Inicio Vida Cotidiana Viajes Australia, el encanto de lo remoto

Australia, el encanto de lo remoto

594
0

La ruta a través de una recóndita región australiana lleva a paisajes gloriosos.

Tuvimos suerte. Se nos reventó un neumático al llegar al negocio Mount Barnett Roadhouse, en la temida ruta Gibb River, en Australia Occidental. Allí, tres muchachos nos cambiaron la llanta y nos pidieron que fuéramos lo antes posible al taller Over the Range a arreglarla. Si no hubiera sido así… supongo que por eso nuestro todoterreno de alquiler venía con teléfono vía satélite, localizador de emergencia y 38 litros de agua. Mi mujer, Jean, y yo habíamos querido conocer uno de los lugares más remotos del mundo de habla inglesa que los no exploradores pueden recorrer por su cuenta: la región de Kimberley, al noroeste de Australia, mucho más grande que Alemania o Japón, pero solo con 34.000 habitantes. En mayo de 2018 pudimos por fin visitarla. La Gibb es una emblemática ruta de grava de 660 kilómetros a lo largo, como su nombre indica, del río Gibb. En la estación seca (de mayo a octubre) es caluroso y desolado. Aun así, más vale que el todoterreno tenga un tubo de aire para poder vadear las decenas de ríos que se cruzarán. Ah, y cuidado con los “trenes de carretera”, camiones articulados que miden hasta 53,5 metros, más del triple del largo permitido en rutas europeas, y que tardan tres kilómetros y nubes de polvo cegador en pasar. Pero no se le ocurra manejar por el Gibb en la estación húmeda. Se ahogará en las planicies inundadas, las mismas que están secas medio año. La única forma de explorar Kimberley es por esta carretera, o por aire. A menos que sea un aborigen. Los jóvenes aborígenes aún participan en un rito de iniciación llamado movilidad temporal (se llamaba con el anticuado término colonial walkabout): se adentran en la naturaleza como niños y vuelven seis meses después como hombres. Recorrimos primero el terreno desde el aire, antes de bajar por el Gibb sobre cuatro ruedas. Para ello, fuimos al punto de partida de las excursiones en helicóptero en Kimberley: el hangar HeliSpirit de Kununurra. “¿Eres canadiense?”, pregunta James Bondfield, el joven piloto de helicóptero. “Esto… sí”. Cuando los canadienses abrimos la boca en Australia, nos suelen confundir con estadounidenses. “He trabajado en Canadá”, dice Bondfield, y explica que hizo sus horas de vuelo en las arenas petrolíferas del norte de Alberta. También voló en los bosques de Papúa Nueva Guinea, Malasia e Indonesia antes de volver a casa y llegar, a los 30 años, a piloto jefe de una empresa cuyos 25 helicópteros abren Kimberley a turistas atraídos por paisajes espectaculares y poco explotados. Durante dos días, Bondfield, como todo buen guía, nos lleva adonde queremos y luego nos muestra sus lugares secretos. Primero hacemos un pícnic sobre las cascadas del Rey Jorge en la Zona Indígena Protegida de Balanggarra: un millón de hectáreas de los Primeros Pueblos de Australia, cuyo arte rupestre —de más de 40.000 años— está captando la atención mundial.

Publicidad

Bondfield aterriza cerca de unas cuevas cubiertas de pintura ocre de plantas y animales antiguos. Su brillo apenas se ha desvanecido a pesar de las decenas de miles de años de clima torrencial. Pasamos toda la tarde metidos en grietas y volvemos con fotos de pinturas que se encuentran entre las más antiguas del mundo.

Desde allí, volamos al remoto Berkeley River Lodge, un conjunto de 20 cabañas en la costa de Kimberley. Mientras cenamos barramundi (un tipo de lubina) a la parrilla, Bondfield nos pregunta si hemos salido a pescar en Australia. No, no con los ríos llenos de “freshies” y “salties”: cocodrilos de agua dulce y salada. Los primeros podrían atacarte; los segundos lo harán. “Si quieren levantarse mañana antes del amanecer, puedo llevarlos en avión a mi lugar de pesca favorito”, nos dice. Y así, al amanecer del día siguiente aterrizamos en el borde de un afluente del río Berkeley, seguros al estar en manos de Bondfield. Aunque el único barramundi que pesco se escapa, lo importante es la emoción de ver salir el sol sobre uno de los paisajes más antiguos del planeta. Más tarde, Bondfield nos deja en Kununurra, el punto de partida de nuestro viaje por el Gibb.

