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El editor de Selecciones te desea ¡una Navidad llena de colores!

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Cuando yo tenía unos veinte años sólo había dos tonos para mí: el blanco y el negro. Ni siquiera escala de grises. Creía que la gente era mala o buena. Que existía la verdad y la mentira, sin posibilidad de convivencia. Que lo lindo no podía convertirse en feo y viceversa. Mi mundo era más pequeño.

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A medida que fui creciendo aparecieron algunos matices. Al principio veía más de un blanco, y el negro podía ser pardo en la ignorancia de la noche. Pero me vino bien. Después de haber sufrido, aparecieron los colores. Primero los del arco iris, y fue toda una emoción. Después, como quien se mete adentro sin que lo inviten me di cuenta de cuántas cosas había perdido por no reconocer lo amargo en lo dulce y lo curvo del ángulo recto. Aprendí que la vida estaba hecha de contradicciones y que así el horizonte podía abrirse ante mis ojos. Mi mundo fue entonces más grande.

Pero más difícil, porque a nadie le gusta reconocer que las verdades pueden alojarse en una bolsa de mentiras que las velan, hasta que las descubrimos por esfuerzo propio. O que el amor puede reflejar la cara del dolor, y los dos al mismo tiempo. Cuando llegaron los hijos supe que podía haber algo más importante que yo, para mí mismo. Y quedé en segundo lugar, un sitio que a los veinte jamás hubiera cedido.

Y hoy estoy al borde de comprender que debo exigirme primero a mí, antes que reclamarle al resto de quienes me rodean. Que el mundo no es como yo quiero sino como es. Y que no depende de lo que haga para modificarlo, aunque el intento de cambiarlo vale la pena, de todos modos. Que no pedir más de lo que puedo dar es una buena medida para ser menos vanidoso y, finalmente, que poder reconocer en los demás sus virtudes me hace darme cuenta de mis defectos. No es fácil, claro. Es mucho más simple escribirlo que cumplirlo, pero en eso ando como para no perderme.

Y estoy seguro de que voy a encontrarme con muchos de ustedes en ese camino. Por eso, estas fiestas deben ser de reflexión, de introspección y de análisis. Pero sin tantas vueltas ni exigencias. Al fin y al cabo no se nos va la vida en una noche.

Sepamos que los demás están esperando de nosotros que veamos un millón de colores en ellos, y más matices. Para salir del mundo del blanco y negro. Y ser más felices.

Que tengan las mejores fiestas que puedan construirse.

R.D. Weigandt

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