Descubrí los 10 hábitos y fobias más comunes para saber si los tuyos son normales o estás rozando la locura.
A todos nos gusta pensar que somos personas normales, pero hasta los más cuerdos y sensatos de nosotros tenemos algunos hábitos que son francamente estrafalarios. Y eso está bien. Somos simples humanos, lo cual significa que de loco todos tenemos un poco. Como dijo la actriz y comediante Whoopi Goldberg: “‘Normal’ no es más que un ciclo del lavarropas”. Así que puede estar seguro de que su chifladura —alguna conducta que tal vez lo avergüence porque cree que es muy extraña— es la misma de muchas otras personas, ya sea una adicción al protector labial (es verdad, ¡hay quienes se lo aplican de manera compulsiva!) o una “peladofobia” (temor a la gente calva).
Sin embargo, existe una diferencia entre lo excéntrico y lo preocupante. Como en años anteriores, a lo largo de los últimos 12 meses recibimos cientos de cartas de nuestros lectores en las que, con mucha valentía, nos contaron sus fobias, debilidades y hábitos extravagantes. Pero como no estamos aquí para juzgar sino para ayudar, le pedimos a un grupo de especialistas que analizaran las conductas raras de algunos de los remitentes y determinaran cuáles son simples excentricidades y cuáles podrían requerir tratamiento profesional. A continuación, su dictamen:
Me da miedo volar
Bueno, me corrijo: no me importa volar; lo que no soporto es estar encerrado dentro de un avión. Si las puertas no se abren inmediatamente después del aterrizaje, empiezo a transpirar, el corazón se me desboca y sólo quiero gritar. Viajar no justifica la enorme angustia que me provoca, pero mi esposa ya está harta de mis miedos. ¿Hay algo que me pueda ayudar?
Sí, y no me refiero a imponer multas fuertes a las aerolíneas que dejan sus aviones en las pistas durante horas. “Tu temor proviene del hecho de que no estás en el asiento del piloto”, dice Tom Bunn, terapeuta y fundador de SOAR, un programa para personas que tienen miedo a volar. “Los sistemas de apoyo de los aviones hacen que volar sea más seguro que manejar, pero se encuentran en la cabina de mando y los pasajeros no los ven. Para ellos, no son tan reales como el volante de un auto”.
El pánico que le produce esa falta de control hace que usted quiera correr hacia la puerta y escaparse, pero como no puede bajar del avión, siente claustrofobia. Tomar un calmante antes de volar podría servirle, pero funcionan mejor los métodos cognitivos conductuales, como usar un simulador de vuelo para aumentar su tolerancia a la ansiedad, o sentarse en espacios cada vez más pequeños hasta que su miedo se reduzca. En ambos casos, lo más conveniente es que consulte a un terapeuta.
“Su fobia está afectando su gusto por viajar y su relación con su esposa”, señala Sally A. Theran, psicóloga de la Universidad Wellesley, en Massachusetts. ¿Le va a negar la posibilidad de cumplir su sueño de estar al pie de la Acrópolis? ¡Después de todo lo que ha hecho por usted!
Odio que mis pies toquen el suelo
Me siento bien cuando camino, pero cuando tengo que estar un rato parada sin moverme, siento una extraña tensión en el estómago. Y es peor cuando estoy al lado de una silla: me dan unas ansias terribles de sacar los pies del suelo.
Si está tranquila sólo cuando camina, entonces debe de sentirse ansiosa la mayor parte del día, a menos que sea cartera o moza. “Lo que describe indica que se trata de una obsesión”, dice Michael J. Peterson, psiquiatra de la Universidad de Wisconsin. Las personas que tienen una obsesión suelen admitir que es algo irracional o excesivo (“No tiene sentido, pero…”, dicen), mas no pueden sacársela de la mente ni reprimirla. ¿Le pasa eso a usted?
