Tras un debate de meses queda claro que el uso masivo hasta de mascarillas caseras otorga doble protección a la sociedad, ya que ayuda a no contagiar y a no ser contagiado.
Que sirven, que no sirven; que solo las N95 o FPP2 sirven para no infectarse, pero no las quirúrgicas; que las más útiles tienen tres capas, pero que hasta un pañuelo o un paño de cocina bien puesto son mucho mejores que nada; que -en realidad- ninguna alcanza porque quienes no son profesionales de la salud no saben colocárselas y se contagian al manipularlas; que nada que ver, que hasta un niño de 7 años aprende a hacerlo en 10 minutos; que en realidad todas sirven, pero solamente para no contagiar a los demás; que es mejor no usarlas porque dan un falso sentimiento de seguridad vuelven a la gente más descuidada; no, que los descuidados han sido los gobiernos y expertos de Europa y América Latina que se demoraron casi cuatro meses en darse cuenta de algo que los chinos, taiwaneses, coreanos y japoneses saben desde mediados de enero: que las máscaras… por supuesto que sí sirven.
El párrafo anterior resume de manera imperfecta un debate que fue y vino varias veces desde la aparición del Coronavirus-19 (o COVID-19) en la ciudad de Wuhan (China). Los muchos detalles técnicos y epidemiológicos involucrados confundieron, y todavía confunden. Sin embargo, mucho de ello no tiene que ver en absoluto con mala voluntad, sino con el desconocimiento. Se trata de un virus nuevo para la humanidad, de allí que no exista experiencia previa práctica respecto de él. En algunos aspectos, es cierto que, al ser “pariente” de otros dos coronavirus mucho más mortales (SARS y MERS), pero que no llegaron a convertirse en pandemias, existen bases para realizar algunas comparaciones. Pero éstas dan pistas, pero no necesariamente certezas.
¿La «Distancia social» está debilitada?
Pensemos en la “distancia social” de 1,80 a 2 metros que se recomienda entre dos o más personas.
Un estudio dado a conocer hace muy poco dice que esos dos metros podrían no establecer la distancia de seguridad necesaria, en el caso en que alguien tosa o estornude. “Es bastante difícil evitar (el impacto de) la tos”, dice el profesor de Ingeniería Mecánica y de Materiales de la University of Western Ontario en Canadá, Eric Savory. “Para cuando reaccionas, (ya) te ha llegado” encima.
Trabajando en equipo con los virólogos en el Hospital Sunnybrook, Savory exploró los flujos de aire de la tos producidos por sujetos humanos infectados naturalmente con influenza estacional para comprender mejor cómo las condiciones ambientales afectan la transmisión física de la infección.
“Si se está a un par de metros de alguien que tose de manera no obstructive (o sea, que no se tapa la boca), en unos tres segundos más o menos, su tos ya lo alcanza a uno y aún se está moviendo”, explica Savory. “Incluso cuando se está a dos metros y medio de distancia, el flujo de aire en la tos puede moverse (hasta a) 200 mm por segundo”. De hecho, el estudio mostró que el 10 por ciento de las gotas finas de la tos permanecen suspendidas en el aire incluso después de cuatro segundos.
Lo anterior muestra lo muy razonable del consejo que pide a las personas que tosen y estornudan se tapen la boca con los codos, no con las manos.
Un dato importante es que, cuando las gotas son extremadamente pequeñas (se les llama “aerosoles” cuando tienen ese tamaño) y ya no caen al suelo, su misma pequeñez las somete a las corrientes de aire que rodean a una persona que camina por la calle, de la misma manera que el agua de un riachuelo tranquilo rodea a un pato que nada despacio, lo que evita que “choquen” y se peguen sobre las personas.
Savory ahora está ahora tratando de aplicar esta experiencia al COVID-19. Ello, en colaboración con Eric Arts de la Escuela de Medicina y Odontología y Franco Berruti del Departamento de Ingeniería Química y Bioquímica, de la misma Universidad de Western Ontario. Savory tiene datos muy concretos sobre la tos. En 2018, creó una ‘cámara de tos’: un cubo cerrado de dos metros especialmente construido con un agujero en un extremo, donde los participantes tosen. El científico utilizó una cámara de alta velocidad y luz láser para determinar la velocidad de las partículas expulsadas. Luego siguió el movimiento de partículas finas a medida que el aire se movía.
