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La invención de la semana laboral

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La necesidad de un trabajo para vivir es una idea ya instalada en la sociedad. Pero, ¿querés saber cómo llegamos a la situación actual de «vivir para trabajar»?

El trabajo es un hecho de la vida moderna. Los nin?os crecen con la idea de que un di?a tendra?n que ganarse la vida. Como adultos, dividimos nuestras horas de vigilia entre el trabajo y el ocio, con el triste conocimiento de que tenemos que someternos al primero si queremos disfrutar del segundo. Para la mayori?a, el trabajo ocupa cinco se?ptimos de una semana y alrededor de la misma fraccio?n de su vida. Nuestro trabajo es central para nuestra nocio?n de yo, incluso cuando hacemos otras cosas. Cuando a las personas les preguntan quie?nes o que? son, la mayori?a responde con la mencio?n del trabajo por el que le pagan: “Soy maestro, me?dico, agricultor”. 

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Los primeros humanos no trabajaban del modo como lo entendemos hoy. Nuestros lejanos ancestros pasaban gran parte de su tiempo en busca de la comida y el refugio para el di?a, un proceso de corto plazo, repetido infinitamente, necesario para la supervivencia. Trabajar hoy significa esforzarse de manera consciente para recoger un beneficio en el futuro, y no tiene esa urgencia inmediata de la caza y la recoleccio?n. 

La idea del di?a de trabajo es un producto de la civilizacio?n y debe de haber surgido al mismo tiempo que la agricultura, hace unos 10.000 an?os, en la Mesopotamia. Durante gran parte de la historia –hasta entrado el siglo XX en Rusia y en China–, la mayori?a de la gente subsisti?a con el trabajo en los campos. Araba y plantaba, y sabi?a que cosechari?a lo necesario para pasar el siguiente invierno. Estas personas, por definicio?n, “trabajaban” en un sentido en que los cazadores precivilizados no lo haci?an. Asi?, el trabajo es una consecuencia de la sociedad sedentaria, y ma?s au?n el concepto refinado de “un trabajo”. 

Cuando una sociedad alcanza un cierto nivel de sofisticacio?n, siente que necesita especialistas. Personas capacitadas como herreros, carpinteros, panaderos, sastres, me?dicos y sacerdotes precisaron an?os de entrenamiento para desempen?ar sus roles, y no habri?an podido hacerlo si hubieran tenido que pasar todo el tiempo dedicados al cultivo y la labranza. Asi?, la sociedad civilizada permitio? que ciertos individuos capacitados optaran por salirse del negocio de producir comida. A cambio de los servicios especializados que brindaban, se les permiti?a vivir del excedente de lo que el resto de la comunidad produci?a. 

Profesiones especializadas

Cuanto ma?s compleja y eficiente se vuelve una sociedad en la produccio?n de comida, ma?s profesiones especializadas genera. Con el tiempo, una sociedad se vuelve tan compleja y tan eficiente que la mayori?a de la gente puede trabajar en algo que esta? muy lejos del antiguo negocio de la agricultura. E?sta es la situacio?n de la sociedad hoy. En la actualidad, puede tener cabida la forma de ganarse la vida de, por ejemplo, pilotos de aeroli?neas comerciales, futbolistas profesionales, agentes inmobiliarios, presentadores de televisio?n y asesores gerenciales porque disfrutamos de una abundante provisio?n de comida. 

Esta abundancia hace posible que las personas no trabajen algunos di?as. En el curso de los u?ltimos 150 an?os, la semana laboral de un europeo o norteamericano medio ha disminuido. En 1849, cuando el poderi?o industrial de Gran Bretan?a estaba en su apogeo, un obrero ingle?s permaneci?a en su puesto de trabajo 12 horas y 15 minutos por di?a, seis di?as a la semana; la semana laboral para una persona no capacitada era de 73 horas y 30 minutos. Los empleados de tiendas trabajaban au?n ma?s: a menudo, 18 horas por di?a, seis di?as a la semana, o 108 horas. 

