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La historia sobre la fundación Conociendo Nuestra Casa

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Un fiscal dejó su trabajo para enseñar a los jóvenes de Puerto Deseado a cuidar el medioambiente.

Desde los acantilados se ven en fila india unas 10 o 12 pequeñas embarcaciones que se bambolean con su cargamento infantil. En la mayoría, van chicos de entre 8 y 15 años que, con sus brazos inflados, impulsan los kayaks pintados de colores fuertes: resaltan los amarillos, verdes y rojos. Se escucha el murmullo del agua y, esporádicamente, estrofas que entonan los expedicionarios para alentarse en la travesía. A coro desafinado y entre risas les sale la voz. Atrás y adelante, viajan los instructores. Marcan el ritmo, hacen señas y ordenan parar o seguir. La energía, esa felicidad colectiva, y sus embarcaciones se derraman en un  paisaje de mar que reúne acantilados, cañadones y una ría convertida en un tesoro por sus características y las especies que guarda.

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El río Deseado es el único en Sudamérica ocupado por un mar que se interna en el antiguo cauce unos 40 kilómetros dentro del continente. Ondula entre pingüinos de Magallanes, cisnes, flamencos, toninas overas, delfines australes y lobos marinos.

El naturalista inglés Charles Darwin exploró la ría en 1834 y trasladó a su obra no solo la importancia de los aspectos naturales, sino también las sensaciones conmovedoras que le provocó el paisaje. El perito Francisco P. Moreno volvió a recorrer la ría en 1876 y asentó sus observaciones en el libro Viaje a la Patagonia Austral, publicado en 1879. Y hay naturalistas contemporáneos que eligieron el sitio para vivir: Marcos Oliva Day y su esposa Malala (María Laura) Gaona se instalaron en Puerto Deseado, Santa Cruz, sobre el océano Atlántico, en el sur de la Argentina. Están asentados desde hace décadas en este paisaje que cuenta con especies emblemáticas del país, y una geografía singular pero que requiere tenacidad para soportar el viento, el frío y la soledad. La ciudad más cercana está a 200 kilómetros y, aunque ahora se ha constituido en un centro de la pesca de altura, hasta los años ochenta el pueblo dependía de la ganadería ovina exclusivamente.

Malala, maestra jardinera, y Marcos, doctor en leyes que llegó a fiscal y hoy, tras dejar sus funciones, pregona que hay que conocer el entorno para poder respetarlo. “Los nuevos valores están en la naturaleza y hay que hacerlo saber de todos los modos posibles”.

Lo dice con la mueca de una sonrisa inquieta, de esas que esconden una obstinación que, se nota, no le viene de ahora. La porfía por encender la pasión por la historia de aquellas cosas que nos conforman lo lleva a repetir desde hace décadas que “no se puede querer ni defender lo que no se conoce”. Veintiséis años empecinado. Un lapso suficiente para exhibir los resultados de su empresa: en Puerto Deseado, junto con él, hay unos 5.000 jóvenes que tienen un modo diferente de ver el lugar donde viven y sienten orgullo de lo que tienen y lo que son. Lo ha logrado reinstaurando en la comunidad determinados valores a través de la educación. El aprendizaje que ha propuesto es poco convencional pero viene demostrando una efectividad asombrosa.

Los chicos de la fila india viven ahí. La Reserva Natural en la que navegan está tan cerca de sus casas que podría ser el patio de juegos, o la escuela “donde puede tomarse como maestra a la naturaleza”. Este es el nudo del proyecto educativo informal que impulsa Oliva Day desde la ONG “Conociendo Nuestra Casa”, desde hace 26 años. El programa consiste en hacer conocer y valorar a niños y adolescentes la historia del lugar donde viven y la relación cercana que tienen con el entorno geográfico y el resto de las especies.

La organización sin fines de lucro no tiene sede, por lo tanto el aula es el garaje de la casa de Marcos durante el crudo invierno, o la ría y sus volteretas cuando vuelve a calentar el sol a partir de septiembre. Para las clases teóricas, durante los fines de semana, los voluntarios se sientan sobre bancos de madera en el garaje. Aprenden historia, geografía, flora y fauna regional, ética, educación cívica y ambiental. Además dos materias que el ex fiscal domina a la perfección: legislación sobre el patrimonio natural y recursos legales para defender el medioambiente. El resto de las actividades prácticas está a cargo de distintos referentes del lugar: puede ser un destacado geólogo o un antiguo poblador local.

En el “salón principal”, cuando llega el buen tiempo, hacen avistaje de fauna, identifican los accidentes naturales y participan de los censos anuales sobre el patrimonio natural. Conocen, por ejemplo, que en la ría abundan el róbalo, la brótola, el pejerrey y distintas variedades de tiburón. O que es la única localidad en el mundo donde cinco especies de cormoranes coexisten, tres de ellas anidando y todas alimentándose allí.

Desde el balcón estrecho de un kayak decenas de jóvenes comprueban en cada excursión que el pingüino de Magallanes es otro habitante tradicional en la zona desde octubre hasta abril y que las principales pingüineras están en Isla Quiroga, Islote Punta del Paso, Isla de los Pájaros e Isla Chaffers. Para aprendérselo “en vivo y en directo” antes hicieron cursos y entrenamientos en el club Náutico. De modo tal que saber tripular un kayak y cierta experiencia marinera también forma parte de las herramientas adquiridas por los participantes.

La fundación Conociendo Nuestra Casa también trabaja en los colegios secundarios a través de los monitores, alumnos que hicieron el curso en el garaje de Marcos y están en condiciones de transmitir sus conocimientos y a la vez entusiasmar a las nuevas generaciones en la apasionante búsqueda de la raíz. Hablan de la casa chica y la casa grande. Es decir, el lugar físico donde cada uno come o duerme con su familia, en el primer caso, y la geografía donde se inscriben los barrios y la región en el segundo. ¿Quiénes vivieron antes? ¿Cuál es el origen del nombre de las calles, las plazas o los colegios? ¿Qué exploradores y científicos llegaron a Puerto Deseado? ¿Cuáles especies vegetales son exóticas o autóctonas? Y también sobre cuáles son los problemas ambientales actuales que tiene el puerto.

Los orientadores del proyecto y los jóvenes involucrados practican un ejercicio ciudadano notable y necesario. Merece réplica si pensamos que la búsqueda colectiva de la identidad y el orgullo de sentirse parte del paisaje son valores determinantes para conservar los bienes más preciados a los que una sociedad puede aspirar.

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