Sacar los pies del suelo, por otro lado, parece una compulsión: un acto que realiza para disipar sus pensamientos obsesivos. Las compulsiones suelen revelar inquietudes por la propia seguridad; la preocupación por contaminarse con gérmenes es un ejemplo común, dice Nando Pelusi, psicólogo de la Ciudad de Nueva York. Para usted, caminar es una forma relajante de autoestimulación y una manera de reducir su inquietud. “Hacer algo que produzca más estimulación cerebral ocasiona menos ansiedad que no hacer nada”, explica.
Si Pelusi la tratara (y, en efecto, le haría bien una psicoterapia), dice, “una tarea que le daría sería que intentara mantener los pies en el suelo hasta que desapareciera la tensión”. Afrontar su ansiedad podría ayudarle a eliminar lo que se ha convertido en una respuesta habitual.
Hablo conmigo misma, acerca de mí y en tercera persona
Por ejemplo, a veces me digo: Ella va a hacer compras. No hago esto todo el tiempo y nunca en voz alta, sólo en mi cabeza. Tampoco es un problema nuevo, pero últimamente me pasa con mayor frecuencia. ¿Estoy loca?
No, en absoluto. Personajes famosos como Diego Maradona con frecuencia se han referido a sí mismos en tercera persona (y en voz alta). Lo mismo hacía Charles de Gaulle. ¿Por qué? El psicólogo Nando Pelusi dice que una buena manera de aprender cosas es ensayar situaciones mentalmente. La mayoría de nosotros hace esto de forma visual: nos imaginamos en un trabajo nuevo o conversando con alguien a quien queremos impresionar. Da la casualidad de que usted lo hace verbalmente, igual que muchos novelistas y poetas. “Si puede imaginarse haciendo o diciendo algo y anticipar los efectos que sus acciones o palabras podrían tener, eso es una manera de aprender sin necesidad de recurrir al método de ensayo y error”, señala Pelusi.
En resumen, hablar con uno mismo es normal y revela que usted de loca no tiene ni un pelo. Así que siéntase libre de decirse: ella consultó a los expertos de Selecciones, y le dijeron que estaba perfectamente bien.
Tengo un hijo y una hija. Me molesta decirlo, pero siempre he preferido al varón
Trato de disimularlo, pero no puedo. Así ha sido desde que eran chicos, pero ya son adolescentes, y estoy segura de que lo saben. ¿Es esto normal?
No es raro que un padre prefiera a uno de sus hijos, dice Susan Bartell, psicóloga de Port Washington, Nueva York; tampoco lo es que prefiera a un hijo durante un tiempo y luego se incline por otro, en un ciclo constante. “Lo que no es tan común es que un padre siempre prefiera más a un hijo, como en su caso, pero a veces pasa, especialmente cuando el trato con el otro o los otros hijos es difícil”, agrega. “Es posible que usted prefiera a su hijo porque no le dice a cada rato que la odia, como suelen hacerlo las hijas”.
Bartell, quien se especializa en relaciones entre madres e hijas, explica: “De todas las relaciones humanas, incluida la matrimonial, creo que la de una madre y una hija es la más complicada. Las mamás proyectan en sus hijas todos sus deseos, y también todos los conflictos que tuvieron con sus propias madres”.
Sea cual fuere la situación con su hija, tenga en cuenta lo siguiente: es probable que sus dos hijos sepan desde hace muchos años que usted prefiere a su hijo varón. Y con el paso del tiempo, dice Bartell, esto dañará su relación con ellos y la relación que ellos tienen entre sí. “Busque ayuda profesional, o esto irá de mal en peor”.
Tengo mucho estrés y quiero estar solo
Últimamente, ha habido muchos despidos en mi empresa, lo cual ha aumentado mi carga de trabajo (y de estrés). Lo único que quiero hacer cuando llego a casa es encender la televisión. Mi esposa piensa que debería consultar a un terapeuta, pero yo le digo que sólo necesito recargar mis pilas. ¿Quién tiene razón?
En este punto, coincidimos con su esposa. Como los hombres tienden a hacer caso omiso de sus estados de ánimo negativos (y se resisten a buscar ayuda), la depresión en ellos puede revelarse en forma de irritabilidad, adicción al trabajo, comportamientos arriesgados (como beber demasiado o manejar con exceso de velocidad), o retraimiento, que en su caso se manifiesta al pasar muchas horas viendo la tele.
