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Humor: pequeñas «mentiras» que dicen los padres

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Es común escuchar de nuestros padres frases como; «lo dejó el hada de los dientes», «hay que encontrar los huevos de chocolate» o mencionar a San Nicolás cada navidad. Pero qué piensan después de «engañarnos» para seguir el juego de nuestra inocencia.

Gracias a Dios, hoy lo veo más claro. Ahora que los chicos son independientes y ya no viven en casa, las únicas criaturas con las que pasaré el día de los Inocentes este año son mi esposo, quien piensa que todo es una broma, y mi perro, a quien es fácil engañar ya que corre 20 metros después de que simulo arrojarle una pelota. Como sucede con la mayoría de las cuestiones entre padres e hijos, siempre me sentí ligeramente culpable por este día que esperaba con ansiedad como una gran oportunidad para divertirnos con nuestros niños pero que, invariablemente, olvidaba planificar. La mañana del 1 de abril, terminaba improvisando un grito de sorpresa por unos alienígenas que habían aterrizado en frente de la casa con la esperanza de que ellos corrieran a mirar por la ventana. Luego me sentía avergonzada cuando alguno de mis hijos contaba deslumbrado que el padre de su mejor amigo “¡había teñido de azul el agua de la canilla y congelado el cereal!”. Mala madre.

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Pero a mi entender, antes de que mis hijos hubieran cumplido diez años, ya los había engañado en muchísimas oportunidades: cada vez que insistía con la existencia de las hadas de los dientes, los animales que repartían huevos de chocolate, los hombre gordos que se escabullían por chimeneas con regalos y cuando les decía que mami y papi solo estaban “jugando a la lucha”.

Si lo pensamos, la relación con nuestros hijos se construye sobre la idea de minar nuestra propia credibilidad de modo que explote cuando lleguen a la adolescencia. Y luego nos preguntamos por qué nos miran torcido y nos ignoran.

Para mí, la mañana traumática de la hora de la verdad, momento después del cual nunca quise volver a engañarlos, llegó cuando mi hija Clara de ocho años se despertó y encontró a su padre intentando secretamente reemplazar con un puñado de monedas la nota que ella había escrito al Hada de los dientes (y que llevaba su pequeña muela pegada al papel). Ambrose y yo nos habíamos olvidado de resolver el asunto la noche anterior. Y, a diferencia de los prácticos daneses, cuyos hijos dejan el diente en un vaso con agua al lado de la cama, les habíamos enseñado a Clara y a Geoffrey a colocarlo debajo de las almohadas, lo que convertía la misión de extracción nocturna en un espectáculo de movimientos dignos de un ninja.

Según me contó Ambrose más tarde, cuando al amanecer entró a hurtadillas a la habitación de la pequeña y comenzó a realizar las maniobras, Clara saltó de la cama horrorizada como si hubiera visto a un fantasma y mi esposo, envuelto en pánico, empujó la nota dentro de su la boca de padre desesperado como un espía que escondía instrucciones secretas. Durante un largo momento se miraron, ambos aterrados de moverse, ambos incapaces de permitir que la realidad se abriera paso en medio de las sombras y mostrara que el Hada de los dientes era un mito.

Luego Clara quedó sumergida en una profunda crisis, salió corriendo de su habitación, bajó la escalera y se dirigió a toda velocidad al jardín envuelta en lágrimas. Fue en este momento cuando me desperté, corrí al jardín siguiendo aquellos sonidos de angustia y luego quedé atrapada en un feroz debate existencial sin siquiera haberme tomado un café.

“¿Adónde está el Hada de los dientes? ¿Por qué papá se llevó su carta?”.

“Ella no es real, mi amor…”.

“¿¿¿QUÉ???”. Como diciendo estás equivocada, ¡eso no puede ser posible! “¿Me mintieron durante todo el tiempo?”.

¿Y ahora? ¿Cómo seguir después de esa pregunta? Supongo que depende del temperamento del niño, pero si se trata de uno que solo podría convertirse en abogado especialista en derechos humanos, usted se encuentra en aguas turbulentas. Estaba peleando una batalla perdida y sin haber dormido.

“¿Sobre qué otras cosas me han mentido?”, preguntó como pasmada. 

Desesperada, le expliqué a Clara que sí había hadas en muchas tradiciones. “Simplemente… simplemente no existe un Hada de los dientes, que es más bien… un hada principiante… como una muñeca, que no es un bebé de verdad”. Se puso de pie de un salto, horrorizada ante la sugerencia de que su muñeca Sam no era real (un tema doloroso durante mucho tiempo).

Esto podría haberse convertido en una disputa teológica tortuosa de horas de duración que arrastraría a su paso a Santa, Jesús y las almas de los hámsteres. Por suerte, teníamos que prepararnos para ir al colegio.

En España y en otros países donde la variante del Hada de los dientes es un ratón, imagino que debe ser más difícil aún para los padres admitir, llegado el momento, que los ratones no tienen ningún tipo de interés en la compra de dientes humanos. Aunque, por otra parte, al menos los ratones sí existen. Por suerte, también existen los conejos aunque probablemente no tengan idea de dónde conseguir chocolates para Pascua.

Si viviera en Francia o Bélgica, me vería en apuros al tener que explicar el escenario de Pascua a mis hijos: el Viernes Santo a todas las campanas de hierro de las iglesias les brotan alas, se elevan en el aire y de algún modo atraviesan toda Europa y llegan al Vaticano, donde (después de haber evitado golpearse entre sí y sonar en la Plaza de San Pedro) se acercan tanto a los brazos extendidos del Papa que él puede arrojar dentro de ellas huevos de chocolate, tras lo cual las campanas emprenden el viaje de regreso a sus parroquias y dejan los huevos en los jardines de las familias. Los niños con mentalidad ingenieril sin duda se sentirán aliviados al escuchar tiempo después que esto es solo ficción, ya que secretamente se habrán preguntado durante años cómo las campanas pueden transportar huevos a pesar de no tener manos. Otros de ningún modo se sentirán en paz con este relato.

Nosotros, los padres, vivimos al acecho de esta verdad: sabemos que nuestra estructura de mentiras algún día se caerá a pedazos. Sin embargo, eso nunca se menciona en los manuales sobre paternidad. “Capítulo siete: ¿Qué hacer cuándo lo atrapan tejiendo una red de engaños sobre San Nicolás, alguien que, en realidad, ni siquiera está vivo?”.

Crecer, decimos siempre, es ser parte de la broma. Pero cuando nuestros hijos descubren nuestras maniobras, no esperemos que vuelvan a creer nada de lo que les decimos durante varios largos y exasperantes años. 

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