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Indumentaria: así llegó la ropa a ser algo masivo

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Con la Revolución Industrial se pudo producir mayor cantidad de telas.

La maquinaria desarrollada durante la Revolución Industrial permitió producir mayor cantidad de telas, con más rapidez y a más bajo costo que nunca antes. En el siglo XVIII, el algodón de las colonias inglesas en América desbancó a la lana, que había ocupado el primer lugar durante siglos. Tres fueron los inventos que revolucionaron la industria del tejido de algodón en Inglaterra: la lanzadera voladora de Kay, en 1733; la hiladora de varios husos de Hargreave, en 1766, y la máquina de hilar intermitente de Crompton, en 1779. La lanzadera voladora permitió que un tejedor produjera a una velocidad mucho mayor, evitando así la lentitud de la lanzadera manual. Esto condujo a una mayor necesidad de hilo. La hiladora de varios husos y la máquina de Crompton, impulsadas por una fuente de poder de vapor o agua, reproducían mecánicamente el trabajo de un hilandero.

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Para 1850 la producción textil de los 750.000 telares mecánicos de los ingleses los colocó a la cabeza. Otros países se habían retrasado, pero en la segunda mitad del siglo se introdujo la mecanización en una escala mayor. El precio de los tejidos más suntuosos cayó y la gente común pudo adquirir ropa de moda.

En Estados Unidos, en 1794, el invento de Eli Whitney, la despepitadora de algodón, instrumento ingenioso que lo limpiaba, dio mayor impulso a la producción masiva de telas; permitió separar la semilla de la fibra cruda a un ritmo 50 veces superior al de un hombre. Este aparato transformó el sur de Estados Unidos: entre 1815 y 1830, el comercio de algodón se disparó, y creció más de mil por ciento.

Conforme avanzaba el siglo XIX, una mayor mecanización implicaba técnicas más eficientes para la producción en masa de prendas de vestir. La máquina de coser, inventada a principios de siglo y usada a escala industrial en 1850, abatió de forma drástica el tiempo de confección. Al mismo tiempo, se pusieron de moda estilos menos formales que podían ser producidos sin los métodos de corte y confección tradicionales.

A fines del siglo XIX, aparecieron las tiendas de departamentos que vendían prendas de vestir de fábrica. Junto con estos cambios, y quizá a causa de ello, se relajaron las rígidas normas de vestir. Hoy día las modistas tienen trabajo solo para vestimentas de ocasión, como los vestidos de novia, y en muchos lugares un traje hecho por un sastre constituye un lujo.

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