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La lucha contra la polio de una campeona

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Jinete con polio

La historia de lucha contra la polio de Lis Hartel es un ejemplo de voluntad humana.

Por Edwin Muller

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El año pasado, en la Feria del Caballo de Nueva York, había una exhibición que siempre hacía vibrar al público. Las luces del Madison Square Garden se apagaban. Dos focos apuntaban a una sola amazona, una mujer guapa y morena de unos 30 años que montaba a su caballo como si formara parte de él, ejecutando una secuencia de pasos y movimientos intrincados y delicados: girar, retroceder, cambiar del trote al paso y al galope.

Era una actuación que la comunidad ecuestre denomina “doma” y requiere más habilidad para montar que los saltos o cualquier otra disciplina del arte ecuestre. Al caballo lo guían movimientos imperceptibles y perfectamente coordinados de las piernas, las manos y el cuerpo del jinete, mediante el equilibrio y un sutil cambio de peso. Los espectadores que más aplaudieron fueron los entendidos. Se daban cuenta de la hazaña ecuestre que habían presenciado.

Pero solo unos pocos comprendieron lo verdaderamente extraordinario que había sido. Detrás de esa actuación se escondía una brillante historia de valor y voluntad humana inquebrantable. La jinete era Madame Lis Hartel, de Copenhague. Diez años antes había contraído la poliomielitis. Era un caso grave y si el paciente se recupera, a lo máximo que puede aspirar a es a quedar parcialmente lisiado de por vida.

Su médico intentó animarla. Le dijo que si se esforzaba podría llegar a caminar con dos bastones. Pero Lis quería volver a ser ella misma. Quería volver a cabalgar. El médico se limitó a esbozar una sonrisa.

Lis, una muchacha como cualquier otra

En septiembre de 1944, Lis Hartel era una mujer joven, sana y fuerte. Felizmente casada, tenía un hijo de dos años y otro en camino. Era una de las mejores jinetes de Dinamarca. Una vida maravillosa. Un lunes por la mañana se despertó con un terrible dolor de cabeza y una curiosa rigidez en la nuca. Pocos días después empezó la parálisis: solo podía mover con gran dificultad los brazos y las piernas.

La llevaron al hospital. Le resultaba difícil luchar contra el pánico, mantener el autocontrol, no volverse loca y gritar. El embarazo empeoraba las cosas. Estaba aterrorizada por el bebé, aunque los médicos y las enfermeras le decían que lo más probable es que fuese un niño normal, lo que solía ocurrir con los enfermos de polio.

En cuanto a ella, era evidente que nunca volvería a ser normal. Hablaban alegremente de ese día en el que podría levantarse con ayuda de unas muletas. A pesar de todo, en el hospital soñaba a veces que volvía a montar como lo había hecho desde niña, guiando al caballo con los movimientos familiares de los muslos y los músculos de las rodillas. Y entonces despertaba y se daba cuenta de que esos músculos estaban muertos a causa de la polio.

Polio vs. voluntad

La mayoría de la gente con polio se habría resignado. Pero Lis Hartel tenía un espíritu luchador. Su cuerpo yacía allí, indefenso, abatido. Pero su espíritu no estaba vencido. La determinación se hizo fuerte en su interior. A la tercera semana exigió abandonar el hospital. El programa para recuperarse que había diseñado se podía hacer mejor en casa.

En casa tenía dos grandísimos aliados: su marido y su madre. Lis Hartel siempre insiste en que sin ellos la enfermedad la habría derrotado. Juntos planearon un programa. Estaba la terapia habitual: masajes, tratamiento eléctrico. Pero mucho más importante eran todas esas cosas que tendría que hacer por sí misma.

Instalaron sobre su cama un sistema de cuerdas y poleas. Tenía cuerdas atadas a las manos y los pies; estas recorrían poleas sujetas al techo, con contrapesos en el otro extremo. El más mínimo movimiento de un músculo habría levantado un brazo o una pierna. Pero durante muchos días, ni el mayor ejercicio de voluntad pudo provocar ese diminuto movimiento.

Sin embargo, un día apareció un rayo de esperanza. Había estado intentando hasta la extenuación levantar el brazo derecho. Y de repente, se movió. Lis lloró de alegría. Y por supuesto, hubo una celebración familiar. Pero al día siguiente el brazo no se movía. Y así fue durante semanas: pequeños movimientos de brazos o piernas, y luego una recaída en la inercia.

Se esforzaba día tras día, pero los progresos eran desesperadamente lentos. Cuando pudo, con relativa regularidad, hacer ligeros movimientos de brazos o piernas y cuando pudo sentarse, intentaron algo más. Fijaron al suelo dos bicicletas de gimnasio, dispuestas de modo que el pedaleo de una hacía girar los pedales de la otra. Lis se sentaba en una y su marido o su madre en la otra. Era un trabajo agotador y además estaba embarazada. Al cabo de unos minutos tenía que volver a la cama.

