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Cómo nace un yihadista

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¿Por qué un hombre joven que vive en uno de los países más felices del mundo comete un brutal acto de terrorismo?

¿Tienen algo de responsabilidad los gobiernos y las propias sociedades en fomentar la violencia mediante la discriminación?

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Aproximadamente a las 15.30 horas del 14 de febrero de 2015, Omar El-Hussein tomó un atajo por un callejón de Østerbro, un tranquilo barrio cerca del centro de Copenhague, y se acercó al centro cultural Krudttønden. En su interior, un grupo de debate presentaba a Lars Vilks, un caricaturista sueco que vivía bajo protección policial desde 2007, cuando publicó caricaturas que representaban al profeta Mahoma con cuerpo de perro. Abu Omar al-Baghdadi, el entonces autoproclamado califa del Estado Islámico, había anunciado una recompensa de al menos 100.000 dólares por la cabeza de Vilks. Un fuerte dispositivo de seguridad —dos guardaespaldas suecos, dos policías uniformados y tres agentes del servicio de inteligencia y seguridad de Dinamarca (PET)— registraba a los invitados a su llegada.

A algo menos de dos metros de la fachada de cristal del centro, El-Hussein, de 22 años, sacó un fusil de asalto M95 de un bolso y abrió fuego. Varios agentes consiguieron dispararle, pero no hay pruebas de que lo alcanzaran. Finn Nørgaard, cineasta de 55 años, murió en el ataque y cuatro agentes de seguridad fueron heridos.

El-Hussein escapó y consiguió volver a Mjølnerparken, el barrio de viviendas de protección oficial en el que había nacido. A las 16.15 horas, según el diario danés Politiken, entró en un piso cercano para cambiarse de ropa y transformar así su apariencia. Después, los noticieros informan que a las 22 horas, El-Hussein pasó 30 minutos en un cibercafé local.

El-Hussein reapareció a las 24.41 horas a las puertas de la Gran Sinagoga de Copenhague, donde se estaba celebrando la fiesta de Bar Mitzvah. Dos policías, con ametralladoras colgando, hacían guardia fuera. Al mismo tiempo que El-Hussein tropezaba con los dos hombres, fingiendo estar borracho, un voluntario de seguridad de 37 años, llamado Dan Uzan se unió a ellos delante del edificio. El-Hussein sacó dos pistolas y disparó al menos seis veces contra los guardias, matando a Uzan e hiriendo a ambos oficiales. Uno de los policías devolvió el disparo pero falló.

El-Hussein consiguió escapar de nuevo. Cuando la policía lo vio en Mjølnerparken a través de una cámara de vigilancia a las 5 de la mañana, se presentó allí. Después de que, supuestamente, le pidieran que se rindiera, El-Hussein abrió fuego y fue abatido a tiros.

El ataque se produjo semanas después del atentado de Charlie Hebdo en París, y el paralelismo parece claro. Al igual que los tiradores de París, El-Hussein era un joven perturbado. Pero también era algo más: un musulmán de una nación europea que fue étnicamente homogénea en el pasado, que ahora no lo es tanto y que intenta luchar contra el odio.

En la década de los 60 del siglo pasado, Dinamarca experimentó su primera gran oleada de inmigración no europea, cuando trabajadores de Turquía, Paquistán y Marruecos fueron a ocupar puestos de trabajo en las fábricas. A muchos de ellos se les asignaron viviendas sociales. Una década más tarde, los controles de inmigración disminuyeron drásticamente y la reunificación familiar se convirtió en el principal canal de acceso para la inmigración no europea.

Cuando se construyó Mjølnerparken en 1987, se levantaron unos 600 pisos de uno a tres dormitorios. El barrio estaba situado cerca de la estación de tren de Nørrebro. Pero rápidamente se convirtió en un foco de familias inmigrantes, y muchos de los que tenían recursos para mudarse se marcharon en desbandada.

