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6 formas de de evitar el cáncer

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Una infección puede causarlo, pero se puede tomar medidas.

Marzo de 2010

En la semana 35 de su tercer embarazo, a Kristine Fersovich, ama de casa de Edmonton, Canadá, de 34 años, le diagnosticaron cáncer cérvico-uterino. Los médicos querían darle un tratamiento cuanto antes, de modo que, dos semanas después, le hicieron una cesárea. “Me acercaron a mi bebé para que le diera un beso, y luego se lo llevaron”, cuenta Kristine. Mientras se encontraba aún bajo los efectos de la anestesia, los médicos le practicaron una histerectomía radical, y también le extirparon los ganglios linfáticos. Por suerte, su hijo estaba saludable, y hoy día ella ya no tiene cáncer.

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La madre de Kristine contrajo la misma enfermedad a los 28 años, y aunque también se salvó gracias a una operación, Kristine no quiere que su hija de nueve años, Alexis, corra riesgos, así que tiene planeado llevarla a vacunar para protegerla del cáncer de cuello uterino.

Kristine y otras mujeres como ella se encuentran en medio de una revolución que cambiará el rostro de la medicina para siempre.

Desde hace muchos años sabemos que el cáncer puede ser causado por algunos hábitos nocivos (una dieta abundante en grasas, el tabaquismo, la falta de ejercicio, etc.), factores ambientales (contaminación, radiación, luz ultravioleta) o mutaciones genéticas.

Sin embargo, ahora los científicos han descubierto que algunas infecciones causadas por virus, bacterias o parásitos pueden provocar cáncer. Estas infecciones son asintomáticas e insidiosas, y producen cambios celulares que pueden resultar en tumores malignos. Muchas víctimas no sabían que las tenían, y por eso no buscaron tratamiento.

Generalmente, esas infecciones por sí solas no producen tumores malignos. A menudo debe ocurrir también alguno de los tres factores de riesgo comunes: estilo de vida, ambiente y genes. Pero como ahora sabemos que algunos cánceres no se desarrollan sin una infección subyacente, contamos con una nueva estrategia para prevenirlos: diagnosticar y curar esas infecciones, o vacunarse para evitarlas desde el principio.

La perseverancia rinde frutos

A principios de los años setenta, el doctor Harald zur Hausen anunció una idea radical en una conferencia científica en Cayo Vizcaíno, Florida: el virus del papiloma humano (VPH), que produce verrugas genitales, es la causa del cáncer cervical. Nadie le creyó. Sin embargo, Zur Hausen, ahora profesor emérito en el Centro de Investigación del Cáncer en Heidelberg, Alemania, tenía como misión llegar al fondo de este mal, que mata a cerca de 300.000 mujeres por año en todo el mundo. “Estaba convencido de que iba por buen camino, aunque, para demostrarlo, tendría que trabajar arduamente”, dice. Hay muchas cepas del VPH, algunas relativamente inocuas y otras muy peligrosas, así que sólo después de realizar un análisis molecular de miles de verrugas logró un avance, en 1984. Zur Hausen se dio cuenta de que dos cepas del virus, la 16 y la 18, se encontraban en el 70 por ciento de todos los cánceres de cuello uterino.

A finales de 2006 se aprobó una vacuna en 49 países. Como el VPH se transmite por vía sexual, el momento ideal para que las chicas se vacunen es antes de volverse sexualmente activas. Hasta la fecha, se han distribuido más de 40 millones de dosis de la vacuna en todo el mundo.

El cáncer cervical se desarrolla lentamente, así que pasarán varios años más antes de que podamos conocer cabalmente los beneficios de la vacuna. Sin embargo, un estudio realizado en febrero de este año en Bogotá con más de 17.000 mujeres reveló que la vacuna reduce en más del 90 por ciento el número de anormalidades cérvico uterinas relacionadas con las cepas 16 y 18 del VPH. En 2008, Zur Hausen recibió el Premio Nobel de Medicina por su trabajo.

Un cóctel extraordinario

En 1984, en un laboratorio en Perth, Australia, el doctor Barry Marshall dijo: “¡Salud!” y luego tomó un vaso de un líquido incoloro. No era un cóctel común y corriente, sino uno que contenía 100 millones de bacterias Helicobacter pylori. Marshall estaba convencido de que esta bacteria causa la gastritis (inflamación de la mucosa estomacal), así como las úlceras gástricas y, a la larga, el cáncer de estómago. Pero se sentía frustrado por no poder convencer de ello a la comunidad médica, que creía que la gastritis y las úlceras se deben al estrés y a factores alimentarios.

“Me sentía un poco nervioso; estaba bebiendo puras bacterias”, recuerda. “Era como comer un alimento extraño, como tragarse un huevo crudo o un pececito dorado. Necesité fuerza de voluntad para ingerirlas”. Como había previsto, contrajo gastritis, si bien luego se curó con antibióticos.