A la velocidad máxima, observada en el centro del chorro de tos, la velocidad era de 1,2 metros por segundo. Es por ello que afirma que “no hay una razón lógica real para decir que dos metros son de alguna manera seguros, pero es mucho mejor que un metro o más cerca. No estamos diciendo que se infecte; solo estamos diciendo que existe un riesgo allí. Obviamente, disminuye cuanto más lejos estás”.
De hecho, ya existen trabajos que muestran que, en el caso de estornudo la distancia de seguridad podría estar a 6, 7 u hasta 8 metros.
Las razones por las que es mejor usarlas. Volvamos ahora al tema que nos importa.
¿Funciona usar barbijo y cuánto?
La respuesta es clara: tratándose de evitar contagiar a los demás (o sea, si somos portadores asintomáticos del virus) sin ninguna duda. Un grupo de especialistas de la Universidad de Oxford dice al respecto que, “aunque faltan pruebas de buena calidad, algunos datos sugieren que las máscaras de tela pueden ser solo marginalmente (15%) menos efectivas que las máscaras (barbijos) quirúrgicas/os para bloquear la emisión de partículas, y cinco veces más efectivas que no usar máscaras. Por lo tanto, es probable que las máscaras de tela sean mejores que no usar ninguna máscara”.
En cuanto a su utilidad “al otro lado del mostrador”, el Dr. Sui Huang del Institute for Systems Biology, de Seattle, EE.UU. ha señalado algo muy interesante: las gotas de la tos o un estornudo se dividen en gotitas grandes, medianas y pequeñas (todas de más de 10 micrones) y gotitas muy pequeñas llamadas aerosoles. Un trabajo científico, realizado en 2007, mostró que de 100 partículas promedio (gotas o aerosoles) una mascarilla de tela común deja entrar 33 al organismo, una máscara quirúrgica permite el ingreso de 25 y una con los famosos filtros N95 (o FPP2) 1 sola. Hay que notar que el barbijo casero bloquea ¡el 67%! de ellas.
En el caso de las hechas de telas de algodón, siempre es mejor usar las que tienen más “hilos” (las telas de algodón se clasifican según la densidad de su tejido y mientras más denso mayor es su calidad). Es por eso que se recomienda que estas mascarillas sean hechas con al menos dos capas o dos trozos superpuestos de la misma tela.
Alguien podría decir que eso no es suficiente, pero resulta que el bloqueo de las gotas grandes y medianas es su mayor logro. Aquí viene lo interesante, para entrar a las células, el virus necesita usar uno de sus “pinchos” o “espinas” externas, los que vemos en todas las imágenes que lo retratan, en la “cerradura” de cada célula. Esa “cerradura” no es un hueco, como la cerradura de las puertas, se parece más bien al pivote trasero de un auto o camioneta donde se enganchan los acoplados. Su nombre es ACE2 y no todas las células los tienen en abundancia. En lo profundo de los pulmones, por ejemplo, no hay muchos, pero donde sí abundan es en la garganta y en toda la zona nasal (nasofaríngea). Y es ahí donde comienzan la mayoría de las infecciones. Allí también es donde entran con facilidad las gotas grandes y medianas que son, precisamente, las que más detienen las mascarillas caseras y quirúrgicas.
Es por todo lo anterior que el Dr. Huang, asevera que “evitar las gotas grandes, que de todos modos no pueden ingresar al pulmón pero aterrizan en las vías respiratorias superiores, podría ser el medio más eficaz para prevenir la infección. Por lo tanto, las máscaras quirúrgicas, tal vez incluso un pasamontañas, pañuelos o bufandas, pueden brindar más protección que las argumentadas por los funcionarios gubernamentales en su recomendación inicial (comprensible, pero desafortunadamente) contra el uso de máscaras por parte del público en general”. En este contexto, “las máscaras respiratorias N95 pueden ofrecer relativamente poca protección adicional”.
En resumen, si todos usamos mascarillas (y nos lavamos las manos con regularidad) se suman dos protecciones: contagiamos menos y somos menos susceptibles de ser contagiados. Para el Dr. Huang no hay donde perderse. “Ahora existe una base científica sólida para poner fin a la histeria antimascarillas quirúrgicas (o caseras) de los funcionarios y para recomendar o, incluso, exigir un uso amplio de mascarillas como en los países asiáticos”.