Su transformación coincidió con una nueva tendencia migratoria, a partir de la década de los ochenta, en la que la reunificación familiar fue eclipsada por la llegada de refugiados procedentes de países musulmanes asolados por la guerra como Irán, Irak, Líbano, Afganistán, Somalia y Bosnia.

En un país históricamente homogéneo que se siente incómodo con las manifestaciones religiosas públicas, supuso también el inicio de un debate, que muchos musulmanes daneses llamarían anti musulmán, sobre el lugar de la religión en la sociedad.

Junto a Jens Beck Nielsen, periodista de Berlingske, uno de los principales diarios daneses, recorrí el trayecto de El-Hussein en su huida. Pasamos por el modesto edificio de ladrillo de cuatro plantas en el que viven su madre y hermano (nadie respondió al timbre), y seguimos por una calle principal flanqueada por viviendas de protección oficial.

El-Hussein era miembro de una banda llamada los Brothas. Nos encontramos con dos de sus amigos: Abdurramadan, de 19 años, delgado y con barba corta, escasa y sucia y Ahmed, de 20 años, con aspecto algo angelical, que me pidió que no utilizara su nombre real. El joven insistió en que El-Hussein actuó solo y que nadie entiende plenamente los motivos que tuvo para hacerlo. Sin embargo, dijeron que sus terribles acciones fueron en cierto modo casi inevitables, como consecuencia de una sociedad que considera a los musulmanes como ciudadanos de segunda clase. 

“Era un hombre bueno,” dijo Ahmed de El-Hussein.

“Pero cuando la gente pone presión sobre nosotros… explotamos”, continuó Abdurramadan. Explicó el racismo implícito de la sociedad danesa: la forma en que la policía trata a los musulmanes y en que los políticos hablan de ellos, la forma en que los caricaturistas se burlan de su profeta y lo llaman libertad de expresión, y cómo el ejército se une a las operaciones de combate respaldadas por los Estados Unidos contra el mundo musulmán. “El gobierno está contra nosotros”, dijo. “A aquellos que dibujen a nuestro profeta, los haremos saltar por los aires”.

Søren Rosenberg, ex policía local de Mjølnerparken y, en la actualidad, trabajador social allí, dijo que la acalorada retórica del joven no debería ser tomada al pie de la letra. Su bravuconería esconde un elemento de provocación. “Estoy seguro de que entienden perfectamente lo que [El-Hussein] hizo”, dice Rosenberg.

Los trabajadores sociales que trataron a los miembros del grupo de El-Hussein y a sus amigos de la infancia me habían dicho que los miembros del círculo de El-Hussein admitían que siempre había sido muy extremista en sus opiniones políticas, y que quizás incluso existían algunos problemas de inestabilidad mental subyacentes. Pero delante de dos periodistas parecían ansiosos por retratar a su amigo de forma menos hostil. “Él es completamente normal, al igual que el resto de nosotros”, dijo Abdurramadan.

El-Hussein, de padres palestinos, nació en Mjølnerparken. Cuando tenía 14 años su madre se lo llevó a Jordania durante tres años para intentar frenar el camino de delincuencia que llevaba. Cuando El-Hussein regresó a Dinamarca en 2009, dijo que iba a seguir por el buen camino y empezó a practicar kickboxing tailandés. Sin embargo, poco después fue detenido. Siguieron nuevas condenas por robo y posesión de arma blanca. Durante los años siguientes alternó la cárcel con diversas instituciones.

Lotte Akiko Nielsen, profesora y tutora de El-Hussein en 2012, confirmó la idea que tenían sus amigos de que era un joven que intentaba reconducir su vida. Era educado, decía ella. Era alguien para quien el respeto era primordial. Pero Nielsen dijo también que “la ira crecía en su interior”. Por ejemplo, cuando la conversación giraba en torno a la controversia israelí-palestina, “se ponía bastante oscuro”. 

