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Escape a Europa

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Fanus sabía que debía huir de Eritrea, aunque ese viaje implicara poner en riesgo todo, incluso su vida. Hoy puede contar la terrible odisea que tuvo que afrontar al escapar de su país siendo tan solo una niña.

En la madrugada del 3 de octubre de 2013, Fanus apareció en la cubierta intentando escapar del calor y el hedor de los pasajeros descompuestos, apiñados en la parte inferior del barco. Llegó a ver luces centellantes a solo unos 800 metros. Se trataba de la isla de Lampedusa, la parte de Italia más cercana a Libia. Había logrado sobrevivir a una arriesgada travesía de 18 meses. Otros también se reunieron con ella en la cubierta llenos de entusiasmo.

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Luego de 36 horas en el mar, el final estaba al alcance de su vista. Repentinamente, el motor diesel chisporroteante del barco se detiene. La bomba de desagote ya no funciona y el agua comienza a entrar a raudales. El capitán no logra volver a encender el motor. Vuelca combustible sobre una frazada y la enciende como señal de auxilio para pedir ayuda a la costa, pero el combustible se derrama también sobre la cubierta y se enciende.

Los pasajeros corren envueltos en pánico de un lado a otro de la embarcación. La sobrecargada nave comienza a volcarse lentamente en un escalofriante movimiento. Algunas personas caen al agua. Más agua inunda la nave. Aquellos que están debajo de la cubierta no tienen posibilidades de sobrevivir.

Fanus no sabe nadar. Cientos de brazos y piernas se mueven desesperadamente alrededor de ella en el agua tratando de mantenerse a flote. La joven se aferra con fuerza a las barandas del barco mientras la nave se hunde. “Y entonces un hombre estira su brazo alrededor de mi cuello y me arrastra hacia abajo”, dice Fanus, reviviendo el terror. “Lo empujo hacia abajo, golpeando el agua con mis manos como un perro y logro volver a la superficie. Alguien me arrastra nuevamente al barco que ya estaba completamente dado vuelta”.

Luego de cuatro horas en el agua los guardacostas rescataron a Fanus, quien una vez en tierra fue llevada al hospital. Ella se había salvado, pero otros no fueron tan afortunados. Unas 363 personas, la gran mayoría de Eritrea, se ahogaron ese día. De las 90 mujeres que había a bordo, solo sobrevivieron cinco. Fue una catástrofe que captó la atención de los medios de comunicación. Sin embargo, de acuerdo con el proyecto The Migrant Files, una base de datos de defunciones compilada por un consorcio de periodistas paneuropeos, unos 25.000 emigrantes más han muerto tratando de llegar a Europa desde el año 2000, la mayoría de ellos ahogados en travesías a bordo de barcos en mal estado para navegar que volcaron o se hundieron.

¿Qué fue lo que impulsó a Fanus a embarcarse en este peligroso viaje? Había tenido una infancia idílica, en el marco de una familia cristiana perteneciente a la iglesia copta. Creció entre cinco hermanos y una hermana en una ciudad comercial del sur de Eritrea, cerca de la frontera con Etiopía. “Todo era hermoso. Tenía muchos amigos. Me encantaba ir al colegio, especialmente cantar y jugar al fútbol en el equipo escolar”.

Pero un día de 2011, cuando Fanus tenía 15 años, la historia encontró un final abrupto. Los soldados marcharon dentro de su escuela. Habían ido a buscar reclutas. “Nos llevaron a una prisión, era muy grande y escalofriante, con muchos niños de muchas escuelas del lugar”.

Eritrea, un país con una población de 6,2 millones de habitantes, se constituyó en 1993 luego de una guerra con Etiopía por la independencia. Pero los héroes que lideraban la lucha, se convirtieron en brutales dictadores en tiempos de paz, prohibieron las elecciones y la Constitución, y encarcelaron a unas 10.000 personas.

Desde 1998 se exige el servicio militar obligatorio e indefinido para chicos y chicas mayores de 17 años. Las condiciones son muy duras. Las mujeres generalmente son violadas y las fuerzan a casarse. Los soldados de Eritrea mantienen una política de disparar a matar a cualquier desertor.

Al cabo de un tiempo, Fanus fue liberada. Pequeña y enérgica, era demasiado joven para el servicio. Por el momento. De regreso en el colegio, quedaban ya muy pocos niños en las aulas de los niveles más altos. Muchos de sus amigos estaban ahora en barracas militares, pero otros, que se rehusaban a aceptar esta cadena perpetua atrapados en un uniforme del que no podrían salir hasta que transcurrieran  muchos años, habían decidido escapar. “Ahí comencé a darme cuenta de que yo también tenía que huir”.

No debatió la decisión con sus padres. Habrían hecho todo lo posible por detenerla. Se acercaba su cumpleaños número 17. Era ahora o nunca. El hermano mayor de Fanus, que tenía 30 años, ya había escapado a Israel. “No tenía ningún plan”, dice Fanus, “solo atravesar la frontera y llegar hasta un campo de niños refugiados en Etiopía”.

Una mañana, en la primavera de 2012, dejó su hogar. Solo llevaba un par de jeans, una remera y su tarjeta de identificación escolar. “Sabía que si me detenían como estudiante nada malo iba a pasarme. Solo me enviarían nuevamente a casa”.

La mayoría de los ciudadanos de Eritrea no puede obtener un pasaporte o una visa de salida. Cerca de 5.000 personas escapan todos los meses. Al igual que ellos, Fanus comenzó a caminar. Más de cinco horas después fue encontrada del otro lado de la frontera por soldados etíopes. La llevaron a un campo de refugiados. “Pensé que estaría segura allí”.