Diez años después, los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos aprobaron los antibióticos como remedio común para las úlceras, y la OMS declaró que H. pylori era un agente cancerígeno.

Antes de que Marshall bebiera su extraño cóctel, nadie sabía cómo prevenir el cáncer de estómago. Ahora estamos aprendiendo cómo hacerlo. Aklavik, una aldea de 600 habitantes de los Territorios del Noroeste de Canadá, ha tenido una incidencia de cáncer estomacal extraordinariamente alta durante años: allí, la tasa de este mal entre los hombres es casi tres veces mayor al promedio nacional.

A Billy Archie le había preocupado siempre esa enfermedad, así que en 1984, cuando lo eligieron alcalde de Aklavik, decidió hacer algo al respecto. Creó el Comité de Salud de Aklavik para que se ocupara del problema y, en febrero de 2008, un equipo de 25 médicos, enfermeras y personal de apoyo se dirigió a la aldea para iniciar un proyecto de investigación de largo plazo sobre la H. pylori.

Como ocurre con otras infecciones causadas por agentes cancerígenos, la producida porH. pylori a menudo no se detecta. Los expertos creen que se contrae por consumir alimentos o agua contaminados, o por besar a una persona contagiada. Una prueba de aliento o una endoscopia pueden revelar la presencia de la bacteria.

En Aklavik, más de 200 personas dieron positivo en la prueba, y se las trató con antibióticos. Esto dio a los investigadores una idea de lo común que era la infección en la zona, pero no despejó otras dudas.

Por ejemplo, ¿qué medicamentos podrían resultar más eficaces a la larga? ¿Cómo asegurarse de que las personas no vuelvan a infectarse una vez curadas? ¿Tendrán algún efecto los tratamientos en pacientes con lesiones gástricas precancerosas?

Karen Goodman, epidemióloga y profesora de Medicina en la Universidad de Alberta, dice que podría llevar 10 años conocer las respuestas, pero estas ayudarán a reducir la incidencia de cáncer estomacal no sólo en Aklavik, sino en el resto del mundo.

Por ahora, sin embargo, a Marshall le gustaría que una prueba diagnóstica de H. pylori formara parte de los exámenes médicos habituales. “Se podría hacer después de los 40 años de edad, cuando uno empieza a revisarse el colesterol o la tiroides”, dice. “Un tratamiento rápido con antibióticos también podría volverse una práctica común, y con la detección y el tratamiento oportunos de la infección por H. pylori, uno jamás tendría cáncer de estómago”.

En 2005,Marshall recibió el Premio Nobel de Medicina por su labor.

No era una locura

A comienzos de la década del setenta, R. Palmer Beasley, un joven médico estadounidense, estudiaba la hepatitis B en Taiwán, donde era alta la incidencia de esta enfermedad. Trabajaba en un centro de investigación establecido allí por la Universidad de Washington en Seattle. Mientras indagaba sobre cómo se transmitía el mal —de una madre a su hijo recién nacido, entre otras maneras—, se dio cuenta de que este país también tenía una tasa muy alta de cáncer de hígado. Tras ahondar en la investigación, propuso que la hepatitis B causaba ese cáncer.

“La gente pensó que estaba loco”, recuerda Beasley, ahora profesor de Epidemiología en la Universidad de Texas en Houston. “Me dijeron que eran tonterías. La opinión general en ese entonces era que los posibles remedios provendrían de sustancias químicas”. Sin embargo, no se dio por vencido y en 1975 inició un estudio histórico que a la larga habría de demostrar que el cáncer de hígado ocurría casi exclusivamente en personas infectadas de hepatitis B, la mayoría de las cuales eran portadoras asintomáticas de esta enfermedad.

Normalmente, el cáncer de hígado es mortal: cobra la vida de cerca de 700.000 víctimas por año. Pero ahora es posible prevenirlo.

Un estudio realizado en Taiwán en 2009 reveló que las personas de entre 6 y 19 años que recibieron la vacuna de la hepatitis B al nacer tenían un riesgo 70 por ciento menor de contraer cáncer de hígado que las que no fueron vacunadas.

Los principales cánceres provocados por infección son los de cuello uterino, estómago e hígado, pero otros menos comunes —entre ellos los del sistema inmunitario (enfermedad de Hodgkin y linfoma de Burkitt), laringe, esófago y piel (sarcoma de Kaposi y carcinoma de células de Merkel)—, surgen de la misma manera. “En todo el mundo, el 21 por ciento de los cánceres está vinculado con una infección”, dice el doctor Zur Hausen. “Esto sobrepasa incluso la incidencia de los cánceres relacionados con el tabaquismo, que es del 18 por ciento a nivel mundial. Sospecho que vamos a encontrar más vínculos”.