En una ocasión ella le preguntó que por qué había regresado a Dinamarca, ya que parecía feliz cuando le hablaba de su época en Jordania. Él le contó que había nacido y se había criado en Dinamarca. Que era donde estaban sus amigos. “Él se consideraba danés,” dijo ella. No obstante, tenía la sensación de que “las circunstancias lo habían obligado a vivir aquí”.

A principios de 2013, El-Hussein fue detenido por apuñalar a un extraño en un tren. En el tribunal declaró que estaba bajo el efecto de las drogas y que se sentía paranoide. Sin embargo, un psiquiatra del tribunal descartó la necesidad de hacer una evaluación de su salud mental. Dos años más tarde, El-Hussein saldría de la cárcel totalmente transformado. En apariencia, parecía feliz de ver a sus viejos amigos. Visitó un centro de empleos para que lo ayudaran a encontrar trabajo y casa. Pero también estaba más distante. Mirando atrás, Ahmed cree que su amigo salió de la cárcel con un plan.

Antes del ataque, las fuerzas de seguridad del país estaban centradas en la amenaza existente de la probabilidad de que ciudadanos daneses radicalizados en Siria atentaran de nuevo en el país. El PET estima que al menos 115 daneses se han sumado a la lucha en Siria desde el comienzo de la guerra civil en 2011, haciendo que Dinamarca sea, sobre una base per cápita, uno de los mayores exportadores europeos de combatientes extranjeros al conflicto (en segundo lugar, solo superada por Bélgica).

Anja Dalgaard-Nielsen, ex director ejecutivo del PET, y en la actualidad director del Colegio Real de la Defensa Danesa, sitúa las raíces en una comunidad radical altamente movilizada surgida en 2005 a raíz de la publicación de las caricaturas de Mahoma en el diario danés Jyllands-Posten.

El ritmo de la radicalización y el conjunto de potenciales reclutas han aumentado drásticamente con el auge de ISIS. En el pasado, los extremistas no querían trabajar estrechamente con grupos criminales que no tenían ninguna pretensión de justificar la ideología. “La antigua Al Qaeda, creo, no estaba particularmente interesada en individuos altamente criminales”, dijo Dalgaard-Nielsen. “Ni tampoco en personas con enfermedades mentales que desprestigiaran su “marca”. Pero creo que tenemos un gran desafío, ya que ISIS se ha estigmatizado a sí misma a través de actos locos”.

En los últimos años ha surgido un nuevo perfil de amenaza, dice Dalgaard-Nielsen: El “pequeño delincuente” para quien la ideología no es, a menudo, más que una fina tapadera. Magnus Ranstorp, que encabeza el grupo de trabajo de extranjeros de la Red para la Sensibilización frente a la Radicalización de la UE, ha notado que muchos radicales europeos hoy suelen ser pobres, con poca formación y largos historiales criminales. “Realmente, muchos no son más que perdedores de la sociedad que no tienen mucho fundamento religioso ni experiencia para cuestionar el tema”, indicó Ranstorp. Los pandilleros son caldo de cultivo para los reclutadores. Tienen acceso a las armas y experiencia en su uso, lo que significa que sus barreras naturales contra la violencia son más bajas: un umbral crítico en el camino a la radicalización.

Según un informe especial de la agencia Reuters, una investigación oficial inédita descubrió que el fervor religioso de El-Hussein había crecido exponencialmente durante su último período de seis meses en la cárcel. En septiembre, comenzó a hablar de marcharse a Siria a luchar. Los funcionarios de prisiones añadieron su nombre en una lista de presos en riesgo de radicalización solicitada por el PET. El servicio de inteligencia, sin embargo, no fue alertado cuando El-Hussein salió en libertad. Nueve minutos antes de su primer ataque, El-Hussein prometió lealtad a ISIS.

El discurso de Al Qaeda de que Occidente está en guerra con el Islam, antes una visión extremista y periférica, se ha convertido hoy en la principal corriente de los jóvenes musulmanes criados en medio del debate de la guerra contra el terrorismo, Abu Ghraib y Guantánamo. “El problema es mucho mayor que un simple núcleo de extremistas”, indicó Ranstorp. “Es una batalla por su inclusión, por ser parte de la sociedad”.

