solo árbol. La circulación de vehículos está limitada: permiten un máximo de 30 kilómetros por hora; las motos y cuatriciclos están prohibidos. Se diseñaron senderos y bicisendas para promocionar prácticas saludables y transporte limpio. Las calles llevan los nombres de los que llegaron primero a la Patagonia Austral: tehuelches, científicos, exploradores y pioneros. Figuran en carteles tallados sobre madera local. La villa está diseñada para albergar un máximo de 500 personas (unas 92 familias). Las casas ya construidas tienen techos de chapa, pizarra o madera con tratamiento ignífugo. No hay cercos divisorios y la basura recibe un primer tratamiento por las familias individualmente a través de la clasificación, compost y prensado de los desechos. Cada vivienda cuenta con dos recipientes para disponer por separado los residuos orgánicos e inorgánicos. Como los lotes son amplios (entre 8.000 y 10.000 metros cuadrados) la basura orgánica se dispone en un sector destinado a la fabricación de compost casero, el resto de los residuos se clasifican (vidrio, plástico, papel, etc.) y cada habitante los lleva a un centro de recepción donde se los comprime y más tarde retira para la disposición final.
Otras medidas que redujeron significativamente el impacto ecológico
De esta manera se minimiza casi la mitad de la basura generada por cada familia. Los efluentes se tratan en cámaras sépticas y lechos nitrificantes que dispersan las aguas filtradas sobre el terreno. Teniendo en cuenta que la aldea está rodeada de bosques, cada vivienda está dotada de un equipamiento básico obligatorio de casco, antiparras, guantes, una mochila hidrante, censores de humo y matafuegos.
Más allá de las casas, sólo hay un sitio para atención de los visitantes a la reserva y levantarán un pequeño hotel que podrá albergar como máximo a 100 personas, incluidos los huéspedes y el personal de servicio.
Los que construyen el nuevo pueblo pensaron con un criterio ambientalmente sustentable, respetuoso de los animales, el agua pura y la floresta donde se enmarca, pero también de los asentamientos humanos establecidos con anterioridad como El Chaltén, una población de 1.000 habitantes, situada a 17 kilómetros de Los Huemules, que ya cuenta con escuelas, centros de salud, registro civil, comisaría y los comercios indispensables para atender la demanda de insumos básicos. Considerando esa infraestructura, el nuevo proyecto no prevé específicamente construcciones administrativas ni centros de compras.
El desarrollo armónico, la consideración de los bienes naturales y la necesidad de resguardarlos constituyen opciones deseables frente a la necesidad de poblar. Aquella que tuvieron los pioneros hace 100 años y esta que surge frente a la hora ineludible de revalorizar el ambiente natural.