Inicio Historias Reales Drama Peligrosa araña: un constructor en peligro

Peligrosa araña: un constructor en peligro

397
0

Una decisión equivocada casi le cuesta la vida a este
constructor.

Era un día de calor atípico cerca de un fin de semana largo de 2016 en el estado australiano de Nueva Gales del Sur. A media tarde del jueves, el sol golpeaba con fuerza y el cielo azul no mostraba señales de la lluvia anunciada. Adrian Main trabajaba en una zona llena de vegetación alrededor de las zonas residenciales de las afueras de Sidney.

Publicidad

Impulsado por su pasión por el ciclismo de montaña, Adrian había fundado Synergy Trails, una empresa especializada en la construcción de senderos de tierra en zonas boscosas para ciclismo, paseos de fin de semana o entrenamiento. Era un trabajo duro, polvoriento y sucio, pero bajo la sombra de los árboles y oyendo únicamente el sonido de su equipo de trabajo y de los pájaros, no había nada mejor para él. A lo largo del tiempo, este hombre de 40 años había encontrado animales peligrosos como serpientes y arañas venenosas mientras cavaba los senderos en la tierra, pero había aprendido a distinguir los seres inofensivos de los peligrosos. Adrian tenía formación en primeros auxilios, aunque nunca pensó seriamente que podría necesitarlos.

A punto de comenzar el fin de semana largo, solo le faltaba remover un poco de tierra para completar el trabajo. La pala estaba en el auto, estacionado a unos 50 metros. Pensó en ir a buscarla, pero la tarea que le quedaba era breve y sería suficiente con cavar ligeramente para llegar bajo las capas superficiales de tierra y hojas. Decidió hacerlo con las manos. En cuanto deslizó los dedos bajo de la pila de hojas, sintió un dolor intenso y profundo en la mano izquierda. Sacó rápidamente la mano y vio una araña en su dedo índice. Los colmillos de la araña, de unos cinco centímetros de largo y negro brillante, estaban firmemente incrustados en su piel y clavados hasta el nudillo. El dolor era como si alguien estuviera clavando un clavo en su dedo.

La araña en su dedo era una araña de tela de embudo o araña de Sidney (Atrax robustus). Sacudió frenéticamente la mano para deshacerse de ella, pero no se movió. Volvió a agitar la mano más fuerte y, tras tres o cuatro segundos, al final se soltó y cayó a sus pies.

Antes de que volviera a enterrarse bajo la pila de hojas, pudo asegurar la identidad de la araña. Se trataba de una araña de tela de embudo macho adulta, la variedad más letal de Australia. Tras 15 años de trabajo en zonas boscosas había encontrado diferentes tipos de arañas y serpientes, pero nunca imaginó que podía sucederle algo así. Solo bastó un brevísimo instante mientras intentaba terminar rápidamente un trabajo sencillo para convertirse en víctima. Pidió ayuda a Phil, su compañero que estaba cerca. Phil dejó caer la pala que llevaba en sus manos y corrió hacia él. Ambos caminaron con calma hasta su vehículo todoterreno mientras Adrián presionaba con fuerza sobre la base del nudillo para desacelerar la circulación del veneno en el torrente sanguíneo. Los dos sabían que, si no recibía tratamiento, una mordedura como esa podía causarle la muerte en menos de una hora. Por suerte, el sendero en el que habían estado trabajando no estaba muy lejos del Hospital Hornsby Kuring-gai. Phil avanzó a toda velocidad por el terreno y ambos se sacudieron dentro de la cabina del vehículo. Al llegar a la zona residencial tomó un atajo: se subió a una acera para llegar a la calle principal lo más rápido posible. Era preciso llevar a su jefe al hospital de inmediato. Cuando Adrian entró en urgencias aún brotaba sangre de su dedo. Con calma le contó a la enfermera de la recepción que lo había mordido una araña de tela de embudo y rápidamente lo llevaron a una sala. Se sentía mareado y extraño, como si estuviera a punto de desmayarse, pero lo suficientemente lúcido como para hablar con las enfermeras, que ya lo habían conectado a distintos monitores para comenzar a controlar sus signos vitales. Durante el verano, la sala de urgencias del hospital recibe pacientes con picaduras de araña al menos una vez a la semana, pero solo en casos excepcionales presentan síntomas de envenenamiento o intoxicación. Aun así, esperaron y observaron. Unos diez minutos después de llegar al hospital, Adrian comenzó a decir incoherencias y no lograba terminar las frases. Luego su rostro y lengua comenzaron a sacudirse, sentía náuseas, comenzó a transpirar y a babear. La doctora Clare Skinner, directora de emergencia s del Hospital Hornsby Ku-ring-gai, le explicó a Adrian que su sistema estaba comenzando a reaccionar al veneno de la araña. Era hora de darle la primera de las dos ampollas de antídoto que necesitaba. Si los síntomas y signos vitales no mejoraban, el equipo estaba listo para aplicare dos ampollas más y repetir el procedimiento.

