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Cómo aprender a valorar ‘las pequeñas manchas’ de la vida

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Nada en la vida es permanente, excepto, quizá, las máculas de tinta de las plumas que chorrean.

El otro día iba volando a bordo de un avión cuando mi bolígrafo nuevo manchó con tinta negra todo el frente de mi vestido recién estrenado. La pluma era mi modelo favorito —o lo era hasta entonces—: una Roller Bic Z4. Lo que me cautivó de las Roller Z4 es que usan tinta de verdad. Es más líquida que la de los bolígrafos convencionales, lo cual significa que se desliza por el papel con apenas tocarlo. Las Z4 son como las estilográficas, pero sin las sucias características inherentes a estas. Las amaba en serio.

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Pero le tenía más aprecio a mi vestido nuevo. Lo compré sin descuentos, algo que nunca hago. La prenda lo valía. Era informal y, al mismo tiempo, algo elegante: sin mangas, cuello redondo, cintura entallada y falda ligeramente acampanada. Tenía unas refinadas líneas verticales azules y blancas, y la tela era una mezcla de algodón y algo sintético que de todas maneras resultaba suave al tacto y no se apreciaba lo sintético; no necesitaba cuidados especiales, como llevarlo a la tintorería o plancharlo. Salía de la secadora y prácticamente se paraba por sí mismo, sin arrugas y listo para usarse. Además, tenía lo que más me gusta en estas prendas: bolsillos laterales. Estaban ocultos, integrados entre las costuras; por eso me encantaba aun más.

Tras la explosión a bordo del avión, ataqué las manchas de tinta con agua y una servilleta; solo logré fijarlas. Tan pronto como aterrizamos, corrí a una tienda del aeropuerto y compré uno de esos paquetes de pañuelos desechables diseñados para viajeros que contienen quitamanchas y traté de deshacerme de la tinta otra vez. Sabía que sería inútil, y lo fue. Fui a mi hotel, me cambié de ropa y metí el atuendo arruinado en la valija.

No podía tirarlo; quizá alguien inventaría un quitamanchas mágico la siguiente semana, y entonces me habría deshecho de él en vano.

Tengo un juego para cuando algo malo me pasa. El objeto es preguntarme a mí misma si lo que acaba de ocurrir tiene un lado positivo. Es cursi, pero útil; se sorprendería si lo intentara. Cada infortunio tiene algo bueno, por más pequeño que sea, incluso si al principio no es evidente. Jamás pensé que podría admitirlo, pero hasta soy capaz encontrar la ventaja de haber padecido cáncer. Me tomó bastante tiempo desarrollar esa óptica, y no abordaré el proceso aquí, pero si no muere —ya sé, es una gran condicionante—, la tiene; lo juro. No obstante, he pensado mucho en mi vestido arruinado y no se me ocurre qué lado bueno podría tener.

Se lo pregunté a una amiga mía y dijo que el vestido estropeado es una de esas lecciones sobre la naturaleza efímera de las cosas, sobre no apegarse a ellas. Sobre los cambios y cómo la vida se trata de dejar ir.

Lo consideré. Entonces pensé: Eso ya lo sabía. ¿Qué no todos los mayores de, digamos, 40 años lo saben? ¿Qué no todos hemos sufrido pérdidas? Y, sin tratar de sonar fatalista, ¿no es cierto que a veces la vida parece un toma y daca continuo? De los hijos, de condiciones favorables, de nuestros seres queridos cuando se mudan o mueren jóvenes.

¡Hay tantas pérdidas! Comprar un vestido nuevo no es una muestra de apego a lo material (bueno, tal vez un poco). Estaba consciente de que luciría deteriorado algún día. Comprar un vestido nuevo es más bien un acto de esperanza, exponer el espíritu a un universo poco confiable.

Por lo menos eso es lo que representaba mi vestido. Había tenido un año difícil. Y ahora el emblema de mis ilusiones estaba todo manchado de tinta.

Pero ¿saben qué? Yo estoy apegada a esto: a las posibilidades, al goce. No son tan nobles como la esperanza, tan confiables, ni se sustentan tanto en la fe, aunque son más asequibles.

Ayer fui al mercado callejero y encontré un plato grande bastante lindo. Me estaba ordenando rostizar un pollo, invitar a unos amigos y servirlo en él. Creo que de postre prepararé tarta de durazno. Alguien, quizá yo misma, podría tirarlo durante la cena y romperlo (si bien es poco probable, es posible, como mi pluma explosiva), pero ¿es esa una razón para no comprarlo?

Ay, mi vestido y yo… tuvimos una buena relación mientras duró. No importa. A veces los romances son así. 

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