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Sistemas autosustentables: vivir mejor es posible

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La construcción de un sistema «autosustentable» es más sencilla que lo imaginado. Tener voluntad, convicción y respeto son las claves para lograrlo.

En Hong Kong el cielo es gris. En El Chinguillo, donde habita Juan, azul profundo. Juan Solar vive en la provincia argentina de San Juan, hacia el noroeste del país.
El Chinguillo está sobre la cordillera de Los Andes a 2.200 metros de altura, cerca del límite con Chile, frente a Coquimbo y La Serena.

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Para llegar al lugar hay que subirse a una camioneta doble tracción (hay que cruzar varias veces el río Jáchal). O hay que pasar a caballo. Tal como hace Juan, que no tiene auto y cabalga unas doce horas desde Malimán, el caserío más cercano, a unos 30 kilómetros al sur de su chacra. El que monta medio día tiene 71 años. “Tirando para 72 y soy nacido y criado en El Chinguillo”. Tiene once hijos. Todos se fueron, uno volvió, Iván, y lo acompaña desde hace algunos meses. El resto se fue a la ciudad. Alejados del modelo simple y razonable que logró forjar Juan: vivir y producir en destacable armonía con la naturaleza.

En esta latitud, a la extrema cordillera no se llega fácil, ni tampoco es cómodo salir. Durante los últimos kilómetros hay que seguir las huellas que sólo un baqueano puede detectar. Se toma la que convenga según la época del año. Por eso no hay otros pobladores en muchos kilómetros a la redonda. Los que habitan acá son Juan, el hijo joven, y los animales que pueden criar. Unas vacas, ovejas, gallinas y un caballo. También tienen abejas que andan zumbando entre los almendros y los frutales que en una época trajo el camión que pasaba una o dos veces por año. Entonces podían aprovisionarse en esa especie de almacén de ramos generales ambulante de unas bolsas de harina, materiales para la construcción, muebles o un grabador —También una guitarra (se le iluminan los ojos).
Las noches en que la luna enciende los cerros, rasguea el instrumento y vocea canciones al sereno, bajo el parral. Si hay visitas, las hace bailar.

Estas montañas son indóciles, excepto para la gran minería asentada en San Juan desde hace unas décadas. La maquinaria de monumental porte abre huecos en los picos más remotos y en condiciones extremas. Perfectamente pertrechadas, las dotaciones instalan sus campamentos durante meses para tomar oro y plata de sus entrañas.

Toneladas de dinamita por las mañanas, millones de litros de agua cada día y el arsénico continuo para separar el oro del resto de los metales.
El resultado de esta explotación: boquetes de kilómetros y montañas “descabezadas”. Son como un cofre vacío que tapizará la nieve durante la época invernal.

Sin embargo, Juan conserva un tesoro en la ladera. Pero parece que lo dejará para la descendencia, la propia y la nuestra. Con buenas prácticas ha constituido riqueza bajo los cerros que ofician de testigos y compañía. —No cambiaría por nada en la Tierra este lugar —asegura.

Al pie de los macizos construyó con sus propias manos la primera casa de El Chinguillo… y también la segunda, que abre ahora y convida a quien pueda llegar.

De amplios corredores, cuartos sencillos y frescos, cocina perfumada con el aroma del pan casero y las tortitas con chicharrón, y un comedor con chimenea que a la vez sirve para calentar el agua del mate o el té de yuyos que recoge de la montaña y seca en las plataformas de piedra de cara al sol.

Además de la casa, diseñó y construyó las cercas de las calles internas que figuran—cada una—prolijamente con su nombre. Durante años ha cortado cañas y cueros de vaca para entrelazar los alambrados de acero con las primeras y recubrirlos con el tiento “para que se vea bonito”, según aclara Juan. El trabajo está terminado y ha completado en derredor del potrero y las construcciones ¡5 kilómetros! con la elaborada división. Las montañas también estaban cuando hizo la capilla y sus bancos, el púlpito y sus crucifijos y todo. Lo hizo con sus manos íntegramente.
Antes llegaba un cura a dar la misa, los vecinos iban a orar. De esa época es el primer depósito para la conservación del agua potable: una cisterna que los abasteció en un lugar donde es difícil recolectarla.

En 1991 logró que se instale una escuela financiada por El Club Argentino de Servicios. Está provista de un panel solar que sirve para dotarla de energía limpia. La escuela llegó a tener 7 alumnos. La foto de ellos y el maestro preside el comedor de la casa de hoy. Sólo quedó la foto y los salones que Juan conserva con la esperanza de volver a poblar.

La escuelita con dos salones cerró en 1997. Quiere volver a abrirla. Lo último que hizo fue publicar un aviso en el Diario de Cuyo ¡ofreciendo casa y unas hectáreas de regalo para quien fuera a trabajar! Con la ayuda esporádica de su hijo Iván emprende el cultivo orgánico de legumbres, berenjenas, repollos y zapallitos. Siembra alfalfa para los animales y vende el resto en Malimán o Angualasto, los poblados más cercanos. No utiliza químicos (fertiliza con guano de sus vacas, ovejas y gallinas), rota los suelos y aprovecha los ciclos naturales para sembrar. Según el inventario que nombra posando sus manos sobre una de sus tranqueras de cañas y tiento, tiene “duraznos de cuatro variedades, peras, manzanas, ciruelas, damascos, y uvas tan dulces como la miel…”

Desde hace tres años su casa cuenta con energía renovable, generada por una pequeña turbina hidráulica que funciona con el agua de deshielo que viene de la montaña. Aporta electricidad las 24 horas sin consumir ningún combustible, sin contaminar el medio ambiente y casi sin mantenimiento. La fuerza del agua hace girar la turbina y vuelve automáticamente a su cauce natural en el mismo estado en que fue tomada: dulce, limpia, y cristalina.

Azul profundo, diferente al de Hong Kong. Las montañas permanecen estimulantes en su delicioso estado natural. Abajo, en un rincón, anda sus últimos años Juan. Juro que he sentido su ruego para que seamos respetuosos del espacio que nos toca habitar. Una formula segura para devolverle a los cielos —todos— su color original. 

*Sergio Elguezábal se especializa en temas ambientales y conduce TN Ecología. Es colaborador en la Revista Selecciones en la sección «Mi Planeta».

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