Parte de lo que hace tan difícil encontrar soluciones es que la vida en Dinamarca es buena para los inmigrantes en comunidades como Mjølnerparken. En general, Dinamarca se sitúa entre los países más felices del mundo, y los ciudadanos se benefician de atención sanitaria y educación universitaria gratuita, entre otros beneficios estatales. “Si nos fijamos en las estadísticas, la mayoría de los jóvenes de estas zonas y con los mismos antecedentes familiares que El-Hussein tienen una vida buena”, dijo Aydin Soei, socióloga que conoció a El-Hussein en 2011, mientras investigaba las bandas.

Sin embargo, muchos miembros de las bandas de Copenhague no reconocen sus privilegios. “Parte de su percepción es que están viviendo la misma realidad que el hombre negro oprimido en los guetos americanos,” dijo Soei. Y se alimenta con un discurso de victimización que se convierte en una profecía que, por su propia naturaleza, tiende a cumplirse para quienes nunca abandonan sus aisladas comunidades.

Eso no quiere decir que el racismo no sea un problema en Dinamarca. No hay duda de que conseguir una entrevista de trabajo es más difícil con un apellido que suena a musulmán en el currículum. Nagieb Khaja, corresponsal de guerra cuyos padres se fueron a Dinamarca desde Afganistán, dijo que cuando era joven, donde sintió la discriminación más profundamente fue en las discotecas, porque a menudo el guardia no lo dejaba entrar. Las bandas, sin embargo, le ofrecían poder y prestigio. “Cuando salía con los pandilleros, nos trataban como reyes”, dijo. Hoy en día, los niños de esas comunidades se sienten cada vez más islamistas: en el mundo posterior al 11-S. Es la forma más provocativa de rechazar a una sociedad en la que uno se siente alienado.

La respuesta pública no ha contribuido a aliviar ese sentimiento antagonista. Los antiinmigrantes del Partido Popular danés terminaron segundos en las elecciones de junio pasado y el nuevo gobierno de centroderecha anunció que reduciría los beneficios de los inmigrantes y reforzaría los controles fronterizos.

El entorno de El-Hussein es una subcultura que “siente un enorme odio hacia la sociedad y el odio también tiene que ver con la identidad de una minoría religiosa,” dijo Soei. Eso no significa que todos los jóvenes desafectos disparan contra personas inocentes. Tras el ataque, un portavoz de las Brothas repudió públicamente los actos de El-Hussein.

Aun así, los paralelismos entre el ataque de Charlie Hebdo y El-Hussein, y entre los perfiles de los atacantes y muchos de los miembros de las bandas que Soei ha entrevistado a lo largo de los años, son sorprendentes. “Si yo fuera un legislador, un político de la Unión Europea, me preocuparía”, dijo Soei. “El sentimiento de no pertenencia, de que la sociedad está en tu contra o que vos estás en contra de la sociedad… no es un problema danés o un problema francés. Es un problema común europeo”.

Semanas después de mi primera visita a Mjølnerparken, me senté de nuevo con Ahmed y Abdurramadan, y con dos de sus amigos, Abdi y Salahedin. Respaldaban el principio de un califato islámico. Sin embargo, también les perturbaban las atrocidades del ISIS: la matanza de niños, la decapitación de rehenes. No era su concepción del islam. No eran musulmanes devotos e instruidos. “No soy muy practicante”, admitió Salahedin.

En lo que estaban de acuerdo es que si la situación persiste, la próxima generación será aun más violenta. “Él [El-Hussein] sentía que el mundo miraba a los musulmanes por encima del hombro. Y en cierto modo es así”, dijo Abdi. “Si no parás de decirle a un tipo, ‘sos un terrorista, sos un terrorista’ en televisión, por todas partes, al final, va a pensar: “Soy un terrorista”. 

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