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Baldosas ecológicas: un paso a la vez

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Este invento sigue resultando impresionante: un joven “ecoemprendedor” logró convertir las pisadas en energía útil.

El hombre detrás del invento

Laurence Kemball-Cook encarna al tipo de hombre joven que cualquier madre desearía que su hija llevara a casa. Tiene un aspecto pulcro y saludable, y modales refinados, casi encantadores. Su oficina, ubicada cerca de la estación ferroviaria King’s Cross de Londres, es un lugar tranquilo, un poco desordenado y lleno de empleados vestidos con ropa informal que irradian el mismo entusiasmo que su jefe.

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Sin embargo, este ingeniero, inventor y empresario de 30 años se define como un obsesivo y un adicto al trabajo. “Algunas personas tal vez dirían que soy un perfeccionista a un grado que puede resultar muy frustrante”, admite. Laurence es también el creador de la Pavegen, una baldosa de la que actualmente tiene la patente y que convierte la fuerza de las pisadas de las personas en una fuente limpia y renovable de energía eléctrica. Y Laurence quiere usar la Pavegen para cambiar el mundo entero.

“Mi visión de la Pavegen es que sea para las ciudades lo que el procesador Intel Inside es para las computadoras”, dice. “Deseo cubrir todas las ciudades del mundo con nuestras baldosas, convertir todos los puentes, calles y edificios en generadores de energía cinética”. La idea se le ocurrió cuando estudiaba diseño industrial y tecnología en la Universidad de Loughborough, en Inglaterra. Como parte del curso lo enviaron a trabajar en la empresa de energía E.ON.

“Me dijeron: ‘Laurence, ¿podrías diseñar un poste de luz que funcione con energía solar o eólica?’”, cuenta. “Pero cuando las nubes cubren el sol no hay energía, y tampoco cuando el viento no sopla, así que lo intenté a lo largo de un año y fracasé. “Estaba muy molesto. Luego, un día, mientras caminaba por la Estación Victoria de Londres, pensé en toda la gente que estaba allí. Había leído que 38.000 personas transitaban a pie cada hora por esa estación. ‘¿Y si pudiera aprovechar esa energía como fuente eléctrica?’, me dije.

“La idea de generar electricidad de las pisadas no es nueva; otras personas ya lo han intentado. Para producir una carga, han usado cosas como los cristales piezoeléctricos que se encuentran en los encendedores de cigarrillos. Pero la energía generada es tan baja, que no se puede hacer nada provechoso con ella”.

La huella verde en cada paso

Laurence tomó un camino totalmente distinto. El peso de una pisada sobre su baldosa hace girar en el interior un generador de rueda en posición horizontal. “Cuanta más gente lo pisa, más gira la rueda”, explica. “Entonces extraemos la energía de la rueda a voluntad, poco a poco”.

Cada pisada sobre una baldosa genera unos siete vatios de energía. En el Maratón de París de 2013, donde Pavegen instaló sus baldosas en la meta como parte de una promoción, los corredores cruzaron 176 de ellas, para un total de 401.756 pisadas que generaron 3.141.926 julios, suficientes para recargar 1.880 teléfonos móviles o permitir a un auto eléctrico Nissan Leaf recorrer 24,24 kilómetros. 

Hoy día Laurence produce las baldosas en una fábrica en Rumania. “Me encanta la gente de Europa oriental”, dice. “Algunos de mis ingenieros hablan con mucha emoción sobre los días del comunismo. No podían comprar nada que no fuera rumano, así que tenían que fabricar todo ellos mismos. Es sorprendente esa actitud de autosuficiencia”.

Laurence ya está exportando sus baldosas de Rumania a todo el mundo vía Londres. “Hemos realizado más de 135 proyectos en más de 30 países”, asegura. “El alcalde de Washington nos contrató para que instaláramos la Pavegen fuera de la Casa Blanca; cubrimos los Campos Elíseos de París con nuestras baldosas para el maratón de 2013, y en la Expo de Milán construimos un sistema musical para Coca-Cola que la gente hacía funcionar bailando: cuanto más bailaba, más fuerte sonaba la música”.