La investigación sigue adelante

Lorelei Mucci, epidemióloga y profesora de Medicina en la Facultad de Salud Pública de la Universidad Harvard, hace poco terminó un estudio sobre la relación entre las infecciones de transmisión sexual y el cáncer de próstata. Evaluó a más de 1.300 participantes, y los resultados muestran que la exposición a la tricomoniasis, una infección común que se transmite por vía sexual, casi triplica el riesgo en los hombres de contraer una forma particularmente agresiva y letal de cáncer de próstata.

La infección, causada por el protozoario parásito Trichomonas vaginalis, “es asintomática en las mujeres”, explica Mucci, y rara vez produce síntomas en los hombres. “Perdura por mucho tiempo; provoca una inflamación crónica que daña las células y los tejidos, y con el tiempo da origen a cambios precancerosos”.

Si más estudios confirman esta relación, algunas formas de cáncer de próstata podrían prevenirse con un tratamiento breve con antibióticos. “Algunas personas creen que la tricomoniasis no es una enfermedad grave —añade Mucci—, pero ahora sabemos que debemos preocuparnos por sus ¡ efectos de largo plazo”.

En todo el mundo, unos 250.000 hombres mueren de cáncer de próstata por año, y se calcula que cuatro de cada 100 varones contraen una forma agresiva de esta enfermedad.

Enseñanzas de los animales

En 1911, el médico neoyorquino Francis Peyton Rous probó que un agente infeccioso causaba un extraño cáncer en las gallinas. Tomó una muestra de tejido de un ave enferma y se lo inyectó a una sana, lo cual le produjo un tumor. Los investigadores también han descubierto virus cancerígenos en conejos, ranas e incluso en el demonio de Tasmania. Estos hallazgos suelen proporcionar buenas pistas respecto a los agentes patógenos que atacan a las personas. El descubrimiento de virus en gallinas, gatos, reses y primates no humanos vinculados con la leucemia y los linfomas en animales ha llevado a los científicos a buscar virus similares que pudieran causar esas enfermedades en las personas.

La investigación con ratones tal vez los ayude a explicar algún día la causa —o las causas— del cáncer de mama humano, que es el más común en las mujeres.

Entre el 5 y el 10 por ciento de los casos de este tipo de cáncer son hereditarios, y aún no se sabe cómo ocurren los demás.

En 1936, el médico estadounidense John Bittner demostró que la causa del cáncer mamario en los ratones es un virus, hoy conocido como virus del tumor mamario del ratón (VTMR). Hace casi 20 años que el doctor James Holland, profesor de Oncología en la Escuela de Medicina Monte Sinaí, en Nueva York, está estudiando el VTMR. Demostrar que un virus parecido a este podría causar el cáncer mamario en las mujeres “ha sido una batalla muy dura— dice Holland—, pero ahora hay mucha menos resistencia a esta idea que antes”.

A mediados de los años noventa, Holland y la doctora Beatriz Pogo demostraron que un virus cuyo genoma es similar en más del 95 por ciento al del VTMR aparecía en alrededor del 40 por ciento de los tumores mamarios malignos de mujeres estadounidenses. En 1999, el d o c t o r Thomas Stewart, profesor de Medicina en la Universidad de Ottawa, graficó la distribución del cáncer mamario en el mundo, y la comparó con la distribución geográfica del ratón doméstico, huésped del VTMR. La coincidencia resultó casi perfecta: allí donde el ratón era común, también lo era el cáncer de mama, y donde el ratón era raro (en Vietnam, por ejemplo), el cáncer mamario también.

En noviembre de 2009, en un estudio publicado en la revista Advances in Tumour Virology, Holland y sus colegas revelaron que habían identificado el agente patógeno, similar al VTMR, presente en el 72 por ciento de los tumores mamarios cancerosos inflamatorios.

Sin embargo, hasta ahora se le considera “culpable” sólo por asociación; Holland sabe que este virus se halla en algunos tumores mamarios, pero ignora si es la causa de ellos. “Debemos probar que las mujeres se infectan con el virus antes de desarrollar el cáncer de mama”, señala. Para demostrar esta hipótesis, se propone analizar sangre de mujeres de diversos grupos en busca de señales de cáncer mamario, y si el virus aparece, determinar cuándo y dónde. Se espera que esto establezca un vínculo causal y que una vacuna sea posible.

Cada año, el cáncer mamario les quita la vida a casi medio millón de mujeres en todo el mundo. “Si podemos demostrar que un virus causa el cáncer de mama, nuestra concepción de esta enfermedad cambiará completamente”, afirma Holland.

El doctor Hans Krueger, epidemiólogo canadiense y coautor de un libro sobre el VPH y otros agentes cancerígenos infecciosos, considera que la investigación sobre el cáncer y las infecciones podría salvar millones de vidas. “Es un campo complejo—dice—, pero nuestra comprensión de él crece casi todos los días”.

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