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El cura gaucho

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Un párroco enarbola la palabra y concreta acciones en defensa de la ecología.

Famatina es un pueblo de serranías fundado hace 420 años. Está situado al norte de la provincia argentina de La Rioja. Se levanta sobre el final de las Sierras Pampeanas, debajo de un cerro nevado que conserva en su interior reservas de agua, oro y plata. Ocupa un valle que rebosa fertilidad por los minerales naturales y otros nutrientes que arrastra el agua desde las cumbres donde se genera. Aguas superficiales de los deshielos de los altos glaciares, de las granizadas y de las nevadas en las zonas más bajas.

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Cada gota que viaja es un milagro. Proviene de la lluvia o de un copo de nieve, se desliza unos metros, se mete en los intersticios de la roca, se congela, permanece quieta y vuelve a andar cuando el sol la desintegra. Finalmente irrumpe, fecunda, entre viñedos, nogales y tomatales, o ceñida en canales que la conducen para el consumo humano. Por eso, con frecuencia, en el valle suelen decir que las montañas son el verdadero “tanque de agua” que hace posible la vida de las casi 7.000 almas que habitan el pueblo y la campiña cercana.

La vitalidad de la sumatoria de esas gotas, su carácter insustituible, ha hecho definir con eficacia a los famatinenses cuál es el bien más preciado que tienen: antes que el oro, el agua.

Porque si hay una posibilidad de que sean contaminados, de que el equilibrio natural se pierda por las explosiones o los caminos que necesita la gran minería para sacar el oro, no arriesgarán un céntimo.

La única plaza queda en el centro; de un lado, la municipalidad y en la otra cuadra, la iglesia. Al frente, desde hace cuatro años, está un cura franciscano que se llama Omar Quinteros y conoce los caminos polvorientos del oeste riojano, pues ya ha sido párroco en Chilecito y Anillaco. Como el intendente y casi todo el pueblo, también tiene posición tomada: la prioridad son el agua, el paisaje y los cultivos, “rescatar los valores heredados y potenciar la sabiduría de estos hombres en el trabajo de la tierra y la racionalización del agua”, dice el padre Quinteros.

Llegó a una comunidad que se ha plantado desde hace un año y no permite siquiera la exploración para determinar en qué lugar de los cerros están los minerales que podrían ser extraídos a cambio de sumas millonarias, según se han encargado de hacer saber las empresas privadas y las autoridades nacionales y provinciales interesadas en el negocio. La determinación de los pobladores ha sido tal que la empresa canadiense Osisko, desarrolladora del proyecto, optó por una retirada estratégica del área luego de que se instalaran en medio de la ruta de acceso a la explotación e impidieran el paso de las máquinas con que tenían pensado hacer los primeros trabajos de prospección.

El día en que conocí al cura cruzaba la plaza con energía, teléfono celular en mano, en busca del intendente para comunicarlo con el obispo que reside en la capital y todavía no ha tomado posición clara en un conflicto que enfrenta al pueblo, su intendente y el cura párroco, nada menos que con el gobernador que sí está a favor de la minería a cielo abierto y sigue proclamando que traerá “progreso y bienestar”. El cura está convencido de que la autoridad máxima de la Iglesia en la provincia podría inclinar la balanza a favor de una solución pacífica y acordada entre los ciudadanos de Famatina y el gobernador electo que llegó al cargo tras anunciar que “jamás iba a permitir la minería a gran escala en la región”.

El sacerdote tiene 15 comunidades a cargo, algunas donde sólo viven decenas de pobladores y cuesta llegar, especialmente durante el invierno. Un pequeño vehículo lo traslada, a veces casa por casa, para encontrarse con las familias residentes. Su compromiso es tal que, en los últimos tiempos, los salones parroquiales alojan a las asambleas frecuentes donde se discute qué camino tomar frente al avance de la minería a gran escala, las campanas de la iglesia se han transformado en el “llamador natural” para juntarse si es necesario resolver algo con urgencia y sus sermones interpretan con solvencia la voluntad que la mayoría expresa con el NO (en alusión a la minería) pintado en los muros de toda la ciudad.

Al padre Quinteros le escuché decir: “La minería a cielo abierto es como un circo: cuando llegan toman mano de obra en el pueblo para armar la carpa y poner las sillas, pero cuando empieza la función ya no necesitan más puestos y se acabó el trabajo. Con el agravante de que, en el caso de estas explotaciones, intercambian trabajo por salud… No aceptaremos la imposición”, dice el cura con firmeza.

El 2 de enero de 2012 comenzó el corte en El Carrizal, una zona en las afueras de Famatina donde necesariamente hay que pasar para llegar al cerro que iban a explotar para sacar el oro y el resto de los minerales. Ahí estaba él. Reconfortando y llevando fórmulas para acordar porque ciertamente la posibilidad de la minería a cielo abierto trajo conmoción social donde no la había. Pero, a la vez, los pobladores de la pequeña comarca encontraron un motivo de lucha que los enciende.

La defensa del agua les ha dado a los vecinos de Famatina un motivo para vivir apasionadamente todos los días. Ahora están atentos a cada movimiento que podría indicar la reanudación de las actividades mineras, a los discursos de sus representantes, a los planes que posibiliten darle valor agregado a lo que producen, a la información, y a tomar las mejores decisiones en asamblea. Ya nada les resulta indiferente. “La población está revitalizada y yo mismo cambié: la defensa del ambiente reavivó en mi interior un sentimiento ético y unas ganas que necesitaba recuperar”, se confiesa este hombre de 52 años con 19 de sacerdocio. “Mi deseo es que esta conciencia se haga carne en el resto del país. El verdadero tesoro son los glaciares, sin oro es posible vivir. Sin agua, no.”

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