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La aventura de retratar caballos salvajes

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Llevé mi cámara al viaje de mis sueños, al lugar donde corren libres los caballos salvajes.

 

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Todo comenzó cuando mi esposo y yo visitamos a mi hermano Lonnie, quien vivía cerca de las laderas de las Montañas Rocosas en Alberta, Canadá. Fue un largo recorrido desde nuestra casa en Ontario, dos husos horarios en dirección este. Aquel inmenso paisaje me resultó nuevo y diferente. Mi hermano comentó un día: “A veces veo caballos salvajes dando vueltas por aquí”. Eso llamó mi atención. Había escuchado que había caballos salvajes en el oeste de Canadá, ¿pero también aquí? Sabía que tenía que verlos.

 

Siempre había amado a los caballos y me había criado entre ellos; había cumplido 12 años cuando tuve el primero. Entonces, mi hermano y yo hicimos algunas averiguaciones y una tarde visitamos un santuario dirigido por la organización sin fines de lucro llamada Asociación de Caballos Salvajes de Alberta (WHOAS – Wild Horses of Alberta Society). En el santuario, ubicado dentro de un inmenso espacio público natural hogar de los caballos salvajes, un grupo de voluntarios cuida a estos animales cuando experimentan lesiones graves en la vida silvestre o cuando han sido abandonados por sus manadas. Allí “doman” a aquellos que no están en condiciones de regresar a la vida salvaje de modo que puedan ser adoptados y recibidos en hogares nuevos. Durante la visita pudimos ver en primer plano una manada local liderada por un padrillo color marrón oscuro cuando salían a beber agua. Eran hermosos; los observé incansablemente aquel día. Y así comenzó mi misión de fotografiar a los caballos salvajes de Alberta. Había soñado mucho con el día en que pudiera tener más tiempo disponible para disfrutar de mi pasatiempo como fotógrafa amateur y cuando tres años después me jubilé de mi carrera en la salud pública, viajé sola a Alberta para participar de un retiro fotográfico para principiantes organizado por una empresa de recorridos guiados y equipamientos de exterior cerca del pintoresco río Red Deer. El primer día, Larry Semchuk, miembro del directorio de WHOAS y fotógrafo principal del retiro, realizó una presentación y habló a nuestro grupo de diez personas sobre los caballos. No veía la hora de salir y verlos.

La aventura de retratar caballos salvajes

 

Por la mañana encontramos una manta fresca de nieve sobre el suelo aunque apenas era septiembre. Sería un hermoso fondo para las fotos. Subimos a dos camionetas con nuestros equipos de fotografía y partimos. Atravesamos praderas y hondonadas rodeadas por deliciosas laderas, todo parte de aquel inmenso territorio propiedad de la naturaleza. Finalmente nos detuvimos en un camino remoto donde, detrás de los alisos flanqueados por verdes pinos, escuchamos caballos que resoplaban y bufaban.

 

¡Qué emoción! Saltamos de las camionetas y, lenta y silenciosamente, avanzamos uno junto al otro hacia donde provenían los sonidos. Arrastrándonos entre las malezas, pronto encontramos lo que buscábamos. ¡No te muevas, mi amor! Allí, en esa tierra invernal casi de fantasía, estaba este padrillo o semental gris oscuro con tres yeguas negras. Eran deslumbrantes y yo me estremecía del entusiasmo. Continuamos el recorrido y pronto nos encontramos con una pequeña manada con un fantástico padrillo alazán parado cerca de un matorral. Lo observamos a través de una ligera nevada suspendida en el aire mientras él miraba atento a sus yeguas. Su pelaje rojo oscuro estaba repleto de cicatrices de las batallas peleadas en la vida salvaje. Estos encuentros fueron los primeros de los muchos que sucedieron aquel fin de semana; luego volví a participar de otros tres retiros aquí durante 2018 y 2019. Me maravillé al ver potrillos nuevos jugueteando entre los dientes de león en la exuberante pradera primaveral y sentí esperanza al presenciar cómo las crías jugaban e imitaban a los caballos adultos.

 

Observé con asombro cómo potentes padrillos se enfrentaban por el liderazgo y también percibí la ternura con la que esos mismos padrillos acariciaban amorosamente a sus yeguas. Algunos de mis encuentros despertaron también otro tipo de emociones. Fue triste ver a muchos caballos cargando cicatrices de ataques de depredadores; pumas y osos pardos son los responsables más frecuentes de estos episodios. Y escuché con desconsuelo historias de tragedias protagonizadas por algunos de ellos en el pasado; muchos habían recibido disparos por deporte, o tal vez hasta de manos de los propios dueños de tierras por deambular por áreas privadas de pastoreo. Pero por sobre todas las cosas, fui testigo de la majestuosidad de estos resilientes caballos. Estas emociones aún se disparan en mí cuando recuerdo aquellas visitas, que espero retomar cuando ya no haya restricciones para viajar, y me pregunto siempre cómo estará cada una de estas criaturas que “conocí”. Me siento muy agradecida de que WHOAS esté allí para luchar por ellos, realmente creo que son tesoros que debemos proteger. Deseo que la esperanza continúe abriéndose paso para estos caballos en las laderas de Alberta, siempre libres y salvajes.

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