Pero Fanus se había convertido en una refugiada, ahora era parte de un peligroso mundo en el que las personas se convertían en presas de las peores clases de criminales. Inevitablemente, el tan ansiado destino es la seguridad de Europa. Los principales puntos de entrada son Italia, Grecia y los enclaves españoles de Melilla y Ceuta sobre la costa de Marruecos. Llegar allí puede implicar afrontar riesgos tremendos, pero eso no detiene a los miles de personas desesperadas que se aventuran a hacerlo.

Fanus vivía en condiciones terribles dentro del campo de refugiados de Etiopía, contaban con muy poca agua, dormían de a dos o tres en una cama y tenían muy poca comida. Al igual que muchos otros, Fanus estaba preparada para entregar su futuro al mundo de la trata de personas. “Conocí a un eritreo que me dijo que lograría hacerme entrar a Sudán, a Khartoum, y que una vez que estuviera allí podría pedir dinero a mi familia para pagar el viaje”.

Ya avanzada la noche, en un día de julio de 2013, se subió a un taxi. “Me llevaron a un bosque en el medio de la nada en el norte de Etiopía, éramos solo tres mujeres entre muchos hombres. Nos metieron en la parte trasera de una camioneta Toyota Hilux. Nos hicieron agachar, nos taparon con una manta y luego pusieron frutas encima para escondernos”, cuenta.

Cinco días más tarde llegaron a Khartoum. “Estábamos muy doloridas y manchadas por la fruta, nuestros cuerpos parecían pintados”.

Ahora tenía que conseguir al menos unos 1.900 euros para que un traficante sudanés la llevara a Libia. “Me dio un celular para que llamara a mi hermano en Israel. Cuando le dije donde estaba, no podía creerlo, se enojó mucho. ‘Eres una niña. Es muy peligroso. No quiero que sigas adelante con esto’, dijo”.

Finalmente cedió. Le envió un dinero que había logrado ahorrar; Fanus ya tenía suficiente para su pasaje y un cambio de ropa. Era una de las 131 personas, entre ellas 20 mujeres y un niño de 3 años, que partieron en camiones a atravesar el Sahara en su camino a Libia. El destino final era Trípoli, a 2.700 kilómetros, donde esperaban encontrar un barco que los llevara a Italia.

Una vez en Libia fueron entregados a traficantes locales, pero casi de inmediato fueron secuestrados y tomados como rehenes en las montañas durante 27 días. “Todas las noches intentaban violar a las mujeres; cuando nuestros hombres nos protegían, los secuestradores los colgaban cabeza abajo y les golpeaban los pies”. Se ve abatida. Fanus no ahonda más en detalles, pero se sabe que a algunas mujeres eritreas las empapaban en combustible hasta que permitieran que los secuestradores las violaran.

Afortunadamente, su hermano pagó 2.600 euros como rescate y, finalmente, a principios de septiembre de 2013 Fanus llegó a Trípoli; una vez allí, en un sórdido patio escondido junto con otras 700 personas, esperó y añoró que apareciera un barco. Y apareció, pero terminó siendo el fatídico barco pesquero del naufragio en el que murieron 363 migrantes.

Fanus fue uno de los 14.753 migrantes que llegaron con vida a Lampedusa en 2013, aproximadamente unos 10.000 provenientes de Eritrea. Los sobrevivientes fueron llevados al atestado centro de recepción de migraciones, donde les dieron ropa, comida y atención médica.

Fanus, quien sufría estrés postraumático y pesadillas desgarradoras, permaneció en el centro por más de tres meses. Había concentrado su energía en llegar a Suecia, hogar de unos 45.000 eritreos y donde vivía un familiar.

Las leyes actuales establecen que aquellas personas que buscan asilo deben permanecer en el país de entrada, de lo contrario son devueltos a dicho país. En la práctica, Italia se beneficia de hacer la vista gorda a los migrantes decididos a establecerse en otro lugar de Europa. De todas maneras, Fanus temía ser registrada e intentó quemar sus huellas dactilares con una bolsa plástica encendida. Luego de ser trasladada a un centro de inmigración en Sicilia, se escapó para embarcarse en una larga travesía en ómnibus, tren y avión vía Roma, Milán y Barcelona.

Con la ayuda de su hermano y de compasivos italianos que encontró en el camino, quienes pagaron a los traficantes y a aquellos que consiguieron sus documentos para viajar, Fanus fue guiada por un traficante a través de distintas estaciones y terminales aéreas mediante un celular. El 20 de enero de 2014, Fanus finalmente logró llegar al aeropuerto de Estocolmo. Y por primera vez en casi dos años, durmió sin miedo. 

Fanus logró obtener asilo y ya tiene su primer pasaporte oficial. Vive con subsidio del estado en la ciudad de Sundsvall, unas horas al norte de Estocolmo, donde va a la escuela y comparte un departamento con otras tres jóvenes de Eritrea.

Exteriormente, es una típica joven de 18 años, que juega fútbol y ansía convertirse en cantante. “¡Una cantante sueca!”, se ríe. Cinco de sus hermanos también lograron llegar seguros a Bélgica e Israel. Fanus es sorprendentemente transparente y optimista. “Sí, estoy feliz. Sea lo que sea que Dios elija para mí, lo aceptaré”.

Pero enseguida su mirada se nubla, como perdida en el recuerdo. Es el aniversario de la tragedia del barco. “Desearía que existiera una manera legal para que las personas puedan venir aquí a pedir asilo y evitar más muertes”. Y las lágrimas comienzan a empapar su rostro. “Nunca lo voy a olvidar. Una mujer dio a luz en el barco. Se ahogó junto a su bebé”.

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