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El arte lo hizo renacer

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Un pueblo medieval italiano resurgió de sus cenizas gracias al arte.

El pueblo de Valloria, situado en la punta occidental de la Riviera italiana, a la orilla del Mediterráneo, es una visión de esplendor bucólico. En las últimas décadas no lo habían afectado los estragos del turismo, pero, como la mayoría de los poblados pequeños, afrontaba un problema: sus jóvenes estaban emigrando. Angelo Balestra fue uno de ellos. Salió de Valloria a buscar trabajo en la gran ciudad, y al final se estableció en Milán para dedicarse a la publicidad.

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Su deseo de volver a casa a visitar a la familia era muy fuerte, pero pronto empezó a temer los viajes que hacía los fines de semana para ver a su madre. “Se me partía el corazón”, cuenta. “En el pueblo, que en otro tiempo tenía cientos de habitantes, ya sólo quedaban 30 ancianos. No había tiendas, bullicio, nada… Y todo se estaba llenando de grietas o viniendo abajo: el techo de la vieja iglesia, los lagares tradicionales, las calles”.

Valloria no era el único lugar donde ocurría esto. Sobre las verdes colinas circundantes había otros pueblos medievales de calles estrechas y casas de piedra, que luchaban por encontrar un nicho en la nueva economía, impulsada por el turismo. Balestra temía las consecuencias—que la historia de su pueblo se perdiera en el olvido—, así que decidió poner en acción sus habilidades como publicista.

En 1991, con algunos amigos y ex compañeros de escuela, Balestra formó la asociación Le Tre Fontane (“Las tres fuentes”), llamada así por uno de los distintivos más famosos de Valloria. Su misión era reunir fondos para reparar casas y edificios y construir un pequeño museo. Lo primero que hicieron fue organizar un festival veraniego. Luego de crear una pegajosa frase en italiano—A Valloria, fai baldoria (“Jolgorio en Valloria”)—, celebraron la gran fiesta en julio de 1992, y fue un éxito.

“¡Había mil personas pidiendo comida!”, recuerda Balestra. “Tuvimos que despertar al carnicero del pueblo vecino para poder poner más carne en los asadores”.

Al grupo se le ocurrió después una idea aún más brillante. El festival de verano se había promovido con frases como “Valloria abre las puertas de su corazón”, para representar el orgullo del pueblo por su hospitalidad; sin embargo, como Balestra recuerda, la mayoría de las casas viejas estaban vacías o se usaban como bodegas, así que decidieron que el paso siguiente sería no sólo abrir las puertas, sino entregárselas a los pintores: en otras palabras, convertir el pueblo en una galería de arte al aire libre.

Valloria renació entonces como “el pueblo de las puertas pintadas” de Italia. En este país es una tradición pintar los poblados —incluso existe una agrupación llamada Associazione Italiana Paesi Dipinti—, pero en tanto que la mayoría de los pueblos están decorados de acuerdo con un tema, en Valloria se decidió dar a los pintores una libertad artística total.

El primer gran evento de pintura de puertas se programó para el primer fin de semana de julio de 1994. “Al principio la noticia corrió de boca en boca”, cuenta Balestra. “Invitamos a artistas de la zona, y también de Milán y Turín, porque allí vivían ex habitantes de Valloria”.

Ese año se pintaron 18 puertas, con obras como La Virgen y el Niño, de Marcello Bonomi, y una pintura surrealista de una silla roja suspendida en una habitación de azulejo blanco, de Rosario Curcio (pág. XXX). El ilustrador Marco Scuto creó un cuadro de un hombre que flota —como Mary Poppins— con un paraguas en una mano y una bomba para inflar neumáticos en la otra (pág. XXX).

El artista turinés Fabrizio Riccardi creó una obra que hoy figura entra las favoritas de los habitantes del pueblo. Su cuadro (pág. XXX) muestra a una monja asomada a una ventana que se cubre la boca, escandalizada por lo que ve: dos lagartijas en plena cópula, pintadas sobre el antepecho de una ventana real. La imagen de Riccardi capta el sentido de diversión y libertad que ha atraído aquí a pintores de Suiza, Alemania, Irlanda y Estados Unidos. Apenas se corrió la voz en la comunidad artística, empezaron a llegar cientos de solicitudes para pintar alguna puerta de Valloria.

Hasta la fecha se han pintado 122 puertas, y ya no quedan muchas por decorar. “Ahora hay menos puertas disponibles”, señala Balestra. “No podemos ofrecer más de seis o siete cada año. En el verano pasado recibimos 30 solicitudes, y tuvimos que rechazar la mayoría de ellas”.

“A nadie se le paga, pero es un gran honor participar en la renovada vida de este hermoso pueblo antiguo”, dice Alessandra Puppo, pintora formada en Florencia.

Otra artista, Michelina Croteau, vino aquí desde Nueva Hampshire, Estados Unidos. Se puso en contacto con Balestra después de encontrar las puertas de Valloria en Internet, y él le envió una invitación. “Mi experiencia en Valloria fue maravillosa”, afirma. “Los residentes acudieron a verme pintar, sobre todo los niños”.

El cuadro de Croteau, Origami por la paz, muestra unas grullas de papel. “Me la pasé tan bien en el festival, que regresé al año siguiente con algunos amigos y familiares”, cuenta. En esa ocasión, se llevó una grata sorpresa. “Mi puerta se había convertido en una obra de arte interactiva”, prosigue. “Otras personas habían hecho dibujos de grullas de origami sobre la puerta y los habían firmado”.

Valloria ahora es famosa tanto por el festival de pintura de puertas, en julio, como por otro evento de verano: el banquete anual de agosto.

“La gente del pueblo cocina todo”, dice Maria Bietolini, una colega de Balestra que colaboró en la campaña publicitaria de Valloria. “Los jóvenes ayudan como meseros, y se pasan corriendo toda la  noche para servir a mil personas que se congregan en la colina, a la sombra de los olivos. El menú incluye recetas tradicionales de la región. Incluso los vinos y licores son de pequeños productores del valle”.

En algunos aspectos, Valloria casi no ha cambiado. Aún es un rinconcito soñoliento. La población permanente, que había bajado de varios cientos de habitantes a tan sólo 30, ahora es de alrededor de 40. Sin embargo, esta cifra es engañosa: muchos ex residentes han comprado y restaurado casas de verano, que suelen alquilar a los turistas, algunos de los cuales a su vez han comprado casas veraniegas. Hoy día Valloria se jacta de tener cuatro nuevos agriturismi, u hostales campestres. Un integrante del grupo Le Tre Fontane renunció a su empleo como plomero y abrió un exitoso restaurante, La Porta dei Sapori (“La puerta de los sabores”).

“A finales de los años 90, cuando pinté mi puerta, en el pueblo vivían sólo 30 ancianos y no había empleos para los jóvenes, que huían lejos”, cuenta Alessandra Puppo. “Ahora, a esas personas mayores se han unido sus familiares jóvenes”. Y entre los nuevos residentes está nada menos que Angelo Balestra. “Decidí dejar Milán y regresar aquí cuando me jubilé”, explica. “Me siento muy feliz de haberlo hecho. Ahora éste es un lugar donde realmente vale la pena vivir”.

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