Muchas especies mueren sin dejar rastro. Si los humanos queremos producir un registro duradero, necesitamos asegurarnos de que nuestro ADN sobreviva.
Cada ejemplar es
un pequeño milagro. Se estima que apenas uno de cada 1.000 millones de huesos
se fosiliza. Es decir, que se preserva por miles e incluso millones de años,
tal como señala Bill Bryson en Una breve historia de casi todo. Según esos
cálculos, de los 327 millones de personas que viven hoy en día en los Estados Unidos,
quedará un legado de apenas 67 huesos. Eso es un poco más de una cuarta parte
de un esqueleto humano.
Según los
científicos que se especializan en tafonomía (el estudio de lo que pasa después
de que muere un organismo), la fosilización es tan poco probable que menos del
10 por ciento de todas las especies animales quedarán inmortalizadas de esta
manera. De hecho, solo se han encontrado un puñado de ellas, como el famoso
esqueleto femenino de Lucy, nuestro antepasado prehumano.
Si está decidido
a incrementar las posibilidades de que su humani corporis pase a la posteridad
(o si tiene curiosidad de saber cómo algunos lo lograron), siga leyendo.
Que lo entierren, y rápido
“Para perdurar
durante millones de años, debe resistir las primeros días, décadas, siglos y
milenios”, señala Susan Kidwell, profesora de geología en la Universidad de
Chicago. Lo último que uno quiere es que los carroñeros devoren y dispersen sus
restos o que estos sean expuestos a las inclemencias del tiempo por períodos
prolongados.
A veces las
catástrofes naturales pueden ponerse de su lado, como las erupciones
volcánicas, que entierran todo bajo lodo y ceniza, o las inundaciones, que
desplazan una gran cantidad de sedimentos. Por ejemplo, las anegaciones que
siguieron a las sequías ayudaron a conservar las osamentas de los dinosaurios.
Evite el ataúd
Le conviene que
los minerales entren a los huesos y que, en pocas palabras, los petrifiquen.
Este proceso, conocido como permineralización, puede tomar eones, pero se
acelera si el vestigio se empapa con agua rica en minerales como hierro y
calcio. Si bien el féretro logrará mantener al esqueleto unido, interferirá con
este fenómeno.
Encuentre un poco de agua
Si muere en un
terreno seco, una vez que los carroñeros lo hayan desmembrado, sus huesos
seguramente se erosionarán. Lo ideal es cubrirse pronto con arena, lodo y
sedimentos. Los mejores lugares para que eso ocurra son los lagos, terrenos
inundables, ríos y el lecho marino. Caitlin Syme, tafonomista de la Universidad
de Queensland en Brisbane, Australia, recomienda el Mediterráneo, pues cada vez
es menos hondo; el Mar Muerto es otra buena alternativa: la sal lo encurtirá.
Evite los suelos movedizos
Si logra pasar de
los primeros cientos de miles de años a salvo, ¡felicidades! Pero aún no cante
victoria. Su fósil podría ser sumergido a una profundidad en la que sea
derretido por el calor y la presión de la Tierra. ¿No quiere que eso suceda?
Manténgase alejado de los bordes de las placas tectónicas, la corteza terrestre
sobre dichas áreas eventualmente será absorbida y enterrada.
Rompa el molde
Podría
preservarse en ámbar. Algunos fósiles maravillosos se han mantenido intactos en
este ornato cuya base es la resina de árbol. Recientemente se han hallado aves,
lagartos, serpientes recién nacidas y, en Birmania, la cola emplumada de un
dinosaurio. También podría fosilizarse en alquitrán, el asfalto de la
naturaleza, como los tigres dientes de sable y los mamuts del Rancho Las Breas,
ubicado en Los Ángeles, California; o, bien, congelado en un glaciar. Si opta
por una cueva como el lugar para su eterno descanso, se convertirá en una
momia. ¿Esa es su meta? Empaque su cápsula del tiempo personal con objetos
hechos de materiales no biodegradables, como el vidrio y los metales preciosos.
¡Buena suerte!