Por otra parte, es probable que sólo esté agobiado, en cuyo caso tampoco tiene la razón. Lo sentimos, pero los estudios indican que ver demasiada televisión puede empeorar el estado de ánimo y aumentar el estrés. “Está bien que vea y disfrute su programa favorito, incluso dos, pero después, es conveniente que se aleje de la tele y conviva con su esposa”, dice Beverly E. Thorn, profesora de Psicología en la Universidad de Alabama. “Salir a caminar juntos una media hora al atardecer sería beneficioso para su estado de ánimo, su salud física y su relación de pareja”, concluye.
No puedo recordar los nombres
Muchas personas dicen que no pueden recordar nombres, pero yo de verdad no me acuerdo de ninguno, ¡y también me olvido de las caras! Cierta vez, no reconocí en el súper a una vecina mía. No soy distraída ni indiferente. Entonces, ¿qué me pasa?
Según Joel Kramer, neuropsicólogo de San Francisco, California, es probable que no le pase nada. “Todos tenemos fortalezas y debilidades —señala—, y algunas personas sencillamente no son buenas para recordar nombres y caras”.
Ahora bien, también es posible que tenga un trastorno llamado prosopagnosia, o “ceguera a los rostros”. Las personas que lo padecen, de pronto tienen dificultad para reconocer a los miembros de su familia, a sus amigos e incluso su propia cara; a algunas de ellas, además, les cuesta trabajo seguir la trama de una película porque se olvidan fácilmente de la identidad de los personajes. La prosopagnosia puede deberse a un daño cerebral causado por un ataque de apoplejía, a un golpe fuerte en la cabeza o a alguna enfermedad degenerativa.
En su caso, si el problema es reciente pero está empeorando, Kramer sugiere que consulte al médico, por si acaso. De lo contrario, tal vez sólo sea una rareza inofensiva, aunque no muy grata para su vecina.
Las voces de algunas personas me sacan de mis casillas
No sé si es por su tono quejumbroso o por la irritante costumbre que tienen de decir todo en tono de pregunta. Esto me molesta tanto que pierdo completamente el hilo de lo que me dicen. ¿Acaso me falta un tornillo?
No, usted es normal; son las otras personas quienes tienen un problema, dicen nuestros expertos. La psicóloga Susan Bartell explica: “Muchas personas realmente tienen voces muy desagradables, sobre todo hoy día, en que la gente habla por teléfono celular en voz tan alta todo el tiempo. Uno oye sus horribles voces gimiendo y quejándose; no se dan cuenta de que molestan, o fingen no advertirlo, y nadie se atreve a decírselo”.
Tampoco es usted la única que no soporta a las personas que dicen todo en tono de pregunta. Es un hábito relativamente común entre los adolescentes, pero se ha extendido a otros grupos de la población. Algunos expertos opinan que ese tono transmite informalidad; otros consideran que es señal de inseguridad.
¿En qué se parecen los que hablan quejándose y los que lo hacen en tono de pregunta? En que usted no puede apretar un botón para hacer que se callen. Tal vez la ayude concentrarse en el contenido de la conversación, y no en el paquete absolutamente irritante en que viene envuelta.
Soy feliz, pero tengo pensamientos malos
Tengo una vida satisfactoria y soy feliz en general, pero no pasa un día sin que me venga a la mente alguna situación en que metí la pata y me sentí muy mal. A veces me acuerdo con detalle de conversaciones dolorosas que tuve con dos amigas que ahora están distanciadas de mí. ¿Por qué me agobian tanto los remordimientos?
Usted dice que es “feliz en general”, pero se pasa la vida pensando en el pasado. Eso no tiene lógica, ¿o sí? La mayoría de nosotros nos sentimos mal cuando nos acordamos de algún fin de semana lamentable, o del acceso de llanto que tuvimos en el baño la noche de la fiesta de la oficina. Pero ¿rumiar esos recuerdos día tras día? Todos nos hemos arrepentido de algo, pero sospechamos que cuando usted repasa la película de su vida, se saltea todas las escenas gratas y divertidas, y pone “pausa” sólo en los momentos desagradables, los cuales los sobredimensiona completamente.