Fue en el sector minorista de Gran Bretan?a donde echo? rai?ces la idea de un “sa?bado corto”. La organizacio?n religiosa llamada Metropolitan Early Closing Association (Asociacio?n Metropolitana por el Cierre a Mediodi?a) propuso medio di?a para los sa?bados. Argumentaba que los empleados de tienda estaban tan cansados los domingos que rara vez iban a los oficios religiosos. Si se les daba la tarde del sa?bado libre, la asistencia a la iglesia aumentari?a. Cada uno de los empleadores debi?a decidir a favor o en contra del sa?bado corto y –algo que puede sorprender– muchos de ellos estuvieron a favor de dar a sus trabajadores ma?s tiempo libre. 

E?ste fue el primer paso hacia la invencio?n del fin de semana. En 1850, la Ley de Fa?bricas Brita?nica limitaba el trabajo semanal de las mujeres y los nin?os a 12 horas por di?a durante la semana y hasta las 2 de la tarde los sa?bados. En 1878, la cantidad de horas trabajadas de lunes a sa?bados se redujo a 56 para las mujeres y los nin?os. La semana de seis di?as era ahora una semana de cinco di?as y medio. 

La semana se achica 

El trabajo de media jornada de los sa?bados se redujo por cambios en la ley y por el cabildeo de los sindicatos. Hacia la de?cada de 1930, el fin de semana de dos di?as era esta?ndar en el Reino Unido. En otras partes, como Estados Unidos, todavi?a se manteni?a una semana de seis di?as completos. En este pai?s, el paso a un sa?bado de menos horas de trabajo y, luego, a un sa?bado sin trabajar se produjo bastante ra?pido antes de la Segunda Guerra Mundial. Uno de los primeros sectores en adoptar la pra?ctica fue la industria de la indumentaria, donde una gran proporcio?n de la fuerza laboral era judi?a. Un di?a libre, el sa?bado, posibilitaba a los judi?os trabajar junto a los gentiles y aun asi? observar el sabbat. 

Uno de los norteamericanos que apoyo? el fin de semana de dos di?as fue Henry Ford, un capitalista antisindicatos de quien se habri?a esperado que tratara de exprimir cada gota de sudor de sus empleados. De hecho, en sus plantas redujo el di?a de trabajo de nueve a ocho horas ya en 1914, y en 1926 Ford se convirtio? en uno de los primeros empresarios de Estados Unidos que cerro? las puertas de la fa?brica los sa?bados. Adheri?a al fin de semana de dos di?as porque pensaba que la gente usari?a el tiempo libre para salir a pasear y el fin de semana ma?s largo aumentari?a la demanda de sus automo?viles. 

En Francia, la semana de cinco di?as y medio se introdujo en la de?cada de 1920 y se conocio? como la semaine anglaise. La semana de cinco di?as no llego? hasta despue?s de los e?venements, las protestas estudiantiles y la huelga general de mayo de 1968, que provocaron una paralizacio?n de todo el pai?s. En los lugares de trabajo de toda Francia, millones de empleados furiosos dejaron las herramientas para protestar contra las duras condiciones y los magros salarios. 

En algunas zonas de Europa Oriental, el fin de semana tardo? ma?s en llegar: en Polonia, los sa?bados libres fueron una de las demandas del movimiento Solidaridad, liderado por Lech Walesa, que desafio? a las autoridades comunistas en la de?cada de 1980 al reclamar por los derechos de los trabajadores. 

Le weekend

En la Unio?n Sovie?tica la idea de un fin de semana fue durante muchos an?os tan ajena que no habi?a una palabra para e?l. Aun despue?s de que se introdujera el fin de semana de dos di?as, los rusos teni?an que decir “sa?bado y domingo”, o bien calzar el te?rmino ingle?s en la diferente fonologi?a de su lengua nativa: la palabra ooikent. Otros pai?ses hacen lo mismo: la expresio?n francesa para el fin de semana es le weekend. El te?rmino, al igual que los dos di?as consecutivos de ocio que representa, es uno de los regalos de Inglaterra al mundo. 

¿Quie?n invento? la oficina moderna?

El trabajo de oficina es, en un sentido, tan viejo como la escritura. Los escribas del antiguo Egipto, sentados de piernas cruzadas en el piso, fueron los primeros oficinistas de la historia. En la Europa medieval, los monjes y los sacerdotes, el u?nico sector enteramente letrado de la sociedad, realizaban el trabajo de mantener los registros oficiales. 