Laurence menciona las ciudades europeas donde se han instalado sus baldosas: Madrid, Atenas, Malmö, Sofía, Bucarest, y empresas multinacionales con las que ha trabajado, como BASF y Diageo. Pero sus ambiciones son tan éticas como comerciales. Una vez fabricadas las baldosas, el sistema no requiere combustibles fósiles y no genera CO2 ni otros contaminantes.

Por eso dice: “Para algunas personas el éxito y la riqueza son sus objetivos; para mí, es hacer las cosas bien”.

Pero, ¿podría tener un impacto real en el uso cotidiano de la electricidad? Julie Hirigoyen, directora ejecutiva de la oficina británica de la organización sin fines de lucro World Green Building Council, cree que sí. “La tecnología de la Pavegen es enormemente innovadora”, dice. “Me gusta mucho cómo cautiva a los usuarios y los hace conscientes de que están ayudando a resolver un problema. Necesitamos mil maneras creativas de encontrar soluciones renovables”.

Para Julie, la Pavegen es una de esas soluciones posibles, pero advierte que su costo —Laurence calcula actualmente unos 2.080 dólares por metro cuadrado— sigue siendo un problema, excepto en lugares sumamente transitados, como centros comerciales, estaciones ferroviarias y aeropuertos. Laurence es consciente de esto, pero dice, “dentro de los próximos 24 meses haremos que nuestras baldosas tengan el mismo precio que las comunes. Y una vez instaladas, suministrarán electricidad gratuita”.

No hay duda de las buenas intenciones que tiene respecto a su tecnología. En un proyecto financiado por Shell en 2014, Laurence llevó la Pavegen a Morro da Mineira, una de las favelas más pobres y con tasas más altas de delincuencia de Río de Janeiro, Brasil. Debajo de la superficie de una cancha de fútbol se colocaron 200 baldosas para que los jugadores hicieran funcionar las luces mientras corrían. Ese proyecto significó mucho para Laurence. “Es un ambiente alucinante, donde los jóvenes corren con ametralladoras, pero fue un honor trabajar con ellos”, dice.

Ha pasado mucho tiempo desde que Laurence se mudó con su familia de Londres a la tranquila ciudad de Canterbury, en Kent. “De niño, en la escuela siempre estaba desarmando cosas para volver a armarlas; me encantaba”, refiere. “Siempre he tenido un legado. Mi abuelo ayudó a desarrollar la primera tecnología de radar, así como las primeras computadoras para personas discapacitadas. Y tengo un tío que se ha pasado toda la vida inventando cosas”.

A su historial familiar Laurence añadió la determinación que cualquier persona necesita para convertir ideas pequeñas en grandes iniciativas. “Nada va a detenerme”, dice, no como un alarde, sino solo como una declaración de intenciones. “Siempre he dicho que si tengo una idea, debo materializarla. Creo que un emprendedor debe saltar de un acantilado y aprender a nadar sobre la marcha”.

Laurence dice que, cuando era estudiante, “industrializó” el ambiente universitario. Tenía seis escritorios en su dormitorio, cada uno para un fin específico: uno para la ingeniería electrónica, otro para dibujar y otro que servía como taller mecánico. “Había bandejas llenas de resortes y generadores en mi cama”, recuerda. “El lugar era un taller inmenso”.

Presentó su idea de la Pavegen como trabajo final de curso. “El profesor me retó porque llevaba cuatro valijas con materiales”. Después de graduarse, Laurence aceptó una oferta de trabajo en una empresa de diseño de Nueva York, pero al final cambió de opinión. “Tenía una deuda conmigo mismo de seguir adelante con la Pavegen”, dice, aunque no fue nada fácil. “Sobreviví a pan y agua y me encerré en mi departamento durante varias semanas; trabajaba toda la noche, concentrado únicamente en ese desafío. A menudo pensaba que debía darme por vencido”. 