A menos de una hora del hospital donde estaban atendiendo a Adrian se encuentra el Parque Australiano de Reptiles (ARP), una de las principales atracciones turísticas de la región de Sidney. A puerta cerrada, el personal presta un particular servicio destinado a evitar la muerte de todo aquel que, igual que Adrian, tenga la mala suerte de sufrir una picadura de araña de tela de embudo macho. ¿De qué se trata este servicio? Extracción de veneno mortal. Desde la década de 1980, el ARP “ordeña” arácnidos y envía el veneno obtenido a un laboratorio donde convierten la sustancia en antídoto. Esto no es para cobardes, pero los miembros del personal del ARP no son como la mayoría de las personas. Cuidan a estas arañas igual que los demás a una mascota. Las mantienen en condiciones ideales (recintos húmedos) y las alimentan con grillos y cucarachas. Su principal objetivo es mantener la seguridad. El hábitat natural de estas arañas de Sidney son los bosques húmedos, pero se las puede encontrar en cualquier lugar con sombra y cubierto de vegetación. Cavan madrigueras de hasta 60 centímetros que cubren con su propia telaraña de seda. De todas las especies de arañas de embudo, la variedad de Sidney es la más agresiva y la única que puede resultar letal para los humanos. Todos los años, entre 30 y 40 personas son picadas en Australia por arañas de tela de embudo. Tras 13 muertes registradas y años de investigación, se desarrolló un antídoto en 1981. Sucede que, cuando se sienten amenazadas, estas arañas se elevan en posición defensiva y levantan sus patas delanteras listas para atacar con sus colmillos. Esta posición es la que necesitan los expertos del ARP para “ordeñarlas”, extraer el veneno y salvar vidas. “Les hacemos cosquillas con una pipeta, que es un cilindro de vidrio parecido a una pajita con un embudo en el extremo”, comenta Tim Faulkner, director general y jefe de conservación del ARP. “La araña levanta las patas delanteras y produce una diminuta gota de veneno en cada colmillo. En ese momento colocamos el extremo de la pipeta con embudo cerca del veneno y lo extraemos”.

Este procedimiento se realiza con cada araña una vez por semana. Para producir una ampolla del antídoto, como la que Clare Skinner le aplicó a Adrian Main, es necesario ordeñar a la araña entre 50 y 100 veces. Y es en este punto donde las cosas se complican para Faulkner y su equipo. La expectativa de vida de la araña de tela de embudo macho es de solo cuatro años y no maduran hasta alcanzar al menos los tres, lo que significa que el ARP (único proveedor de veneno de esta especie de araña en el mundo) posee entre seis y 12 meses para extraer el veneno. “Solo ordeñamos arañas macho maduras, porque el macho es seis veces más venenoso que las hembras”. “Y el antídoto se prepara para combatir el veneno de los ejemplares macho”, explica Faulkner. Un adulto necesita al menos dos ampollas de antídoto ante una picadura, por lo tanto, es necesario contar con una enorme cantidad de arañas. Por eso, Faulkner siempre busca voluntarios que recojan arañas de tela de embudo macho para su programa. A diferencia de las hembras, que pasan toda su vida bajo tierra, el macho deambula sobre la superficie, por lo que su ubicación es mucho más impredecible.

Tras permanecer en observación 24 horas, Adrian recibió el alta. Lo primero que hizo fue preparar el auto para irse de campamento con su familia, tal como tenía planeado, pero reconoce que verificó dónde estaba el hospital más cercano al lugar de acampada. Aunque el dolor persistente suele ser el síntoma principal de la mordedura de araña de tela de embudo, Adrian no quiso tomar analgésicos. Tenía náuseas y se sentía algo somnoliento, y tardó tres semanas en recuperar por completo las fuerzas. Desde la picadura, Adrian cambió algunos de sus hábitos. Usa siempre una pala para cavar y tanto él como su equipo recogen arañas de tela de embudo toda vez que encuentran una y las entregan al ARP. “Aquel antídoto salvó mi vida, y puede volver a salvarla en otra ocasión”.

Artículo anteriorAhogados rumbo al altar
Artículo siguienteTaiwán: ¿la joya de Asia?