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Cómo mantener la paz con tres generaciones

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Conozca algunos secretos de cómo podría sobrellevar la convivencia familiar si se trata de tener que vivir con los padres de su pareja.

A mi suegra, Georgii, le encanta malcriar a los nietos. Hasta hace poco, siempre me había gustado ese aspecto de su personalidad. La forma en la que complace a nuestros tres hijos no es excesiva: dulces caseros o algún tiempo extra con pantallas. Ella les da a nuestros hijos un respiro de los límites más estrictos que les imponemos mi esposa, Lynn, y yo. Esa era una de las razones por las que visitar a Oma era tan especial. Después, ella se mudó a casa.

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Pasaron cinco años desde que nuestras casas se fusionaron en una, al traer a los padres de Lynn —Georgii y mi suegro, John— a vivir a nuestra casa. 

En teoría, la mudanza sería beneficiosa para todos. Georgii y John tendrían menos gastos que en una residencia para mayores. Lynn y yo, los dos ocupados con nuestra profesión, tendríamos quien cuidara a nuestros hijos en horarios difíciles. Y los niños siempre tendrían miembros de la familia que los quisieran cerca de ellos.

Sin embargo, no siempre fue tan fácil. Tuvimos desacuerdos respecto de los gastos en el supermercado, los sitios para estacionar el auto, en qué consiste una cocina limpia y qué marca de galletas saladas es mejor. Además, con Oma a cargo, las meriendas de los niños al volver de la escuela se convirtieron en un surtido de patitas de pollo, tabletas de chocolate y donas. Yo expresé mi descontento desde el principio, pero Georgii me respondió que los niños llegaban a casa muertos de hambre, lo que interpreté como una crítica sutil a los almuerzos para la escuela que yo les preparaba. Estoy seguro de que todos los hogares con varias generaciones tienen conflictos de ese estilo. Pero, con unos simples principios en mente, es posible que prevalezca la armonía.

Evitar patrones anteriores

“El problema más habitual en los hogares con tres generaciones es un padre o madre que, una vez que sus padres, ya mayores, vuelven a vivir con él, regresa al papel de niño de papá y mamá”, explica Susan Newman, autora del libro Under One Roof Again (De nuevo bajo el mismo techo). “El padre o madre comienza a actuar como si tuviera diez años de nuevo, y la madre empieza a darle órdenes de mala manera”.

Para alentar la igualdad, Newman afirma que la generación del medio deberá alzarse en su defensa, con amabilidad y firmeza al mismo tiempo. Cuando los padres critican o dan órdenes, hay que ser directo y explicar cómo lo afecta eso a uno. “Se puede decir: ‘Espera. Soy un adulto. Me puedo encargar de esto’. O ‘pareciera que me estás juzgando en este momento, y eso no me parece bien’”.

A fin de minimizar dichos choques, Newman indica que tener reuniones familiares puede resultar efectivo: todos se sientan a la mesa como residentes que viven bajo el mismo techo, lo que ayuda a establecer un tono diferente. La familia puede aprovechar las reuniones para dividir las tareas domésticas, organizar la rutina de las comidas y expresar las inquietudes antes de que se conviertan en reclamos. “Las personas no pueden leer la mente”, sostiene Newman.

Cuando las diferencias no pueden resolverse con facilidad, es importante recordar que una familia no es una democracia. “Siempre hay que tener presente de quién es la casa”, explica Newman. Por lo general, pertenece a la generación del medio, y ella es la que debe tener la última palabra; la generación mayor ya tuvo su momento de dirigirla.

Proteger el tiempo personal

Los hogares de tres generaciones no son el antídoto al aislamiento social, pero, a veces, crean el problema contrario: puede resultar difícil tener privacidad.

La mayoría de las casas se construyeron para familias nucleares de dos generaciones, por eso, agregar una tercera implica que todos pierdan algo de espacio personal y tiempo de soledad. De repente, la habitación por hijo a la que están acostumbradas muchas familias tal vez no siga siendo posible. Puede que la cola en el baño se vuelva la nueva normalidad. Y, a diferencia de lo que ocurre en las familias nucleares tradicionales, los momentos de la semana en los que uno tiene la casa para sí mismo se vuelven un lujo infrecuente.

Por lo general, esta pérdida de espacio y tiempo afecta más a la generación del medio. “Suelen estar en el pináculo de su profesión, y los niños tienen muchas actividades”, explica la terapeuta Jen Milligan. “Sin la necesidad de agregar a los abuelos en el panorama, ya están exhaustos y no tienen tiempo para sí mismos”.

Milligan sostiene que es esencial que los padres y los abuelos manifiesten cuándo y dónde quieren pasar tiempo tranquilos para relajarse en la casa, y hacer que los demás sepan que, en ese momento, no deben molestarlos. Cuando un adulto está en su “hora de soledad”, los demás tienen que cubrir ese puesto. Hacer eso puede evitar los resentimientos y mantener las relaciones en buenos términos.

No exigirse de más

Así como los miembros del hogar deben establecer límites respecto de su tiempo, también deben fijarlos en relación con su función.

De acuerdo con Milligan, pueden surgir problemas cuando la generación mayor comienza a necesitar más apoyo. “Uno quiere ser un buen hijo con sus padres, que están envejeciendo, pero no ser su enfermero”, advierte Milligan. Cuando las generaciones viven en casas separadas, es más fácil trazar límites, pero es más difícil cuando viven bajo el mismo techo.

La solución es conversar sobre la atención en el hogar antes de que sea necesaria, y ponerse de acuerdo sobre un plan para saber qué clase de asistencia quieren y dónde pueden obtenerla. El tema puede ser difícil de abordar —muchas personas prefieren hablar de su muerte que de su declive—, pero Milligan insiste en que hay que ser proactivo. “Creo que debemos ser honestos respecto del amor que sentimos por nuestros padres, pero también capaces de vivir nuestra vida, tal como hicieron ellos”.

La otra cara de la moneda es que la generación del medio quizá se apoye demasiado en los abuelos. Milligan sugiere que se debe considerar a los abuelos como ayudantes voluntarios: pueden ofrecer apoyo del modo que les guste. 

Así fue como logré reconciliarme con las meriendas de la tarde de Georgii. No es la comida saludable que Lynn y yo les daríamos a nuestros hijos, pero eso es porque somos los padres. Los niños esperan ansiosos para ver con qué los sorprenderá Oma cuando lleguen a casa. Para darles tiempo a que recobren el apetito, postergamos media hora la cena familiar.

Al fin y al cabo, esas sorpresas son una parte importante de la forma en la que Georgii expresa el amor que siente por sus nietos, y no quiero ser yo quien las impida. 

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