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El Consumo: la felicidad fugaz

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Más allá del consumo y de los bienes materiales, es posible ser feliz. Hay un camino diferente para lograr nuestras metas personales.

Cómo tratar de ser felices y, a la vez, colaborar con nuestro medioambiente

Tengo una flor delante, una inmensa flor, de esas que vienen del Ecuador. Y una cita, que he tomado a letra de puño, para que me ayude a escribir con claridad: “Hijo mío, la felicidad está hecha de pequeñas cosas: un pequeño yate, una pequeña mansión, una pequeña fortuna…”, una sentencia mordaz del comediante estadounidense Groucho Marx que a la vez representa de manera acabada, un concepto extendido de felicidad adoptado en el imaginario popular durante los últimos cien años.
Sin embrago, la felicidad que nos producen las posesiones y el consumo resulta fugaz. Es una felicidad precaria asociada a tener la última marca de zapatillas o un auto de alta performance. Placeres efímeros, honores en vida y acumulación escandalosa de riquezas.
Así entendida, la felicidad resulta nociva para los individuos en particular y para el medio ambiente en general.
El consumo desmedido de las últimas décadas ha provocado hasta la destrucción del hábitat natural. Menos bosques, menos aire puro, menos recursos naturales.

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Es posible ser feliz si nos proponemos un camino diferente para lograr nuestras metas personales

Por citar un ejemplo, sólo el 20 por ciento del oro que se extrae de las canteras en todo el mundo se utiliza para la medicina, componentes de  aviones, telefonía y computación; el 80 por ciento restante se emplea en la producción de bienes suntuarios: joyería, adornos u ornamentación de iglesias y otros edificios. También como reserva monetaria. Los lingotes de oro se asientan en las bóvedas de los bancos como respaldo de las riquezas que posee un país. Hoy como ayer, a pesar de la escasez (se estima que en 15 años se agotarán las reservas), el oro es el símbolo de la abundancia.
Miguel Grinberg, periodista, escritor y fundador de redes ecológicas en todo el mundo, asegura: “La profusión de bienes no suele enriquecer el sentido de la vida. Muchas personas sueñan con acumularlos y se pierden las pequeñas cosas a la espera de la gran felicidad”.
Habla del Reino de Bután, un modesto pueblo de agricultores que viven en un territorio tan grande como Suiza colgado de la cordillera más alta del mundo, los montes Himalayas, a casi 4.500 metros de altura entre China y la India.
Grinberg dice que allí residen los hombres más felices del mundo. La renta promedio mensual es de 46 dólares por habitante pero cultivan su propia tierra, crían el ganado suficiente para alimentar a sus familias y poseen casa propia. Las estadísticas convencionales consideran a Bután como una nación pobre aunque la imagen de los butaneses no es de miseria, sino de salud y buen pasar espiritual.

Estar feliz es un momento, ser feliz es un estado prolongado aunque nunca es pleno y completo

Quienes han visitado este país cuentan que la sociedad parece ser muy feliz, con un marcado respeto a los ancianos y compasión hacia los enfermos. Practican la solidaridad, veneran la naturaleza y son guardianes insobornables de sus leyes para no contaminar.
Durante el 99 por ciento del tiempo de existencia de la especie humana, la expectativa de vida rondó los 18 años. Hace un poco más de un siglo esta esperanza se subió a treinta años: lo justo para aprender a sobrevivir, si se contaba con la suerte, y culminar el propósito evolutivo de reproducirse. No había futuro ni, por lo tanto, la posibilidad de plantearse un objetivo tan insospechado como el de ser felices.
En las últimas décadas, los avances en salud, nutrición, calidad de vida y ciencia médica desataron el cambio más importante de toda la historia de la evolución: la prolongación de la esperanza de vida que en los países desarrollados llega en la actualidad a los 80 años en las mujeres, y a los 76 en los hombres.
Ahora sí hay tiempo para abordar la conquista de la felicidad. ¿Cuándo somos felices, cuánto dura ese estado, qué cosas lo proporcionan? Me lo pregunto en silencio con la mirada fija en esos pétalos sanguíneos que imperceptiblemente siguen abriéndose sobre el vaso que los contiene.
No ha de ser casual andar pensando esto en cercanías de navidades y frente al año inaugural. Son circunstancias donde solemos aumentar nuestras exigencias para espantar la oquedad que nos provoca la llegada de las fiestas. Aparece la necesidad de ser felices, la felicidad obligatoria.
El teólogo y filósofo brasileño Leonardo Boff dijo recientemente que la felicidad se construye, no se puede ir directamente a ella. Y no puede ser posible si no nos relacionamos con el universo y la naturaleza.
La relación con lo diferente nos permite el intercambio y la transformación. Hay que asumir la condición humana que está hecha de realizaciones y frustraciones, de violencia y de cariño, de la monotonía de lo cotidiano y de acciones que nos sorprenden. Hace falta dialogar, tolerar, renunciar y cultivar la ternura, sin la cual el amor se extenúa hasta convertirse en indiferencia. Estar feliz es un momento, ser feliz es un estado prolongado, aunque la felicidad nunca es plena y completa.
Efectivamente, la clave está en los vínculos. Cuando muere un ser querido pensamos en la importancia de estar más cerca espiritualmente y en la felicidad que nos podría proporcionar un encuentro para fortalecer lazos e intercambiar.
“A ver cuándo nos juntamos”, “tenemos que vernos más”, son frases que solemos decirnos entre parientes en ese encuentro obligado por circunstancias inevitables.
No hay bienes materiales que reemplacen el efecto gratificante que devuelven la solidaridad, el amor y el encuentro entre las personas. La imperfección de la especie, su esencia, es la felicidad.
Es una rosa de pétalos tintos mi flor. Anhelo conservar el color y su perfume para siempre. Como si fuese posible ignorar su naturaleza. El pensador brasileño Pedro Demo   me lo recuerda. “La felicidad participa de la lógica de la flor: no hay como separar su belleza de su fragilidad y de su ajamiento”.

¿Es difícil encontrar la felicidad sin tener lo que te gusta o creés que necesitás?

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