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El regreso del joven principe de Alejandro Roemmers

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El Principito está de vuelta ¡y en la Argentina! Leé la entrevista a Alejandro Roemmers.

 

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En un homenaje al escritor Antonie de Saint-Exupéry, el empresario argentino Alejandro Roemmers trae  de regreso al Principito con la aprobación  de los herederos  del aviador francés.

 

Tal como él mismo se define, Alejandro Roemmers no encaja dentro del típico modelo de escritor. Este empresario de 50 años, de más de 1,80 metro, y de una amplia sonrisa que deja ver sus dientes blancos, no suele ir a las librerías ni a las bibliotecas —sólo lee los libros que le mandan por cortesía—, es licenciado en Administración de Empresas, anda en autos deportivos a más de 300 kilómetros por hora, es fanático del golf, del esquí y de otros deportes de riesgo, y de vez en cuando vuela en helicóptero, entre otras actividades. Pero eso no es todo. Su actividad laboral refuerza aún más la distancia que existe entre él y un tradicional narrador: es uno de los dueños del laboratorio Roemmers.
Así y todo, este poeta logró algo que muchos escritores —y no escritores, por cierto— anhelan durante toda su vida: escribir una obra sobre un personaje que fue, es y será trascendental para millones de personas en el mundo. Es que con el libro El regreso del joven príncipe, Roemmers hace revivir a El Principito en una nueva historia que trata del encuentro de un hombre solo que recorre las rutas patagónicas y halla al costado del camino a un adolescente desvalido, casi muerto de hambre, que resulta ser El Principito, de regreso en la Tierra. El joven sube al auto y, durante el viaje, ambos entablan un diálogo sencillo pero profundo que trata de desnudar los grandes interrogantes de la existencia.
Es cierto que muchos autores han escrito sobre personajes de la literatura universal; lo sorprendente es que el libro de Roemmers tiene la “bendición” de la Fundación Saint-Exupéry, dueña de los derechos de reproducción de El Principito.

 

Nunca antes los herederos del escritor y aviador francés habían realizado una movida de este estilo. De hecho, como norma general, la fundación no aprueba ningún tipo de texto que trate de El Principito. Y sin embargo, en esta caso sí lo hizo, e incluso Frédéric D’Agay, sobrino nieto de Saint-Exupéry y presidente de la fundación, prologó la obra del autor argentino.

 

Quería hacerle un homenaje a Anotnie de Saint-Exupéry, y qué mejor que cumplir con un deseo suyo: que retorne El Principito.

 

“Este Principito no es más que el mismo Saint-Exupéry. Es su alma de niño que creció sin volverse jamás realmente adulta, viviendo en el cielo y las estrellas en busca de la tierra de los hombres, responsables y únicos. Al partir, nos legó un tesoro y nos pidió con vehemencia en la última frase del libro: ‘No me dejéis tan triste. Escribidme enseguida, decidme que El Principito ha vuelto…’”, refiere D’Agay en un pasaje del prefacio. Sesenta y cinco años después, Roemmers le cumplió el deseo al aviador francés.

 

P: ¿Por qué decidió escribir una nueva historia del Principito?
R: Yo quería hacerle un homenaje a su autor, Antonie de Saint-Exupéry, y qué mejor que cumplir con un deseo suyo. Desde que leí El Principito, cuando tenía unos diez años, me sentí muy identificado con sus valores y me impactó de una manera tal como ningún otro libro lo había hecho hasta ese momento. Estaba conmocionado, pero a la vez un poco triste. El tema de su partida —al final de la historia— me dio mucha pena, me dejó un sabor amargo. Quería que la historia continuara. Recuerdo que en aquel entonces sentí que yo tenía que lograr la vuelta del Principito de alguna forma para darle un final feliz a la historia: incluso pensé en escribirle a Saint-Exupéry para pedirle que lo hiciera, pero luego no hice nada. Quedó todo en la intención. Unos años después, siendo adolescente, volví a leer el libro y regresó esa misma sensación de tristeza.

