Inicio Vida Cotidiana Medio Ambiente Descarte para el arte

Descarte para el arte

422
0

Dos emprendedores lograron convertir miles de botones que se desechaban en elementos útiles.

Una historia de sustentabilidad, empuje y desafíos

Macetas, cuadros, fuentes, elefantes, ranas, jirafas o autitos de adorno, collares, pulseras y anillos, forman parte de la variada gama de objetos que Lucas y Rocío aprendieron a diseñar utilizando los descartes de una fábrica de botones. Y construyeron la historia de cómo, a través de un botón, varios, y una maza que los aglutine, es posible desencadenar un mundo diverso de acciones y cambios para un mundo más justo y solidario.

Publicidad

Lucas Campodónico y Rocío González forman parte de los miles de jóvenes que en toda la región desarrollan emprendimientos ligados al cuidado del medioambiente buscando mejoras en el entorno social. El proyecto que fundaron en 2008 transforma desechos industriales en cosas útiles que, a su vez, sirven como vehículo para tomar conciencia del volumen de basura que generamos y la necesidad del consumo responsable. “En una fábrica se desechan a diario muchos botones que no pasan la última etapa de calidad. Nosotros nos ocupamos de que su destino no sea un relleno sanitario”. Les agregan diseño, los transforman y hacen que puedan lucirse en el cuello o las manos de una mujer, o decorar con gracia diferentes espacios.

«El proyecto consiste en transformar desechos en cosas útiles».

Todo empezó cuando Lucas pidió visitar una fábrica de botones que funciona en Martínez, provincia de Buenos Aires. Tenía curiosidad por el proceso y los materiales, y muchas ganas de investigar formas de comercialización que salgan de los esquemas tradicionales, que respeten la escala y ayuden en el ahorro de recursos. Conoció, investigó y se hizo amigo de los operarios que trabajan en la fábrica. Finalmente acordó que les cedieran parte de los desechos (botones rotos o defectuosos y la resina sobrante). Al inicio era un hobby en un espacio que le ofrecieron en la propia fábrica. Así nacieron los primeros diseños hasta que, poco después, se incorporó Rocío González, arquitecta, “un verdadero tractor” según la define Lucas por su energía emprendedora. Ahí se les presentó un nuevo universo, se potenciaron y salieron a buscar capacitación, otros mercados y un modelo que les permita crecer sabiendo claramente para qué. “Nos dimos cuenta de que, a partir de los objetos que hacíamos, podíamos comunicar. La gente nos preguntaba muchas cosas relacionadas con los materiales, cómo los colectábamos y sobre el resultado final: la reutilización de la basura”.

¿Basura como materia prima?

El concepto de la basura como materia prima resultó lo suficientemente potente para lo que querían: expandir un nuevo modo de producir (teniendo en cuenta el valor de los recursos) y consumir (con mayor responsabilidad). En el camino intercambiaron saberes con los empleados de la fábrica de botones de Martínez (hoy reciben materiales de descarte de dos establecimientos más), tomaron cursos de capacitación vinculados con el mercado, las relaciones societarias y cómo formar un equipo eficiente y que a la vez trabaje con alegría. Participaron en diferentes concursos de jóvenes emprendedores y ofrecieron decenas de charlas en la Argentina y los países vecinos contando la experiencia y transmitiendo la problemática ambiental y el valor que tienen aquellas cosas que estamos acostumbrados a tirar.

Lucas cuenta que parte de la producción hoy se vende en los circuitos turísticos de Buenos Aires y hay otras cosas, la bijouterie por ejemplo, que se exporta a países de Europa, los Estados Unidos y Japón. Dice que afuera les pagan mejor porque “las personas valoran crecientemente el diseño sustentable”. Lo que comenzaron informalmente en un rincón de la fábrica de Martínez, cuatro años después se ha transformado en un proyecto que cuenta con un espacio propio, en la zona norte del Gran Buenos Aires. El flamante taller ocupa unos 500 metros cuadrados en la localidad de Beccar, a unos 17 kilómetros de la Capital Federal. Se trata de un ámbito que comparten con diferentes emprendedores. Todos cooperan con los gastos y se establece al mismo tiempo un área común de trabajo y de intercambio. “Hay emprendimientos más y menos sustentables pero lentamente todos se interesan sobre cuáles son las mejores prácticas ambientales y eso nos llena de felicidad”, apunta Lucas. De este modo apuestan al trabajo en consorcio, una modalidad que se empieza a imponer en la región y que potencia a desarrolladores de distintos rubros. En general los anima el comercio justo y el consumo responsable. Los objetos que diseñan en Greca (así se llama el emprendimiento de Lucas y Rocío) son atemporales, no forman parte de colecciones, porque dicen que hacer cosas en función de la moda los conduce al círculo vicioso de comprar y tirar siempre. Innovar, imaginar, llevar a la práctica los sueños. Es algo que propician los nuevos tiempos, especialmente para los que abrigan el ferviente deseo de cambiar.

Artículo anteriorQuerido doctor Google
Artículo siguienteEjercicios fáciles en la cocina