No solo buscaba una forma de generar energía eléctrica, sino que quería una baldosa que pudiera resistir las rudezas de la calle. “Es uno de los ambientes más desgastantes conocidos por el hombre”, señala Laurence. “Están los elementos, el vandalismo, hay que soportar 15 ó 20 millones de pisadas, y también cargas excesivas, ya sean mujeres con zapatos de taco aguja o camiones de bomberos transitando a 80 kilómetros por hora”.

Poco a poco las piezas fueron encajando. Laurence presentó la Pavegen en una muestra de diseño en Londres, junto con otros 1.000 jóvenes diseñadores “y de repente se volvió viral”, dice. Los medios informativos corrieron la noticia de las baldosas que generan energía, y esto le atrajo a Laurence sus primeros clientes. 

Los proyectistas de un enorme centro comercial en el este de Londres acudieron a él, ya que su permiso de construcción dependía del uso de energía renovable, y la Pavegen era una buena opción. La Oficina de Transporte de Londres, que estaba planificando los Juegos Olímpicos de 2012, decidió instalar baldosas Pavegen en una estación del subterráneo cercana al Estadio Olímpico. Durante el transcurso de los juegos, un millón de personas caminaron sobre ellas.

 A sus 27 años, Laurence se había convertido en un exitoso empresario. Recibió una invitación para acompañar al primer ministro británico David Cameron en una misión comercial a China. Sin embargo, no todas las cosas marcharon bien. Las primeras baldosas Pavegen tenían grandes luces circulares que se encendían al pisarlas. “Eran bonitas —cuenta Laurence—, pero cuando empezamos a instalarlas vimos que todas las mujeres evitaban pasar sobre ellas, preocupadas de que hubiera cámaras grabando bajo sus faldas”.

Hay también otra faceta de las baldosas Pavegen, y es que pueden usarse para reunir datos sobre las pisadas. Los centros comerciales pueden utilizarlas para saber exactamente cuántas personas van a un sitio específico y a qué hora, y determinar con precisión cuáles son las zonas más redituables en sus edificios. Los directores de estaciones de trenes, aeropuertos o estadios podrían detectar y prevenir niveles peligrosos de aglomeración de personas.

La empresa Pavegen ha ganado alrededor de 4,2 millones de dólares hasta la fecha y está valuada en 27,8 millones. No obstante, dice Laurence, “sigo viviendo felizmente en el mismo departamento que cuando empecé la compañía. Tengo una bicicleta más rápida que la de entonces, pero eso es todo. No tiene sentido tomar dinero de la empresa en esta etapa. Si me concentro en el negocio, ya llegará el tiempo de bonanza”.

La dedicación al trabajo le ha impuesto un costo en el terreno personal. “En total he perdido tres novias”, confiesa. “Muchos de mis amigos ya tienen esposa e hijos en esta etapa de la vida, pero yo decidí no tenerlos porque tengo un reto y, mientras no lo haya superado, no quiero preocuparme por una familia”.

Así que, cuando no está trabajando, le gusta participar en carreras ciclistas y en triatlones. “Viajé en bicicleta desde Londres hasta Amsterdam en un día, y he recorrido todo París pedaleando desde el amanecer hasta caer la noche”, dice. “Un fin de semana puedo correr media maratón, o ir a nadar al lago Serpentine de Londres. He aprendido mucho sobre mí mismo cuando me ejercito. Es como un estado de meditación”. 

En las paredes de su oficina, junto a los numerosos premios enmarcados que Pavegen ha ganado por su tecnología, sustentabilidad y espíritu empresarial, hay frases inspiradoras de grandes pensadores y hombres de negocios, desde Albert Einstein hasta Richard Branson. 

Si algún día consigue suministrar energía eléctrica a todas las ciudades del mundo por medio de sus baldosas, Laurence podría ser tan famoso como Einstein y tan rico como Branson.

Y quizá los jóvenes empresarios del futuro mirarán las paredes de sus propias oficinas y leerán su frase: “Saltá de un acantilado y aprendé a nadar sobre la marcha”.

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