Pero con el paso de las semanas, pudo controlar poco a poco los músculos de los muslos, que la polio le había paralizado. Estos ejercicios diarios se prolongaron durante meses, hora tras hora. Después hubo una interrupción: el nacimiento del bebé. Fue un momento angustioso para la familia, pero, como había predicho el médico, todo salió bien. La nueva hija de la familia era normal y estaba sana. Y al cabo de un tiempo Lis pudo reanudar su recuperación.

Luego llegó el momento de empezar a arrastrarse. La tumbaron boca abajo en el suelo. Le pusieron una toalla debajo del cuerpo y el marido y la madre sujetaban cada uno un extremo. La levantaron ligeramente y ella se esforzaba por arrastrarse hacia delante. Esto fue lo más agotador de todo. Estuvo a punto de desmayarse y tuvieron que volverla a acostar. Pero consiguió gatear unos centímetros.

A medida que iba mejorando, se fijó el objetivo de gatear un metro más cada día. A continuación empezó a caminar. Continuó hasta que fue capaz de dar un paso. Y después, logró dar varios pasos con muletas, soportando un terrible dolor. Ocho meses después del ataque, ya andaba rengueando con dos bastones. Sus amigos la felicitaron. Estaba claro que creían que su batalla había concluido, que había alcanzado el punto máximo de su recuperación y que se quedaría ahí.

Pero Lis Hartel no pensaba de la misma manera. En una guerra hay dos clases de generales. Uno, tras ganar una batalla, se detiene para consolidar su posición y se conforma con el terreno que ha ganado. El otro no se detiene ni un instante, presiona sin tregua y sólo se conforma cuando ha derrotado totalmente a su enemigo. Lis Hartel es del segundo tipo.

Una recuperación ambiciosa

La lucha contra la polio de una campeona

Así que puso en marcha un proyecto que tenía en mente. Su familia no lo tenía muy claro, pero al final aceptaron. Una mañana la llevaron en su silla de ruedas a los establos. Ensillaron su caballo Gigolo y la subieron. Lis sabía lo que iba a ocurrir. Cuando el caballo echara a andar, su miedo instintivo a caerse haría revivir en los músculos de sus muslos reflejos muertos hacía mucho tiempo. Sus piernas se agarraron débilmente al caballo. No fue suficiente. Se cayó, pero volvió a intentarlo una y otra vez.

Estuvo a punto de desmayarse así que descansó dos semanas y volvió a intentarlo. Una vez estuvo a punto de rendirse. Hizo que le guardaran su equipo de equitación. “Se acabó”, dijo. Pero al día siguiente recuperó su equipo.

Por fin llegó el día en que pudo mantenerse encima de Gigolo sin ayuda después de contraer polio. Los músculos de los muslos se fortalecieron. Su equilibrio mejoró. Y un día pudo hacer que el caballo trotase. En 1946, dos años después de su ataque, asistió a los campeonatos escandinavos de equitación. En el paddock había muchos viejos amigos de sus días de competición. Les dijo: “El próximo año competiré”. Ellos fingieron creerle.

Pero lo cierto es que al año siguiente estaba allí para participar en la competición, tres años después de contraer la poliomielitis. Aún había que ayudarla a subir y bajar del caballo pero, una vez arriba, cabalgaba como una campeona. Para asombro de quienes conocían su minusvalía, ganó el segundo premio de doma femenina. Pero eso no era suficiente para ella. No se conformaba con un segundo puesto: quería ganar.

Siguió con su sus ejercicios, extenuante e incesante. Ahora volvía a tener un cuerpo normal, salvo que por debajo de las rodillas los músculos estaban paralizados. Estudió y practicó cómo arreglárselas sin esos músculos. Ahora, tras dos operaciones luego de contraer polio, camina con un solo bastón.

Cabalgaba constantemente, mejorando su estilo. De hecho, era mejor amazona que antes de la enfermedad. Se había convertido en una de las mejores jinetes del mundo. Así lo demostró en los Juegos Olímpicos de 1952, celebrados en Helsinki. Allí, en la prueba de doma clásica, Lis Hartel compitió con los 24 mejores jinetes y amazonas de todo el mundo. Ganó el segundo premio, la medalla de plata.

Cuando se levantó para recibir la medalla, con la bandera danesa ondeando en el estadio y el público aplaudiendo con todas sus fuerzas, Lis rompió a llorar. Había vencido la polio. Desde entonces ha participado en competiciones ecuestres y actuado en muchos países, haciendo cuatro o cinco apariciones al año.

Lo hace no solo porque le gusta montar más que nada en el mundo. Pero hay otra razón. Quiere ayudar a otras víctimas de la polio. Si ven cómo se ha recuperado, quizá se sientan inspirados para hacer lo que ella hizo por sí mismos. Lis Hartel responde cada año a cientos de cartas de víctimas de la poliomielitis. Ella les escribe y les dice: “No te rindas nunca. Por muy oscuro que parezca el camino, casi siempre hay una posibilidad de hacer algún progreso que puede ser un hito para tu recuperación. Sigue intentando hacerlo cada vez mejor. Puedes hacer casi todo lo que te propongas si te empeñas con todas tus fuerzas”.