 

P: En la presentación de la novela, usted comentó que en su adolescencia y juventud se había dado cuenta de que no estaba viviendo la vida tal como quería vivirla. ¿Qué era lo que le pasaba?
R: Más o menos a los 18 años, me di cuenta de que realmente no estaba disfrutando de la vida. No solo porque no hacía las cosas que yo quería sino porque era una persona muy racional (con el tiempo observé que para ser feliz hay que lograr un equilibrio entre la emoción, el sentimiento y la razón). Me faltaba vivir con más sentimiento. Buscaba el sentido de mi vida como un objetivo, como un lugar adonde ir, pero en realidad la felicidad se encontraba en vivir cada momento, en disfrutar el camino hacia la meta. Por otro lado, me afectó el desarraigo que sufrí en mi juventud. Yo siempre tuve muchos amigos y le adjudiqué un gran valor a la amistad. Pero cuando terminé la primaria me cambiaron de colegio: tuve que volver a integrarme a un nuevo grupo en la secundaria; a los tres años, me fui a vivir a España, y de nuevo lo mismo. Al poco tiempo de comenzar la universidad, donde ya tenía un grupo, volví a la Argentina. Con esa vida nómada era complicado mantener un núcleo de amigos y siempre tenía que integrarme. Así se me hacía difícil vivir la vida que yo anhelaba. Por último, cuando estaba en España, yo solía andar en moto por las sierras y sin darme cuenta estaba meditando, no pensaba en nada, solo miraba las montañas en silencio durante varias horas. Me hacía bien. Cuando volví a Buenos Aires dejé de hacerlo y, sin notarlo, dejé de meditar. Eso me hacía sentir melancólico, triste, pero por suerte lo superé de a poco yendo a un campo, en Córdoba.

 

P: ¿Allí fue donde escribió El regreso del joven príncipe?
R: Sí. Recuerdo que fue en julio de 1999. Lo escribí de un tirón en solo nueve días. Tomé una lapicera, un bloc de hojas y me fui para Córdoba. Solo paraba para comer y dar alguna que otra vuelta por el campo.

 

P: ¿No es muy poco tiempo?
R: Puede ser. Pero me salió así. En esa etapa —ya tenía unos 40 años— me sentía pleno. Me acuerdo que a los 18 comencé a leer libros de superación personal, de Filosofía, para tratar de estar mejor, para entender por qué a veces no me sentía bien. Y me llevó más de diez años superar esa tristeza, aunque también me di cuenta de que no es tan fácil lograr y mantener esa plenitud. Por eso quise publicar el libro.

 

P: ¿Pensó a este relato como una continuación de El Principito?
R: No. Siempre lo pensé como un homenaje al Principito y a su autor. Creo que es un complemento espiritual que prolonga, amplifica y le da actualidad al mismo mensaje, con un lenguaje universal, tal como el que utiliza la obra original de Saint-Exupéry. Diría que es una segunda etapa, más que una continuación.

 

P: ¿Y qué mensaje quiere transmitir?
R: Siempre traté de vivir acorde con los valores que se sostienen en El Principito, aunque no fue fácil, y en esa novela tampoco hay pautas de cómo vivirlos. El protagonista dice lo que es bueno, aquello malo en lo que uno no debe caer, pero creo que faltan más indicios. Este libro quizás es la guía que yo hubiera necesitado leer en mi adolescencia.

 

P: Hizo volver a El Principito en 1999, pero recién ahora lo edita de forma masiva.
R: Cuando escribí el libro no hubo interés de parte de la Fundación Saint-Exupéry en darle su aprobación. Ellos tienen como norma no aceptar ninguna continuación de la historia original. En aquel momento, me dio lástima ya que el libro transmitía buenos valores. De todas maneras, edité unos 6.000 ejemplares y se los regalé a mis amigos y a varias escuelas. Me alentó un poco la opinión de todos cuando me comentaron que el texto les servía.