Australia, el encanto de lo remoto

Aunque los conductores suelen llevar dos neumáticos de repuesto (porque en el Gibb no se pinchan, se destrozan), la empresa que nos alquila el todoterreno nos asegura que con una sola basta. A los tres días de que el trío de hombres cambiara la rueda, entramos renqueando en Over the Range, el taller que parece estar en el fin del mundo, para que la arreglen. Es como un depósito de chatarra lleno de neumáticos huecos y esqueletos de coches. El propietario, Neville Hernon —el Mad Max del arreglo de llantas— vive ahí con su mujer. Su folleto, pegado en todos los bares de ruta del Gibb, dice: “Ven a nuestro taller por los consejos, a ver nuestras fotos de la estación húmeda, o solo a saludar”. Mientras esperamos a que Hernon arregle la llanta, miramos las fotos de la estación húmeda. Todo el árido desierto que nos rodea aparece bajo el agua. Hernon se acerca con una sonrisa sombría y malas noticias: hay que cambiar el neumático. Le lleva 15 minutos pasarme la terminal de tarjeta de crédito y cobrarme 385 dólares por una rueda de repuesto usada. Así, seguimos hacia la próxima parada, encantados de haber recorrido solo 20 kilómetros para llegar al taller Over the Range y de saber que la ley de la oferta y la demanda funciona perfectamente en el Outback (afueras) australiano. Al llegar al minúsculo asentamiento de Imintji, nos recibe un hombre con pinta de perfecto guardián australiano. John Bennett es alto, curtido por el polvo y lleva unas botas altas de cuero que ni los colmillos de la letal serpiente parda local podrían perforar. “Hola, hola”, saluda Bennett. “¿Qué tal les va?” Así no hablan los rancheros australianos, pero sí los vaqueros texanos. Bennett, director de la Corporación Aborigen Imintji del lugar y director de un campamento y centro de arte para turistas, llegó a Australia en 2005 desde Waco, Texas, Estados Unidos, donde era inspector de minas, por el amor de una mujer. De ascendencia cherokee, entendía en sus propias carnes las penurias de los indígenas, y en 2011 empezó a trabajar para un grupo de tribus aborígenes de la zona de Kimberley, cuyos antepasados se cree que fueron los primeros pobladores de Australia Occidental. Imintji, que significa “lugar para sentarse” en idioma ngarinyin, se estableció como enclave en la década de 1950. Un enclave es una pequeña comunidad en tierras indígenas, y este es un importante destino en la carretera del río Gibb. Gran parte del trabajo de Bennett como director de la comunidad es negociar con los gobiernos regional y federal para garantizar que los pueblos aborígenes del lugar, en concreto los Imintji, Tirrilantji y Yulmbu, obtengan los derechos, subvenciones y respeto que les corresponden. Bennett y Edna Dale, artista local, son la imagen pública del auge del turismo aborigen en Australia Occidental. Dale es hija del patriarca Jack Dale Mengenen, uno de los pintores aborígenes más reconocidos de Australia, custodio del folclore y los relatos de su pueblo. Edna aprendió a pintar de la mano de su padre. Su trabajo como intérprete del antiguo arte rupestre se vende en museos regionales y en el Centro de Arte Imintji, que es galería y escuela a la vez. Cuando vamos, una media docena de artistas trabajan, casi todos en arte rupestre. Esa tradición se conserva gracias al programa Camping With Custodians, que permite a los visitantes acampar en tierras aborígenes y aprender de los lugareños; las cuotas son para la comunidad. En nuestra estancia en este polvoriento enclave en medio del Gibb descubrimos una enorme subcultura turística en Australia: el caravanning. 

Australia, el encanto de lo remoto

La variedad de vehículos y de personas que encontramos a lo largo del Gibb —desde ricos jubilados en furgonetas superlujosas hasta pobres estudiantes en destartaladas furgonetas Volkswagen— refleja el atractivo de este estilo de vida. Algunos pasan la noche en pequeños campamentos como el de Imintji; otros muchos se alojan en los grandes como El Questro, con capacidad para 850 personas. Pueden viajar una semana o, como miles lo hacen al año, recorrer los 15.000 kilómetros de la Carretera 1, que rodea el país. Bennett desea que se alojen más caravanas en Imintji. No es que le falte negocio, casi todos los que viajan por el Gibb paran a beber y echar gasolina, y tal vez para comprar pinturas. Antes de salir de Imintji hacia Derby, la ciudad costera con las mareas más altas de Australia, al final de la carretera del río Gibb, nos preguntamos si el turismo aborigen de la región puede seguir prosperando si atiende a turistas exigentes y sin tiempo como nosotros. Bennett está seguro de que sí. “Es fácil creer que aborígenes y turistas solo tienen en común la curiosidad de los turistas y el trabajo remunerado de los aborígenes”, nos dice. “Claro, empieza así, pero lo he visto evolucionar hacia un verdadero respeto mutuo”.

De Canadian GeograpHic (10 de septiembre, 2020), copyright ©
2020 por Ramsay inc.

Artículo anteriorDos hombres dan ejemplo al mundo de «espíritu deportivo»
Artículo siguienteCigarrillos: lo que no contaban en los anuncios