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Cartoneros ecológicos

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Juntan residuos para reciclaje y alejan a sus hijos del trabajo infantil.

Villa Fiorito es el barrio donde nació Diego Maradona. Ahí hizo sus primeras piruetas —con pelota— el, para muchos, mejor jugador de fútbol de la historia. Está en el sur del Gran Buenos Aires, en el partido de Lomas de Zamora. En el entramado abigarrado de sus calles funciona la guardería donde llevan a sus hijos centenares de cartoneros que recorren la ciudad de Buenos Aires buscando entre la basura objetos posibles de reciclar o que aún conservan valor por la materia prima con que fueron hechos.

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La guardería es un espacio con paredes despintadas, frases escritas sobre los muros y patios con baldosas destartaladas. Concurren chicos desde los 4 hasta los 16 años que disfrutan de títeres, lecturas, juegos y deportes. Llegan cerca de las 17:00 y se quedan hasta la medianoche, porque a esa hora vuelven sus papás. Hay que verlos hormiguear por esas calles angostas. A ellos y a sus papás.
Son recicladores urbanos agrupados en la cooperativa Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE), la más grande de la Argentina. Nacieron durante la crisis económica y política de 2001 y hoy constituyen una organización que pugna con insistencia y buenas razones para dejar la exclusión social y económica a las que los sometió la distribución desigual.  Ahora cuentan con transportes dignos, una credencial, ropa de trabajo, seguro y obra social. Y la iniciativa de la guardería que literalmente les cambió la vida.
Rosa cuenta que dejaba a su hija mayor, de 12 años, cuidando de sus otros hijos menores de 8 y de 6. Ir y volver pensando qué les podía pasar la azotó más que la intemperie, el frío o la mirada desdeñosa de los vecinos de la Capital cada vez que revolvía en los desechos buscando separar según la calidad de los materiales.

En la guardería, que funciona desde el año pasado, hacen la tarea escolar, aprenden a utilizar instrumentos y a cantar. No hay uno de los 150 que van que no disfrute del nuevo espacio. El bullicio lo certifica. Todos quieren participar, desean mostrar lo que aprenden en esas horas de juego.

Las soluciones que se conocen hasta ahora pasan por tirar menos, reutilizar y separar aquellos materiales que, como en el caso de Argentina, recogen los cartoneros. Son éstos que mandan a sus chicos a la guardería y los están sacando de la noche y sus acechanzas para tan temprana edad.

En un año, unos 400 chicos ya dejaron de ejercer el trabajo infantil y hay otros tantos que esperan en fila y siguen acompañando a sus padres porque la guardería no da abasto.
La guardería se llama “El Amanecer” y en cierto modo lo es para estas familias:

A las 16:00, unos 2.200 cartoneros empiezan a salir de sus casas ya con sus manos ocupadas. Con unas empujan sus chatas para juntar cartón, plástico, vidrios y metales. Con otras sujetan a sus hijos para ir hasta donde pasa el ómnibus que los llevará primero a la guardería, y después al centro de la ciudad a trabajar.

Ahora no, ahora sabe que sus tres hijos están a buen resguardo hasta que ella los pase a buscar. Hay un cuerpo de profesores especializados que los atienden y motivan, y un grupo de madres y colaboradoras que amasan pan fresco o la pizza que comerán en los dos turnos estipulados para la cena.

Transitando en la noche sus papás ganan unos 2.400 pesos por mes (unos 600 dólares). Es la paga por recolectar, acopiar y comercializar residuos posibles de reciclar. El principal servicio que estos trabajadores brindan a la comunidad es evitar el entierro indiscriminado de unas 100 toneladas diarias de residuos. Poca paga para resolver un aprieto que deberán afrontar todas las grandes ciudades en la presente década: qué hacer con los desechos y cómo tratarlos. Se calcula que, en la ciudad de Buenos Aires, los vertederos adonde se lleva la basura colapsarán en los próximos 5 años.

“Acá no hay más lugar pero es necesario encontrar espacios para contener a estos chicos y darles seguridad a sus familias” dice Liliana Ortiz, la directora de la Fundación “Che pibe” que tiene a cargo la guarda transitoria de los chicos durante 6 días a la semana. Ella sabe que junto con los otros profesores son un bastión para que no sucumban frente a un medio hostil que podría empujarlos a la marginación definitiva desde temprano.

Un nuevo día donde por fin tienen lugar los sueños de un trabajo, atención y seguridad para sus hijos. “Ellos están muy orgullosos y valoran lo que hacen sus papás para que puedan estar mejor”, murmura Liliana mirándolos jugar entre esas paredes despintadas que los invitan a escribir o dibujar con libertad. Leo de las paredes: “Luchemos por la identidad”. Es una buena frase para aprender a atesorar con gratitud el origen y no rendirse jamás.

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