Hacia el siglo XVII, habi?a surgido una clase de laicos que haci?an trabajo de oficina fuera de su casa. Eran, sobre todo, funcionarios pu?blicos que trabajaban para el gobierno, pero otras organizaciones –grandes empresas comerciales, bancos, estudios juri?dicos, depo?sitos y talleres– tambie?n necesitaban empleados y contadores que controlaran el inventario, el flujo de trabajo, los pedidos y los pagos. El siglo XIX vio el surgimiento de los “trabajadores de saco negro”, eje?rcitos de jo?venes mi?nimamente educados que pasaban sus di?as inclinados sobre libros de contabilidad en lo?bregos despachos. 

El paso de este tipo de oficina frecuentada por los he?roes mal pagados de las novelas de Charles Dickens a la oficina moderna comenzo? en la de?cada de 1880, despue?s de la invencio?n de la ma?quina de escribir. E?sta fue el caballo de Troya que dio acceso a las mujeres al masculino mundo del trabajo, porque manejar las nuevas ma?quinas se consideraba una tarea femenina. “Dactilografi?a y taquigrafi?a son artes gemelas –declaraba un perio?dico de Londres en 1891–. Las jo?venes que aspiran a tener e?xito en una de ellas deben ser muy competentes en la otra. Una dactilo?grafa que no puede tomar dictado taquigra?fico es como un pianista que no puede leer mu?sica”. 

La llegada de la ma?quina de escribir tambie?n marco? el comienzo de la mecanizacio?n del lugar de trabajo administrativo. El primer edificio de oficinas, al igual que las primeras fa?bricas, surgio? de la necesidad de acomodar la pesada maquinaria implicada: intercomunicadores telefo?nicos, ma?quinas franqueadoras… y luego fotocopiadoras, ma?quinas de fax, servidores y computadoras. 

Los edificios de oficina tambie?n requeri?an un disen?o interior que reflejara la jerarqui?a y el flujo de trabajo del proceso administrativo: sala de reuniones, lugares de trabajo separados para los gerentes, con antesalas para sus secretarias, ban?os para ejecutivos, a?reas comunes para las dactilo?grafas, comedores. Ningu?n edificio exhibi?a todas estas caracteri?sticas juntas. La arquitectura de la oficina moderna evoluciono? poco a poco, como la brillante y titilante terminal de computadora que hay hoy en el escritorio de cada uno de los empleados. 

¿Do?nde se creo? la primera fa?brica?

Es razonable decir que la primera fa?brica se creo? en Inglaterra, pero su ubicacio?n depende de la definicio?n de “fa?brica”. Si es un lugar donde materiales sin terminar se convierten en objetos que se pueden usar, una candidata de peso es la fundicio?n de hierro en Coalbrookdale, Shropshire, que suele conocerse como la “cuna de la Revolucio?n Industrial”. Alli?, en 1709, Abraham Darby fue el primero en usar coque en la alimentacio?n de un alto horno para hacer ollas de hierro. Pero al menos veinte an?os antes, un horno ma?s primitivo produci?a balas para mosquetes y can?ones en Coalbrookdale. 

Si una fa?brica se define ma?s precisamente como un edificio destinado a alojar una operacio?n industrial mecanizada, entonces, la primera fue la fa?brica de seda de los hermanos Lombe, en una isla en el ri?o Derwent, en Derby. En operaciones desde 1719, la fa?brica funcionaba con una rueda hidra?ulica que daba energi?a a ma?quinas de tejido y de hilado en el edificio de cinco pisos. Todo el proceso, desde la materia prima al producto terminado, se llevaba a cabo bajo el mismo techo. Era una forma nueva y sorprendente de hacer las cosas, y no todo el mundo estaba seguro de que fuera una buena idea. El escritor Daniel Defoe vio la fa?brica Lombe en 1720, pero no logro? comprender que miraba el futuro. “E?sta es una curiosidad comercial que vale la pena observar –escribio?–, ya que es la u?nica en su tipo en Inglaterra; es decir, una fa?brica de hilados que funciona con una rueda impulsada por agua (…) Realiza la labor de muchas manos. Si responde al gasto o no, no es asunto mi?o”.

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