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Irlanda del Norte: Tierra de gigantes

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La costa de Irlanda del Norte:
un lugar donde conviven historia y mitos.

Muchos conocen la isla grande que incluye a la República de Irlanda, como la Isla Esmeralda. Los fanáticos de Games of Thrones conocen a Irlanda del Norte como las Islas del Hierro. Cualquiera que visite esta parte del Reino Unido descubrirá, como yo, un montón de belleza abrupta e impresionante. Después de visitar un revitalizado Belfast, con su excelente museo Titanic (el infortunado barco fue construido en los astilleros de la ciudad), ha sido el surf el que me ha llevado a la costa norte de Irlanda del Norte y a instalarme en la tranquila ciudad costera de Portrush (ver el recuadro más adelante). Pero la costa de Antrim tiene muchos lugares fascinantes para explorar, y pronto me embarco en un autobús local hasta la cercana Calzada de los Gigantes, la atracción más famosa de la región.

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Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es simplemente fascinante. La Senda del Pastor (Shepherd’s Steps) me lleva al sendero del acantilado, donde veo las olas romper en las columnas de basalto originadas por una serie de erupciones volcánicas hace unos 50 o 60 millones de años, y observo con asombro la fuerza y la belleza de la naturaleza. Es un experimento increíble tratar de imaginar la pura potencia volcánica que creó esta obra maestra de casi perfecta precisión matemática que se extiende unos seis kilómetros a lo largo de esta parte de la costa. Se piensa que la lava al enfriarse formó estas columnas entrelazadas, cada una con cinco a siete lados; algunas de las columnas llegan a medir 25 metros. La ciencia nos pide que nos concentremos en comprender la creación de este tablero de basalto y aceptemos el poder de la naturaleza como lo que es: insondable. Y así observamos el mito y esperamos una explicación algo más simple. Cuenta la historia que un gigante llamado Finn MacCool (o Fionn MacCumhaill en gaélico antiguo, un cazador-guerrero de la mitología irlandesa) creó la calzada desgarrando trozos de costa y lanzándolos al Mar de Irlanda para que tuviera un camino por el que cruzar a Escocia. Quería llegar hasta el gigante escocés Benandonner, que había estado amenazando a Irlanda. Pero cuando descubre que Benandonner es terroríficamente inmenso, Finn da marcha atrás apresuradamente. El gigante escocés lo persigue, pero Finn es salvado por su inteligente esposa, que lo disfraza como un bebé. Cuando el enojado escocés ve al bebé decide que, si el niño es tan grande, el padre debe ser realmente enorme, y regresa a casa, destrozando la calzada todo lo posible. De hecho, se encuentran formaciones rocosas similares a orillas de la isla escocesa de Staffa, a unos 130 kilómetros al norte.

Cuando el tiempo da una tregua, tomo el sendero junto la Calzada de los Gigantes y la Vía del Ferrocarril de Bushmills hasta la ciudad de Portballintrae, a unos tres kilómetros al oeste, cruzando el río Bush. El pueblo de Bushmills, hogar de la destilería de whisky Old Bushmills, está a una corta distancia hacia el interior, pero quiero alojarme en la costa para disfrutar de las vistas panorámicas del Atlántico Norte. Continuando hacia el oeste otro par de kilómetros, llego al castillo de Dunluce, del siglo XVI, precariamente encaramado a una roca, que se convirtió en la sede de los Condes de Antrim en el siglo XVII. Las cocinas del castillo junto con al personal cayeron al mar en 1639, y el segundo conde de Antrim y su esposa abandonaron el lugar. Con el cielo comenzando a cubrirse, camino hasta el mirador de Magherbross para hacer fotos de las increíbles vistas antes de encontrar refugio mientras la lluvia azota la costa por poco tiempo. Tras la lluvia aparece el arco iris, y vuelvo caminando a Portrush, donde me alojo, y observo a los surfistas cabalgando las olas heladas bajo un arco iris doble.

Otro día y otro ómnibus. Me dirijo al este, y vuelvo a pasar por la Calzada de los Gigantes hasta el Puente de cuerda Carrick-a-Rede, que requiere una buena dosis de coraje por parte de los visitantes para poder cruzarlo. Este puente colgante, con sus estrechos tablones suspendidos a 35 metros sobre el mar, se balancea mientras cruzas el abismo de 21 metros de ancho entre la costa y una pequeña isla que alberga aves marinas. Es la versión más moderna del puente que los pescadores de salmón locales construyeron originalmente en 1755 en este mismo lugar. Renuncio a la vertiginosa experiencia y camino en su lugar a lo largo de la costa, mientras observo a las familias cruzar el puente, cuyos gritos de miedo y emoción se mezclan con el viento.

Como el buen tiempo me invita a seguir caminando, continúo por la carretera de Causeway Coast hasta llegar a Ballintoy Harbour, donde me encuentro directamente con el territorio de “las Islas del Hierro”: aquí es donde se rodaron partes de las temporadas dos y cuatro de Game of Thrones. Lejos del puerto y de los turistas que viajan en ómnibus, cruzo por campos enfangados atravesados por riachuelos y abarrotados de conejos. La aspereza de la costa tan bien reflejada en la televisión es estimulante en realidad: las olas chocan sobre rocas esparcidas en el fondo de los acantilados, las aves marinas planean por encima, y el viento tiene espíritu propio. Acompañado solo por la naturaleza, intento continuar hasta la playa de White Park Bay, conocida por sus olas salvajes y sus hermosas arenas. Sin embargo, la marea baja en mi contra y un acantilado se interpone en mi camino. No es posible rodearlo, así que solo puedo vislumbrar zonas de la playa a las que quería llegar más allá de las olas que me lo impiden. Con los pies anegados y los jeans llenos de barro, me doy la vuelta y me dirijo de nuevo a Ballintoy, deteniéndome para hacer fotos de su Iglesia, con el cementerio destacado contra el cielo, ahora tormentoso. Parece que el tiempo está cambiando, así que me subo al ómnibus, y pronto, la lluvia comienza a azotar las ventanas mientras nos dirigimos de vuelta a Portrush.

La Costa de Antrim no puede estar más alejada de la historia moderna de Irlanda del Norte: es una tierra de leyendas, de castillos que caen al mar y de gigantes, fantasía y mares salvajes, de surfistas internacionales y simpáticos conductores de ómnibus. Pero es también, lo descubrí durante mi última noche en Portrush, una tierra todavía empañada por el conflicto norirlandés, un período de violencia y disturbios entre protestantes y católicos de 1968 a 1998, el cual llegó incluso hasta esta costa. Un residente, que rememora sus días de colegio con detalle, responde a mi incomprensión de las reglas del fútbol gaélico: “Eso es un juego católico”. Y luego añade rápidamente que él no es religioso. Al día siguiente, atravieso la ciudad y me dirijo al ómnibus que me llevará a Coleraine y a la ciudad de Londonderry, o “Derry” para los lugareños. Hay algunos surfistas en la calle, pero Portrush es, por lo demás, una ciudad fantasma. Es domingo. Las calles pueden estar vacías, pero las olas continúan batiendo, ajenas a los gigantes y a la historia que define esta costa tan claramente.

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