 

P: Lo habrá desilusionado la respuesta de la fundación…
R: Mirando la situación en retrospectiva, que es cuando muchas cosas toman sentido, lo entiendo. Incluso, en aquel momento no tenía el tiempo necesario para dedicarle al libro. Todo se da cuando se tiene que dar y en la forma en que se tiene que dar. Lo difícil es saber darse cuenta: hay que elegir cuándo luchar para cambiar las circunstancias y cuándo hay que aceptarlas y esperar un nuevo momento. Es una intuición. Y eso pasa todo el tiempo, tanto con las situaciones cotidianas como con las importantes. La vida te da señales y hay que estar atento a ellas.

 

P: ¿Qué cambió para obtener la aceptación de la Fundación Saint-Exupéry?
R: Hace un tiempo, en la Villa Ocampo, se realizó una muestra de los viajes que Saint-Exupéry hizo por la Patagonia cuando trabajaba para Aeroposta Argentina. A fin de organizarla, Frédéric D’Agay visitó varias veces el país para recopilar información —también para escribir un libro al respecto— y pudo observar que incluso muchos habitantes de los pueblos donde el escritor paraba piensan que él era argentino. A través de esas visitas, D’Agay escuchó anécdotas, testimonios, descubrió cartas y fotos de Saint-Exupéry que desconocía, y se dio cuenta de cuánto el autor había estado influenciado por la Patagonia. Es más, en el prólogo dice que Saint-Exupéry pudo haberse inspirado en la geografía argentina que miraba desde el cielo para escribir El Principito. Durante la exposición tuve la oportunidad de darle mi libro. Cuando lo leyó, aparentemente le gustó porque a los pocos meses me llamó, desde Francia, y me propuso hacer el prólogo.

 

No era feliz. Buscaba el sentido de mi vida como un objetivo, pero en realidad la felicidad se encuentra en disfrutar el camino hacia una meta.

 

P: Ahí tocó el cielo con las manos…
R: Realmente me sentí muy contento. Cuando volví a leer mi relato para editarlo me llamó la atención algo en lo que no había reparado antes y fue que el personaje trata de sorprender al lector con el prejuicio. ¡Qué curioso que yo escribí esto así!, pensé y quizás era un reflejo de lo que me ha pasado en mi vida.

 

P: ¿Cómo piensa que este libro puede llegar a los adolescentes que están tan alejados de la lectura?
R: A todos nos atraen las historias. Creo que cuando uno lee el libro de El regreso del joven príncipe es como que se vuelve “mejor persona”; te da ganas de abrazar a alguien, querés compartir la historia, de leerle un fragmento a quien quiera escucharte. Quizá llegue por ese lado.

 

P: Hoy día, para muchos la amistad dejó de ser un valor, o bien ya no es muy respetada: ¿piensa que hay un camino para volver a hacerla vigente , así como a otros valores presentes en la historia?
R: Sí, creo que hay un camino pero es fundamental buscarlo y encontrarlo. De lo contrario, el progreso no nos va a llevar a ninguna parte. Toda la revolución tecnológica y comunicacional tiene que estar acompañada por una revolución espiritual porque sino seguramente nos vamos a comunicar pero no habrá experiencias que nos enriquezcan. Hoy se busca que las cosas sean rápidas y somos una sociedad que premia solo el buen resultado. Pero yo me resisto a eso: sí hay que tratar de tener buenos resultados pero no de cualquier manera ni a cualquier precio. Creo que importa la forma como se hacen las cosas, no solo es importante llegar.

 

P: ¿Esto habla un poco del concepto que se menciona en el libro: “la única manera de cambiar el mundo es cambiar uno mismo”?
R: Como concepto no es original mío, sino que surge de la cultura oriental. Tal vez la mejor forma de cambiar el mundo es cambiar uno mismo, pero yo me jugué a cambiarla y decir que es la única forma. Si uno no cambia, no cambia nada. Mientras no haya nada que se modifique dentro de nosotros, no hay forma de que cambie el mundo. Creo que venimos al mundo para ser felices —no para sufrir—, y tenemos que lograr que todos lo sean. Pero esa felicidad debe ser profunda, tiene que surgir de saber que uno está evolucionando, que está haciendo algo por el prójimo.

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