¡Para reírse con los compañeros de oficina!
Una selección de chistes sobre el trabajo en el
libro: «La risa, remedio infalible»
1. Un maestro mayor de obras que tiene a su mando a 10 albañiles
holgazanes decide un día ponerlos a trabajar.
— Tengo una tarea muy fácil para el más perezoso de ustedes — les anuncia —.
Levante la mano el más haragán.
Nueve alzaron la mano.
— Y tú, ¿por qué no la levantaste?
— Porque me cuesta demasiado trabajo.
— ELIZABETH MUSIALEK
2. Como obstetra,
a veces veo raros tatuajes cuando trabajo en la sala de partos. Una vez me
encontré con una paciente que tenía un tipo de pez tatuado en el abdomen.
— Qué bonita ballena
— le comenté.
Con una sonrisa me respondió:
— Antes era un delfín.
— RON NORRIS
3. Un tipo llega
tarde a su trabajo.
El jefe le grita:
— ¡Tenías que haber estado aquí a las ocho y media de la mañana!
El sujeto responde:
— ¿Por qué? ¿¡Qué pasó a las ocho y media!?
4. Durante una época
trabajé como cocinero en dos restaurantes de comida rápida que estaban en el
mismo barrio muy cerca uno de otro.
Un sábado por la noche estaba por terminar mi turno vespertino en uno de esos
restaurantes y me daba prisa para irme al otro. Pero me retrasé porque una mesa
devolvía una y otra vez una orden de papas y cebollas doradas a la sartén,
insistiendo en que estaban demasiado frías. Las reemplacé varias veces, pero
los clientes seguían insatisfechos.
Cuando pude irme, corrí a la puerta y salí disparado para mi otro trabajo. Al
llegar, un mozo me entregó de inmediato la primera orden.
—Asegúrate de que estas papas con cebolla estén calientes —me dijo—, porque los
clientes acaban de salir del restaurante de la otra calle diciendo que todo el
tiempo se las sirvieron frías.
— BILL BERGQUIST
5. Mi padre empezó
a dar clases de administración en la prisión local por intermediación de una
universidad de la comunidad. En su primera sesión nocturna, abrió con el tema
de los bancos. Durante el curso de su clase, salió a relucir el tema de los
cajeros automáticos y él dijo que, en promedio, la mayoría de esas máquinas no
llegaban a contener más de 20 mil pesos.
Justo entonces uno de
los tipos de las filas de atrás alzó la mano.
—No quiero parecer irrespetuoso —le dijo a mi padre—, pero el cajero que robé
tenía como 100 mil pesos adentro.
— JENNIFER JOHNSON
6. Cuando mi
esposo, inspector de caminos de la provincia, fue en su vehículo a una clínica
por un dolor en la pierna, decidió usar el servicio de valet parking, ya que
así no tendría que caminar mucho. Viendo el auto, uno de los jóvenes choferes
del valet le preguntó a mi esposo si era un vehículo oficial.
—Por supuesto que sí
—respondió mi esposo, sorprendido por la pregunta—. De hecho es una patrulla
sin los logotipos.
—¡Guau! —dijo el joven, deslizándose para tomar el volante—. Ésta es la primera
vez en toda mi vida que me toca ir en el asiento delantero.
— PATTY ANN HEINEMANN
7. Los médicos
estamos acostumbrados a recibir llamadas a cualquier hora. Una noche, un hombre
al que conocía llamó y me despertó.
—Lamento molestarlo a
estas horas —dijo—, pero creo que mi esposa tiene apendicitis.
Todavía medio dormido, le recordé que le había extirpado el apéndice inflamado
a su esposa un par de años atrás.
—¿Ha escuchado de alguien que tenga un segundo apéndice? —pregunté.
—Tal vez no haya usted escuchado nunca de un caso de segundo apéndice
—respondió—, pero seguramente si habrá oído hablar de casos de una segunda
esposa.
— JAMES KARURI
MUCHIRI
8. Hace unos días,
una clienta llevó a sus dos gatos a la veterinaria de mi esposo para su
revisión anual. Uno era un rollizo y atigrado, mientras que el otro era un
largo gato negro de pelo muy brillante. Ella puso mucha atención cuando coloqué
a cada uno de ellos en la balanza.
—Pesan casi lo mismo
—le dije.
—¡Eso prueba todo! —exclamó—. El negro te hace lucir más delgado; y las rayas
te hacen ver más gordo.
— SUSAN DANIEL
9. Una mañana, tan
pronto como se abrieron las puertas de la joyería donde trabajo, llegó un
hombre corriendo a toda prisa al mostrador de la joyería. Dijo que necesitaba
un par de aros de diamantes. Le mostré diferentes modelos, y él rápidamente
eligió un par.
Cuando le pregunté si
quería que se los envolviera para regalo, me dijo:
—Estaría muy bien siempre y cuando no tarde; me olvidé de que hoy es nuestro aniversario y mi esposa cree que sólo salí a tirar la basura.
— ANDRE F. PAYSON I
10. Era el primer trabajo
de nuestra entusiasta y nueva recepcionista, y esto se notaba en su forma de
vestir: su atuendo atrevido decía a gritos “escuela” más que “oficina”. De la
manera más diplomática que encontró, nuestro jefe la llamó a su oficina, le
pidió que se sentara y le dijo que tendría que vestirse de un modo más
apropiado.
—¿Por qué? —preguntó
ella—. ¿Me va a invitar a comer?
— CLAUDIA SMELKO
& MARION ABEL