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La vida vegetal y la mano del hombre

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Una técnica prometedora que pone en juego la información genética de cada especie y logra inmunizarla a ciertas enfermedades.

Aplicada a las plantas, la técnica de división de los genes (en la que se separan pequeñas secciones de la cadena responsable de un proceso particular y después se injertan en el ADN de otra especie) tiene enormes posibilidades. El logro más grande sería dotar a los cereales, como el trigo, la cebada y el arroz, de la capacidad de utilizar el nitrógeno del aire. Algunas leguminosas, como el poroto y el trébol, tienen dicha capacidad, que significa que pueden desarrollarse normalmente sin grandes cantidades de fertilizantes nitrogenados. Si la ingeniería genética pudiera dar esa capacidad a los cereales se ahorrarían grandes sumas de dinero y se reduciría la contaminación por nitratos en ríos y corrientes de agua.

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Ya existe una técnica para hacer a las plantas resistentes a algunas enfermedades. Los científicos de los laboratorios Monsanto tomaron una bacteria llamada Agrobacterium tumefaciens, que normalmente causa tumores en las plantas, eliminaron los genes que producen los tumores y los sustituyeron con genes provechosos. Después infectaron unas plantas con la bacteria para injertarles los genes útiles en su ADN.

En 1983 produjeron tomates con un gen que les permitía resistir a la anquilostomiasis del tabaco, una plaga muy común, y al virus del mosaico del tabaco, enfermedad que reduce la producción. En las pruebas, el rendimiento aumentó del 20 al 30%.

Después injertaron otro gen que hacía a las plantas resistentes a uno de los herbicidas de Monsanto. Esto significa que las hierbas que crecen alrededor de las plantas pueden eliminarse con dicho herbicida, sin dañar los tomates.

Se han realizado experimentos similares para mejorar características de animales. En 1982, los científicos de la Universidad de Washington y de la Universidad de Pennsylvania injertaron en ratones el gen que produce la hormona del crecimiento en las ratas. El resultado fue una raza llamada «superratón», cuyos individuos crecían mucho más de lo normal. En 1986, el Departamento de Agricultura de Estados Unidos adaptó la técnica a la cría de ganado. Se produjeron cerdos con la hormona humana del crecimiento, para hacerlos crecer más y con menos grasa. Los cerdos eran grandes y su carne contenía 5% de grasa, en lugar del 25% habitual, pero quedaban cojos por artritis.

Los experimentos futuros tendrán que eliminar esta dificultad, porque sería inmoral -y hasta cierto punto ilegal- manipular en esta forma una especie y obligarla a vivir en la incomodidad tan solo para producir más carne.

En el futuro se injertarán en animales de granja genes de características útiles, desde la resistencia a las enfermedades hasta el tamaño de la camada.

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