Según la psicóloga Sally A. Theran, en sus manos está cambiar la manera en que ve su pasado. Paradójicamente, una manera de hacerlo es concentrarse en su malestar cuando aflore. “Expóngase mentalmente a los sentimientos de vergüenza o incomodidad el tiempo suficiente para que se intensifiquen y después se disipen de manera normal”, explica. “Está claro que intenta apartar de su mente los recuerdos amargos, pero esa es la manera en que conservan su poder. Trate de decirse que no tiene que ser perfecta, y que todos hacemos cosas tontas o vergonzosas”.
Y hay otra razón para que sea más indulgente con usted misma: es muy probable que lo que la atormenta ya haya sido olvidado por sus amigas, las presuntas ofendidas. “Todos tendemos a acordarnos más de lo malo que hicimos que las personas a las que herimos”, concluye Theran.
Me arranco vellos sueltos de los brazos para hacer que todos tengan un largo parejo
Lo hago mientras veo la tele o leo un libro, pero mis amigos me han dicho que también me arranco vellos cuando estamos conversando. ¿Es esto señal de aburrimiento, o de algo más grave?
Ese hábito tiene un nombre: tricotilomanía. “Por lo general, las personas que hacen esto se arrancan pelo de la cabeza y terminan con zonas calvas”, dice el doctor Christopher Peterson, de la Universidad de Michigan. Algunas se arrancan cabellos o vellos casi sin darse cuenta, y otras lo hacen meticulosamente con pinzas. Lo hacen para reducir la tensión, o de manera automática. “Es como morderse las uñas sin pensar en ello”, señala David H. Barlow, experto en ansiedad de la Universidad de Boston. Las personas que se arrancan las cejas o mechones de pelo sentirán alivio al saber que esta manía es tratable. Consulte a su médico o a un psicoterapeuta y pregúntele si puede tomar alguno de los antidepresivos más recientes, que también mitigan la ansiedad.
Por supuesto, usted decide si necesita o no una terapia. “Si no le importa tener los brazos sin vello, entonces no se preocupe”, dice Peterson. Pero tenga mucho cuidado cuando salga con sus amigos: no creemos que les haga ninguna gracia encontrar un ingrediente extra en su ensalada.
Tengo pánico escénico
Trabajo en ventas, y hace poco tuve que dar una charla frente a unas 100 personas. Durante varias semanas sentí pánico. Cuando llegó el momento de hablar, me dieron náuseas y casi me desmayo. Llegué a pensar que me iba a caer delante de todos. ¿Qué me pasa?
El magnate Warren Buffett, quien es famoso por su elocuencia, cierta vez se sintió tan asustado por tener que hablar en público que se obligó a hacer un curso para vencer el miedo. Hoy día no se cansa de decirles a sus seguidores que es muy importante aprender a hablar en público, pero para la mayoría de nosotros hacer esto es un verdadero trauma.
Nancy Cetlin, psicóloga de Boston, dice que el pánico escénico es una fobia social común. “Y la mayoría de quienes la padecen sienten más miedo de hablar ¡Que de morirse!”, agrega. El comediante estadounidense Jerry Seinfeld lo resumió así: “En general, la persona que asiste a un sepelio preferiría estar en el ataúd a pronunciar el discurso fúnebre”.
Si al estar en el estrado siente que se va a morir, trate de recordar esto: aunque piense que todo el mundo sabe lo nervioso que está, lo más probable es que nadie lo note. Un buen truco es concentrarse en una o dos caras amables entre el público, dice la psicóloga Sally A. Theran. La programación neurolingüística y las técnicas de respiración profunda también ayudan, igual que ver un video de usted mismo pronunciando un discurso (para que vea que no metió la pata). O podría proponer el uso de videoconferencias; ya sabe, como una medida para reducir costos.